¡Oh, Jesús! Si, siendo ¡como he sido! -pobre de mí-, has hecho lo que has hecho…; si yo correspondiera, ¿qué harías? Esta verdad te ha de llevar a una generosidad sin tregua. Llora, y duélete con pena y con amor, porque el Señor y su Madre bendita merecen otro comportamiento de tu parte.
Aunque a veces se meta en tu alma la desgana, y te parezca que lo dices sólo con la boca, renueva tus actos de fe, de esperanza, de amor. ¡No te duermas!, porque, si no, en medio de lo bueno, vendrá lo malo y te arrastrará.