Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón.
Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo.
Gravedad. -Deja esos meneos y carantoñas de mujerzuela o de chiquillo. -Que tu porte exterior sea reflejo de la paz y el orden de tu espíritu.
No digas: “Es mi genio así…, son cosas de mi carácter”. Son cosas de tu falta de carácter.
Acostúmbrate a decir que no.
Vuelve las espaldas al infame cuando susurra en tus oídos: ¿para qué complicarte la vida?
No tengas espíritu pueblerino. -Agranda tu corazón, hasta que sea universal, “católico”. No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.
Serenidad. -¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin?
Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios.
No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. -Espera al día siguiente, o más tiempo aún. -Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. -Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. -Modera tu genio.