Al abrir tu alma, ¡sé sincero! y, sin dorar la píldora, que a veces es infantilismo, habla. Luego, con docilidad, sigue adelante: serás más santo, más feliz.
La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno.