Hay corazones duros, pero nobles, que -al acercarse al calor del Corazón de Jesucristo- se derriten como el bronce en lágrimas de amor, de desagravio. ¡Se encienden! En cambio, los tibios tienen el corazón de barro, de carne miserable… y se resquebrajan. Son polvo. Dan pena. Di conmigo: ¡Jesús nuestro, lejos de nosotros la tibieza! ¡Tibios, no!