Cada día un poco más -igual que al tallar una piedra o una madera-, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas -ésas que buscamos, como florecillas que recogemos a lo largo del día-, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta. -¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo!
El Señor, con los brazos abiertos, te pide una constante limosna de amor.
Acércate a Jesús muerto por ti, acércate a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota… Pero acércate con sinceridad, con ese recogimiento interior que es señal de madurez cristiana: para que los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetren en tu alma.