«Hominem non habeo» -no tengo a nadie que me ayude. Esto podrían asegurar, ¡desdichadamente!, muchos enfermos y paralíticos del espíritu, que pueden servir… y deben servir. Señor: que nunca me quede indiferente ante las almas.
Ayúdame a pedir un nuev0 Pentecostés, que abrase otra vez la tierra.
“Si alguno de los que me siguen no aborrece a su padre y a su madre y a la mujer y a los hijos y a los hermanos y hermanas, y aun a su vida misma, no puede ser mi discípulo”. Cada vez veo más claro, Señor, que los lazos de sangre, si no pasan por tu Corazón amabilísimo, son para unos motivo permanente de cruz; para otros, origen de tentaciones -más o menos directas- contra la perseverancia; para otros, causa de ineficacia absoluta; y, para todos, lastre que se opone a un entregamiento total.