Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un “hilillo sutil”, que le impide volar a Dios.
“Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación…”: ¡es impresionante la experiencia de cómo puede abandonarse un quehacer divino, por un engaño pasajero!
El apóstol tibio, ése es el gran enemigo de las almas.
Prueba evidente de tibieza es la falta de “tozudez” sobrenatural, de fortaleza para perseverar en el trabajo, para no parar hasta poner la “última piedra”.