Para custodiar la santa pureza, la limpieza de vida, has de amar y de practicar la mortificación diaria.
Ponte cada día delante del Señor y, como aquel hombre necesitado del Evangelio, dile despacio, con todo el afán de tu corazón: »Domine, ut videam!» -¡Señor, que vea!; que vea lo que Tú esperas de mí y luche para serte fiel.
Dios mío, ¡qué fácil es perseverar, sabiendo que Tú eres el Buen Pastor, y nosotros -tú y yo…- ovejas de tu rebaño! -Porque bien nos consta que el Buen Pastor da su vida entera por cada una de sus ovejas.