No somos buenos hermanos de nuestros hermanos los hombres, si no estamos dispuestos a mantener una recta conducta, aunque quienes nos rodeen interpreten mal nuestra actuación, y reaccionen de un modo desagradable.
La labor de nuestra santificación personal repercute en la santidad de tantas almas y en la de la Iglesia de Dios.
¡Persuádete!, si quieres -como Dios te oye, te ama, te promete la gloria-, tú, protegido por la mano omnipotente de tu Padre del Cielo, puedes ser una persona llena de fortaleza, dispuesta a dar testimonio en todas partes de su amable doctrina verdadera.