El Señor convirtió a Pedro -que le había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor. -Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida.