Piensa en la Iglesia Santa, y considera que, si un miembro se resiente, todo el cuerpo se resiente. -Tu cuerpo necesita de cada uno de los miembros, pero cada uno de los miembros necesita del cuerpo entero. -¡Ay, si mi mano dejara de cumplir su deber…, o si dejara de latir el corazón!
Lo has visto con claridad: mientras tanta gente no le conoce, Dios se ha fijado en ti. Quiere que seas fundamento, sillar, en el que se apoye la vida de la Iglesia. Medita esta realidad, y sacarás muchas consecuencias prácticas para tu conducta ordinaria: el fundamento, el sillar -quizá sin brillar, oculto- ha de ser sólido, sin fragilidades; tiene que servir de base para el sostenimiento del edificio…; si no, se queda aislado.
Como te sientes fundamento escogido por Dios para corredimir -no te olvides de que eres… miseria y miseria-, tu humildad te ha de llevar a colocarte debajo de los pies -al servicio- de todos. -Así están los cimientos de los edificios. Pero el fundamento ha de tener fortaleza, que es virtud indispensable en quien ha de sostener o empujar a otros. -Jesús -díselo con fuerza-, que nunca, por falsa humildad, deje de practicar la virtud cardinal de la fortaleza. Dame, Dios mío, que discierna el oro de la escoria.