Dos palabras para ponerte en movimiento

Reza seguro con el Salmista: “¡Señor, Tú eres mi refugio y mi fortaleza, confío en Ti!” Te garantizo que El te preservará de las insidias del “demonio meridiano” -en las tentaciones y… ¡en las caídas!-, cuando la edad y las virtudes tendrían que ser maduras, cuando deberías saber de memoria que sólo El es la Fortaleza.

¿Tú piensas que en la vida se agradece un servicio prestado de mala gana? Evidentemente, no. Y hasta se llega a concluir: sería mejor que no lo hiciera. -¿Y tú consideras que puedes servir a Dios con mala cara? ¡No! -Has de servirle con alegría, a pesar de tus miserias, que ya las quitaremos con la ayuda divina.

Más pensamientos de San Josemaría.

Alegría, caridad, mortificación, humildad

En cuanto tengas a alguno a tu lado -sea quien sea-, busca el modo, sin hacer cosas raras, de contagiarle tu alegría de ser y de vivir como hijo de Dios.

Fomenta tu espíritu de mortificación en los detalles de caridad, con afán de hacer amable a todos el camino de santidad en medio del mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia.

Que sepas, a diario y con generosidad, fastidiarte alegre y discretamente para servir y para hacer agradable la vida a los demás. -Este modo de proceder es verdadera caridad de Jesucristo.

Has de procurar que, donde estés, haya ese “buen humor” -esa alegría-, que es fruto de la vida interior.

Cuídame el ejercicio de una mortificación muy interesante: que tus conversaciones no giren en torno a ti mismo.

Más pensamientos de San Josemaría.

¿Gozarse puede ser una virtud?

La virtud, como hemos expuesto (1-2 q.55 a.2), es un hábito operativo; de ahí que, por su esencia, tiene inclinación al acto. Ahora bien, sucede que un mismo hábito es el origen de muchos actos ordenados de la misma especie, subordinados unos a otros. Y dado que los actos posteriores no proceden del hábito de la virtud sino en función del acto primero, la virtud no se define ni se determina sino por ese acto primero, aunque los otros se sigan también de ella. Pues bien, después de lo expuesto sobre las pasiones (1-2 q.25 a.1, 2 y 3; q.27 a.4), es evidente que el amor es el primer movimiento de la potencia apetitiva, de la cual se siguen el deseo y el gozo. Por tanto, es el mismo el hábito de la virtud que inclina a amar, a desear el bien amado y gozarse con él. Pero, dado que el amor es el primero de esos actos, la virtud no se denomina por el gozo ni por el deseo, sino por el amor, y se llama caridad. En consecuencia, el gozo no es una virtud distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto de la misma. Por esa razón se la considera entre los frutos, como se ve en el Apóstol en Gal 5,22. (S. Th., II-II, q.28, a.4, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

¿Puede haber mezcla de tristeza con el gozo propio de la caridad?

La caridad, según hemos expuesto (a.1 ad 3), produce en nosotros un doble gozo. Uno principal, que es el propio de la caridad, con el que gozamos del bien divino considerado en sí mismo. Este gozo de la caridad no tolera mezcla de tristeza, así como tampoco puede tolerar mezcla de mal el bien de que se goza. En este sentido se expresa el Apóstol en Flp 4,4: Gozaos siempre en el Señor.

El segundo tiene por objeto el bien divino, como participado por nosotros. Pues bien, esta participación puede implicar el contratiempo de algún obstáculo, y de ahí resulta que el gozo de la caridad pueda implicar tristeza, a saber: entristecerse por cuanto impida la participación del bien divino, sea en nosotros, sea en el prójimo, al que amamos como a nosotros mismos. (S. Th., II-II, q.28, a.2, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Una reflexión de Mons. Munilla sobre el adviento y la alegría

Los cristianos tenemos muchas razones para la alegría. La liturgia del Adviento nos las recuerda una y otra vez, ante el peligro de que los agobios de nuestra vida nos impidan disfrutar de ellas: “(…) cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo” (Oración colecta, Domingo II de Adviento), “(…) concédenos llegar a la Navidad -fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante” (Oración colecta, Domingo III de Adviento).

Ciertamente, la alegría es fruto de una Buena Noticia, pero no puede ser alcanzada sin librar antes una importante batalla interior. La alegría no es un estado anímico que nos sobreviene y nos abandona caprichosamente, sino que es un hábito que se adquiere con voluntad y perseverancia. Es el fruto del ejercicio de la penitencia interior, que nos lleva a mortificar tantas tristezas inconsistentes que pretenden imponerse a las razones para el gozo interior. Aunque nos puedan parecer incompatibles estos dos conceptos, no dudemos de que la “alegría” es la mejor “penitencia”. Más aún, hemos de desconfiar de las penitencias que no nos lleven a superar nuestras tristezas y amarguras. La penitencia más perfecta es aquella por la que le ofrecemos a Dios y a nuestro prójimo una sonrisa transparente y perseverante, que solamente puede brotar de un corazón enamorado y agradecido.

Para resolver esta aparente paradoja, tal vez debamos redescubrir el auténtico sentido de la “penitencia”, es decir, su sentido teológico. Decía Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica, que “la penitencia realiza la destrucción del pecado pasado”. No olvidemos que la tristeza se introdujo en nosotros como fruto del pecado; y que éste no será plenamente vencido hasta que no rescatemos la alegría. Rescatamos la alegría, sólo cuando hemos vencido el pecado.

Ocaso gozoso de un santo

La etapa última, conventual

En 1595, fray Antonio de Ortiz, después de tratar el tema con los frailes del virreinato y recabada la autorización precisa, estimó llegado el tiempo de introducir en toda la provincia peruana la recolección, como estilo franciscano de vida comunitaria. Era, pues, por muchas razones urgente que «en este distrito y comarca de esta Ciudad de los Reyes se fundase un convento de nuestra orden de recolección, para gloria de Dios y consuelo espiritual de los religiosos que de esta provincia se quisiesen ir a morar allí, viviendo en más estrecha observancia y recogimiento, como en otras casas semejantes en nuestra Orden se vive, con mucho provecho de las almas de dichos religiosos y con grande edificación de los fieles».

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Cuando la verdad alegra

“Las claves de la constitución apostólica Veritatis gaudium aparecen desde su primer párrafo. La renovación de los estudios eclesiásticos se sitúa en el horizonte de la experiencia de alegría que significa conocer y transmitir la Verdad en persona, Jesucristo el Hijo de Dios. Quien se ha encontrado personalmente con Jesús de Nazaret y su Buena Nueva reconoce un síntoma inconfundible: le invade una alegría antes desconocida y, sin embargo, familiar, que le ensancha el corazón y le mueve a comunicarla tanto a quienes comparten la vida cotidiana como quienes se conoce en situaciones extraordinarias. La constitución mantiene así un rasgo característico del magisterio desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días: el carácter cristológico y personal de la Verdad…”

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Los verbos de un corazón en Dios

Recordar las maravillas del Señor; ver las obras que está haciendo en nuestro tiempo; experimentar su presencia y su bendición en la propia vida; proclamar su grandeza y su bondad.

LA GRACIA del Domingo 30 de Julio de 2017

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO , CICLO A

Renunciar a los ídolos y declarar que Cristo es nuestro único Dios, que sólo por Él somos salvos trae verdadera alegría y transformación.

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LA GRACIA del Sábado 27 de Mayo de 2017

Llegar a la alegría plena es reconocer que Dios me ha llamado y enviado, y Él mismo es quien me acompaña en el camino de mi vida cristiana.

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LA GRACIA del Viernes 26 de Mayo de 2017

La alegría se renueva a medida que las dificultades se convierten en ocasiones para que brille el amor y la providencia de Dios.

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La perla: descubrir el Evangelio

* Cuando alguien encuentra algo que le cambia todo. Hay gente así. ¿Qué pudo haber pasado en estas personas?

* La conversión es algo profundo, único y personal; sin embargo, hay rasgos comunes de la conversión, que conviene conocer porque nos ayudan a disponernos a la visita del amor de Dios.

1. Verle la cara al faraón

* Es darse cuenta uno a quién esta sirviendo realmente. ¿Quién es mi Señor? Al experimentar el desengaño nos preparamos para la conversión. La vida del pecado: yo suelto a Dios; la conversión: yo suelto mis ídolos y me vuelvo a Dios

2. Afrontar el pasado

* Miedos, resentimientos y absurdos acechan en los sótanos de nuestro corazón. Un fantasma es un miedo no derrotado ni afrontado.

* Los resentimiento surge ante las injusticias.

* Los absurdos son aquellas cosas incomprensibles y dolorosas que uno no sabe por qué pasaron.0

* Muchas personas no tienen cómo “digerir” su pasado. La samaritana es la imagen de una persona así pero Jesús hizo algo maravilloso en ella hasta el punto de permitirle mencionar su pasado. Cristo la hizo libre.

3. Recapacitar y confesar

* Lucas 15,17-18: el hijo pródigo “recapacitó” y decidió hablar, confesar su culpa.

* Recapacitar es dejar de echarle la culpa al mundo. Recapacitar es volverse capaz de asumir su propia vida. “Yo soy parte de que el mundo, mi familia… estén como están” Desde el momento en que uno recapacita se va soltando.

4. Darse cuenta que uno esta llamado a algo más grande y más bello

* ¿Qué estoy haciendo para que mi vida sea significativa, sea grande? No simplemente a los ojos del mundo. No como un perseguir la fama o el reconocimiento del mundo, sino como quien descubre su lugar único en el mundo.

5. Tomar en serio la eternidad

* Tomar conciencia de que el tiempo es limitado.

* La conciencia de que la muerte viene nos puede llevar a una buena reflexión: que no se nos apague la llama de la gracia y del amor de Dios.