Beato Bartolo Longo.-
Graduado en leyes, edificó el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya en 1876. Fue beatificado por Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980. El Papa Juan Pablo II lo citó muchas veces en su Encíclica sobre el Rosario, “Rosarium Virginis Mariae”.
Bartolo Longo nació en Latiano, en las cercanías de Brindisi, ubicada en el tacón de Italia, el 10 de Febrero de 1841. Sus padres fueron Bartolomé, médico, y Antonia Luparelli, hija de un magistrado.
Desde niño se manifestó muy ingenioso, vivo y de carácter ardiente. A los seis años fue llevado a un Internado de los Padres Escolapios, en Francavilla Fontana. Allí hizo toda su primaria y secundaria (11 años).
El resto de sus estudios lo realizó en Lecce y Nápoles. Aquí terminó su carrera de derecho en 1864, a los 23 años. Era de temperamento apasionado. Su estructura, o lo conducía al cielo, o al infierno; jamás a un lugar intermedio. Era elegante, buen mozo e inteligente.
En la Universidad se enredó en la moda anticristiana de la época y se dedicó a la política, a las supersticiones y al espiritismo. Llegó a ser “medium” de primer rango y sacerdote espiritista.
Fue su tiempo de alienación juvenil, de búsqueda desenfrenada. El estudio, las diversiones, la música (tocaba piano) y los amigos, llenaban sus días. No sobraba tiempo para la oración, y Dios fue desapareciendo de día en día.
Por otro lado, la filosofía de Hegel y el racionalismo de Renán lo tenían totalmente atrapado. Empezó a odiar a la Iglesia, organizando conferencias contra ella y alabando a los que criticaban al clero.
Toda esa experiencia, paradójicamente, le sirvió de peldaño para redescubrir la fe en definitiva. En este proceso fueron instrumentos de Dios, especialmente, dos personas: un profesor amigo, Vincenzo Pepe, y un sacerdote dominico, el Padre Alberto Radente.
Su conversión, acaecida el día del Sagrado Corazón de Jesús de 1865 en la Iglesia del Rosario de Nápoles, le llevó a tomar decisiones radicales: abandonó la vida forense y se dedicó a obras de caridad y al estudio de la religión. Incluso renunció a propuestas muy ventajosas para la vida matrimonial.
Dios quiso elegir a este hombre pecador como instrumento para propagar su gloria, con la construcción de un Santuario dedicado a la Santísima Virgen María, que más tarde se llamaría Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. Allí, otros pecadores irían a encontrar perdón y paz.
En 1872 se radicó en Pompeya por motivos profesionales: la Condesa De Fusco le confió la administración de sus propiedades. Le impactó profundamente la miseria humana y religiosa de los pobres campesinos.
A raíz de una inspiración especial, decidió dedicarse al Catecismo y a la difusión del Santo Rosario.
En 1876, bajo sugerencia del Obispo de Nola, inició la “campaña de un sueldo mensual” para construir un Templo en Pompeya. Como resultado de la cooperación humana y la intercesión prodigiosa de María, surgió un hermoso Santuario. Y en torno a esta construcción, nació una ciudad mariana, enriquecida con numerosos institutos de caridad.
El “milagro de Pompeya” es producto de cincuenta años de trabajo incansable, ardiente e inteligente. Miles de niños abandonados recibieron ayuda, un hogar. Miles de personas se dieron a la oración, gracias a los escritos del Beato Bartolo Longo. Millones de peregrinos visitaron a la Virgen en su nuevo Santuario.
En 1885, siguiendo los consejos de amigos y superiores, Bartolo Longo contrajo matrimonio con la Condesa De Fusco, que así se conviertió en su colaboradora fiel y generosa. El 9 de Febrero de 1924 murió Mariana De Fusco a los 88 años de edad, siguiéndola el Beato italiano dos años después, el 5 Octubre de 1926.
En 1934 se inició el proceso canónico para la beatificación. En 1947 Roma emitió el decreto de introducción de la causa del Siervo de Dios, y el 26 de Octubre de 1980 Juan Pablo II lo proclamó Beato.
“Sobre todo puede decirse de él sin exagerar”, –afirma el Papa en esa oportunidad–, “que toda su vida fue un servicio permanente a la Iglesia, en nombre de María y por amor a Ella. El Rosario en sus manos, nos dice también a nosotros, cristianos del siglo XX: “¡Ojalá vuelva a despertarse tu confianza en la Santísima Virgen del Rosario. Santa, venerada Madre, te traigo todas mis preocupaciones. En ti deposito toda mi confianza y toda mi esperanza!”
Gabriel de Rosa, Profesor de la Universidad de Roma y Director del Centro de estudios de historia del “Mezzogiorno”, considera que el Beato Bartolo Longo, fue un verdadero precursor de la influencia de los laicos en la Iglesia.
“Su construcción, –Santuario, Confraternidad, nueva ciudad–, fue la respuesta más robusta y solemne que un laico católico podía dar a la cultura filantrópica de la época. Figura indudablemente excepcional de laico católico, no se dejó distraer por la grandiosidad de sus empresas, por el clamor, el consenso y el disenso que éstas suscitaban, y cuyas resistencias a las insidias y a los ricos del mundo, alimentó constantemente con ejemplos nacidos de su propia espiritualidad”.
Un rasgo resaltante de su personalidad, fue el profundo amor filial de él a la Madre de Dios. Quizá pueda considerarse este aspecto como punto de partida y fuente de su fecundidad apostólica. Por las innumerables gracias recibidas, que él atribuyó todas a María, sintió el irresistible deseo de corresponder, amándola y alabándola, y hacer que otros la amen y alaben.
Consagró toda su vida al servicio y a la difusión del culto a María Santísima, especialmente del Santo Rosario. Empezó fundando una Confraternidad del Rosario, erigiendo un simple altar, donde reunía a los campesinos, los instruía y les habituaba al rezo del Rosario.
Como vio que Dios bendecía el lugar en abundancia, le surgió la idea de construir allí un Templo a la Santísima Virgen, que atrajera a muchos fieles.
“Ni yo podía obstaculizar los designios del Señor, cuando me ví en medio de tantos prodigios insólitos que no sabía ni podía explicar racionalmente. No vi mejor camino que seguir y secundar lo que la Providencia por sí sola estaba obrando”.
El Beato italiano llegó a Pompeya el 10 de Octubre de 1872. Ese mismo mes tuvo una experiencia espiritual extraordinaria: salió a pasear por los alrededores, y en un lugar denominado Arpaia, donde actualmente existe un pequeño monolito recordatorio, envuelto en una profunda quietud, absolutamente solo, recordó las palabras de su confesor, el Padre Alberto Radente: “Si quieres salvarte, propaga el Rosario. Es promesa de María”.
Bartolo Longo, transportado interiormente, levantó el rostro y las manos hacia el Cielo, y gritó a María: “Si es verdad que tú has prometido a Santo Domingo que quien propaga el Rosario se salva, yo me salvaré, porque no saldré de esta tierra de Pompeya sin haber difundido aquí tu Rosario”. En ese momento sonó a lo lejos una campana. Era la hora del Angelus del medio día. El Beato se postró, oró y lloró. Ese saludo fue para él la respuesta esperada.
Pompeya era entonces un lugar abandonado e ignorado. Aún no se habían hecho excavaciones realmente científicas de las ruinas de la Pompeya pagana. La zona era temida por los viandantes, dado que allí se guarecían ladrones y malvivientes.
Cuando Bartolo llegó por primera vez, fue escoltado desde la estación hasta la casa por dos hombres armados con fusil. No había comisaría en el lugar. Lo único importante era una pequeña iglesia parroquial en muy mal estado.
Conociendo lo que posteriormente surgió allí, cabe la frase latina “Opera Dei ex nihilo” : “Dios crea siempre de la nada”. El simple altar se iría a convertir posteriormente en un Santuario célebre, que pronto adquiriría carácter internacional. Puesto bajo la inmediata jurisdicción del Papa, se tornó Basílica Pontificia a fines del siglo XIX.
Bartolo Longo organizó la primera fiesta del Rosario en el Valle de Pompeya al año siguiente de su llegada a esas tierras, en octubre de 1873.
Había visto la pobreza en que vivían los pobladores de la zona y quiso hacer algo por ellos. Por eso, empezó a visitarlos. Así se percató de su profunda piedad y respeto a los muertos, su fe en la inmortalidad, y vio que éstos eran enterrados sin oraciones y miserablemente.
Entonces, pensó que debía comenzar por allí y se le ocurrió hacer una gran rifa de ochocientos premios: rosarios, medallas, estampas de la Virgen del Rosario y centenares de crucifijos. A través de estos premios, entraron María y Jesús en esas pobres casas.
Además, con una Confraternidad del Rosario, se ocuparía de prestar asistencia y medicina a los enfermos, ayudar a casarse a jóvenes pobres y dar sepultura a los muertos, acompañándolos y recitando el Rosario.
Se consiguió en Nápoles todo lo necesario de unas damas pías, preparó fuegos artificiales, juegos y una banda de músicos, elementos muy típicos de una fiesta patronal.
Lo central debía ser una Misa cantada por el párroco y una prédica sobre el Santo Rosario, a cargo de su amigo y confesor, el dominico Padre Alberto Radente.
Como en el pueblo no se veneraba ninguna imagen, expuso una de la Virgen del Rosario a la veneración pública, y así esperó la mañana del tercer domingo de octubre.
Llegó el domingo tan anhelado pero cargado de una lluvia torrencial. No hubo fiesta. “Comenzamos mal”, –pensó el Beato Bartolo–, “parece no le agrada a la Señora lo que hago”. Pero, luego recapacitó: “De parte mía no debo hacer otra cosa que propagar el Rosario. Veremos si la Señora de parte suya mantiene la promesa hecha a Santo Domingo.”
Es sabido que el Santo italiano no escribió ningún tratado sistemático de mariología. No existe una “Mariología de Bartolo Longo”, pero sí toda una catequesis, una devoción y espiritualidad de índole popular.
Allí, María es presentada, no como un simple personaje del pasado, sino como una persona actualmente activa, viva, dotada de sentimientos, fuerte y maternal a la vez: “La Súplica le dice ‘augusta, bendita, buena, querida, coronada, omnipotente por gracia’ y la invoca como Reina de la paz y del perdón, Madre de los pecadores, nuestra abogada y nuestra esperanza.”
María es para Bartolo Longo lo que él ha experimentado en su vida: una fuerza salvífica, una protagonista en el plan de Dios, una realidad que obra en la historia. En sintonía con la piedad popular, San Bartolo exprime esta realidad viviente de María, describiendo los miembros de su cuerpo, las manos, los ojos, los brazos, el corazón. Como “persona viva, María actúa, salva, ilumina, perdona”.
Con extraordinaria visión pastoral, el Beato Bartolo se percató al año siguiente, que fiesta, prédica, rifa, etc., eran como humareda que pasaba. Pero, ¿cómo inducir a la gente al amor y a la fraternidad?
Se le ocurrió hacer una misión. Y la misión se hizo a fines de 1875: “todos se reconciliaron con Dios y entre sí, y se adhirieron a la Confraternidad del Rosario” , fundada propiamente el 13.11. 1876.
En una página de “ I Quindici Sabati ” (Quince Sábados) exprime Bartolo Longo con simplicidad, un método de pastoral popular, de la llamada mariología tipológica:
“Como dos amigos que andan juntos frecuentemente, llegan a asemejarse incluso en sus costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesucristo y con la Virgen, al meditar los misterios del Rosario y formando juntos una misma vida en la comunión, podemos llegar a asemejarnos a ellos, en cuanto la bajeza humana nos permita, y aprender el vivir humilde, pobre, paciente y perfecto”. El pueblo imita a la persona que ama.
Ese mismo año llegó a Pompeya por primera vez el Obispo de Nola, para suministrar la Confirmación al término de la misión. Bartolo Longo le expresó su deseo de construir un pequeño altar en honor de la Virgen del Rosario, a lo que el Obispo respondió: “Yo propongo que hagamos, en vez de un altar, una iglesia”.
Y desde un balcón del primer piso de la casa de la Condesa de Fusco, señaló: “Aquel es el lugar donde debe ser edificado el Templo en Pompeya”. Quince años después, el Templo estaba construido, inconcluso aún, pero ya consagrado. Posteriormente, el Papa León XIII lo declaró patrimonio pontificio en el año de1894.
Longo afirma que Pompeya es obra de Dios y no del hombre. Él, personalmente, jamás hubiera edificado tal Santuario sin la palabra autorizada del Obispo y el apoyo incesante de María Santísima.
¿Y la imagen de gracia? Fue un obsequio del Padre Alberto Radente, que se la compró a un revendedor callejero por sólo 3,40 liras. Estaba abandonada en un convento de monjas de la Tercera Orden de Santo Domingo, en Nápoles.
Cuando Bartolo Longo llegó en la mañana del 13 de Noviembre de 1875 casi desesperado en busca de un cuadro pintado al óleo, porque al día siguiente concluía la misión y debía presentarse la imagen al pueblo, la Providencia le salió al paso. Estaba a punto de comprar uno pequeño por 400 liras, cuando inesperadamente se topó con el Padre Radente en la plaza, que al enterarse de la búsqueda, le ofreció el suyo.
A pesar de no ser del gusto de Bartolo Longo, pero presionado por las circunstancias y por insistencia de la religiosa que lo guardaba, sin saber qué hacer con él, lo puso en un carro de abono y lo envió a Pompeya. Esto nos recuerda muchas de las historias y leyendas sudamericanas de imágenes de María transportadas en carros a sus actuales centros de veneración.
La sencillez de este comienzo humilde, contrasta con la magnitud de los frutos sobrenaturales del lugar santo, habiendo atravesado inmensas dificultades hasta llegar a su desarrollo pleno.
Esto puede ser signo de una correcta interpretación de la voluntad de Dios, que de esa manera quiso “besar esa tierra”, para consagrarla al servicio de los hombres. Dios renueva así, originalmente, su pacto salvífico con los hombres en un lugar y en un tiempo determinado, a través de instrumentos simples escogidos por Él.
Ya en época de Bartolo Longo, esta imagen atrajo a miles de peregrinos de todas partes: Madrid, Liverpool, Coblenza, Bruselas, Varsovia, Viena, Suiza, África, Oceanía, y toda Italia.
La primera gracia sucede en Nápoles, en el Palacio de la calle Tribunali n° 62. Una joven sufría de epilepsia central con fortísimas convulsiones, que se repetían cada tres o cuatro días. A través de la Condesa de Fusco, llegaron a enterarse los familiares, de la Iglesia en construcción, dedicada a la Virgen del Rosario y de lo que Dios ya venía obrando en el Valle.
La tía de la joven prometió una peregrinación a Pompeya y su colaboración en la obra, si sanaba la sobrina. La niña sanó totalmente y quedó libre para siempre del mal que la aquejaba a partir del 13 de Febrero de 1876. Dos médicos que asistían a la joven, fueron testigos del hecho.
A este primer acontecimiento de gracia, sucedieron varios otros con el correr del tiempo. El 18 Julio de 1914 aconteció en Alemania un hecho, que sumado a otros, daría origen al gran Movimiento Internacional de Schönstatt.
Su Fundador, el Padre José Kentenich (1885-1968), leyó ese día un artículo de Cyprian Froehlich, publicado en “Die allgemeine Rundschau” (número 19, 521 ss), sobre san Bartolo Longo y su creación predilecta: el Santuario de Pompeya.
Josef Kentenich interpretó este hecho como una señal de la Providencia y meditó largamente sobre él: ¿No podría suceder algo semejante también en Schönstatt (Vallendar)?
Él quería depositar toda la responsabilidad de la formación de los jóvenes seminaristas en manos de María. Era entonces Director Espiritual del Seminario Menor de los PP. Palotinos.
Los signos del tiempo, especialmente la segunda guerra mundial, exigían de ellos, seminaristas y superiores, el máximo: la santidad. ¿No estaría en los planes de Dios, –se preguntaba–, que María, tal como había sucedido en Pompeya, fuese atraída a la pequeña capilla abandonada de San Miguel del Valle de Schönstatt, para establecer allí su trono de gracia y mostrarse como educadora, obrando milagros de transformación interior?
Tres meses después nace Schönstatt, hoy difundido en Europa, Asia, África, América y Australia. Es norma de la Providencia Divina, valerse de lo pequeño e insignificante para realizar grandes obras en la historia de la salvación. La experiencia de Pompeya sirvió de inspiración, y una capilla abandonada llegaría luego a convertirse en un lugar de peregrinación.
El 15 de Agosto de 1877 salió a luz el primer devocionario “I Quindici Sabati” (Los Quince Sábados). A un siglo de distancia (1981) se publicó la 75a. edición, con 745.000 ejemplares. Bartolo Longo no se imaginaba que esta obra suya tendría tanta penetración popular.
La “devoción de los Quince Sábados” consiste en prometerle a Dios un rezo por 15 sábados consecutivos, en memoria de los 15 misterios del Rosario, con el fin de honrar a la Santísima Virgen y obtener por su mediación alguna gracia especial.
Esta devoción se basa en una experiencia francesa semejante. Tiene una dinámica propia muy acertada: a) La perfecta devoción a María es la imitación de sus virtudes. b) Para ello se medita su vida, por orden, un misterio cada sábado. c) Se procura conformar la propia acción al contenido de cada misterio. d) Se busca santificar todo el día.
Con esta práctica, San Bartolo buscó unir contemplación con acción. El punto clave radica en la meditación de los misterios. Se pretende evitar así la repetición mecánica de las Avemarías. Puede rezarse en cualquier tiempo, pero especialmente antes de la fiesta del Rosario, primer domingo de octubre, y antes del 8 de Mayo, fiesta de la Virgen de Pompeya.
Se aplica el siguiente esquema: una meditación, que siempre consta de tres partes, sobre el misterio correspondiente (por ejemplo, primer misterio gozoso, la Anunciación a María, Lc 1,26-55). Se resalta una virtud de María (por ejemplo, la humildad).
Se recomienda un propósito en la misma línea, a lo que le sigue una jaculatoria para repetirla durante el día y poder así recordar el propósito. Después, se proponen algunas oraciones a la Virgen de Pompeya y a Jesús, para antes y después de la comunión.
Se incluyen algunos ejemplos de Santos que encarnan especialmente la virtud meditada en el día, y finalmente se narran breves historias de gracias concedidas por la Virgen del Rosario de Pompeya.
El devocionario “Los quince sábados”, contiene además un apéndice con varias oraciones, Misa con María Santísima, el Rosario en forma breve, Novena a la Virgen del Rosario, Oraciones a Santo Domingo y a Santa Catalina de Siena, Súplica a la Reina del Santo Rosario de Pompeya y una oración final dedicada a San Bartolo Longo.
Como todos los fundadores de la Iglesia, Bartolo Longo no pudo eximirse de las pruebas que Dios quiso enviarle para forjar en él un verdadero espíritu de fundador y para purificarlo de criterios muy humanos en su actuar.
En una primera época de la construcción del Templo, dada la necesidad material para cubrir los costos, Bartolo Longo se vio obligado a recurrir a la nobleza napolitana. La dependencia era considerable, por ser prácticamente la única fuente de entrada.
En Mayo de 1877 se dio un primer hecho purificador, que le ocasionó muchos dolores de cabeza: aparece en el escenario de Pompeya un fenómeno, la “Virgen Liberadora de las plagas” (Madonna liberatrice dai flagelli), simplemente conocida por “Madonna dei Flagelli”, abandonada en una capillita de un villorrio denominado Boscoreale, de la Diócesis de Nola, a 4 Km. de Pompeya.
Supuestamente esta Madonna, según comentarios del pueblo, habría hecho un estrepitoso milagro. La noticia corrió de boca en boca, como es costumbre a nivel popular.
Y pronto empezaron a caer miles y miles de peregrinos, portando velas y dinero para la “Madonna dei Flagelli”. Estas caravanas pasaban por Pompeya sin interesarse del nuevo Templo en construcción y ante los ojos de Bartolo Longo, completamente confundido.
Como si esto fuera poco, cuando iba a hacer su colecta acostumbrada, golpeando las puertas de los nobles de Nápoles, algunos le preguntaban:”¿Va Usted ahora a Pompeya? Llévese por favor esto”, -y se sacaban sus joyas: pendientes, brazaletes, anillos, etc.-, “a la “Madonna dei Flagelli”, pues me ha hecho una gracia especial”.
Como si esto aún fuera poco todavía, el Obispo de Nola, Monseñor Formisano, protestó porque había más salidas que entradas en la construcción, y se desentendió de la obra, dejando solo a San Bartolo.
Para colmo, escribió una carta pastoral al clero y al pueblo de su Diócesis con el fin de motivarlos a hacer donaciones para una nueva iglesia dedicada a la “Madonna dei Flagelli” de Boscoreale.
Estocada profunda en el corazón de Bartolo Longo, que no decayó en su espíritu de fundador. Como hombre de Dios, sacó provecho de esas pruebas.
Años después, escribió estas recomendaciones a todas aquellas personas llamadas por Dios a salvar almas, a construir iglesias, a fundar Órdenes, Comunidades religiosas y obras de beneficencia:
“No se desanimen ante las primeras contradicciones y no dejen la obra de Dios a causa de mortificaciones y contrariedades, que con toda certeza, vendrán de parte de los hombres y del demonio”.
“Continúen más bien confiando siempre en el socorro divino, teniendo como lema, que cuanto más aceptada sea la obra de Dios, tanto mayor serán las oposiciones y las tentaciones que han de soportarse. Pero al final, el Señor triunfará”.
Los institutos pompeyanos son, por así decir, la corona del Santuario de Pompeya. El amor a María se expresa en amor a los hombres. La fe se proyecta en obras.
“La Virgen no quiere en ustedes la fe sin la obra de caridad. En este sentido, pensamos completar cada acto de fe nuestra con una obra de caridad. Es esto, podemos decir, el pálpito más íntimo de nuestro corazón”.
Fe y caridad se integran y se iluminan. Son para Bartolo Longo un binomio indisoluble: “Las obras de la fe han sido siempre una inspiración para obras de caridad, y las obras de caridad, a su vez, han sido siempre preludio de nuevas manifestaciones de religión y de culto”.
El objeto predilecto de las obras de Pompeya son los niños y jóvenes, huérfanos e hijos de encarcelados. No hay límite de permanencia en los Institutos. Una administración central que distribuye equitativamente las ofrendas del Santuario, única fuente de entrada, se encarga del mantenimiento.
Antes de empezar a enumerar las obras de Pompeya, sintetizamos los puntos resaltantes del proyecto de promoción humana de Bartolo Longo:
La fuente: “La caridad de Cristo, que es fuego vivo, busca expandirse sobre la tierra y no tiene horizontes”.
La Mediadora: “La Reina de la Misericordia, que introdujo en mi corazón la santa resolución de unir al culto, la beneficencia”.
Humilde realismo: “Un voto secreto del alma, que hacía tiempo guardábamos celosamente en el corazón con una perplejidad, a veces dolorosa, la cual nace del deseo ardiente de realizarlo, y de la evidente insuficiencia, y diría casi, imposibilidad de los medios.”
Los destinatarios: “Los niños más abandonados (hijos de encarcelados), que viven en condiciones peores que los huérfanos, que llevan sin culpa la marca de la infamia, sin educación y sin freno, que de a poco se darán al vicio y luego al delito”.
La finalidad: “La educación moral y civil de los hijos de encarcelados”.
La idea central: Los positivistas afirman que estos niños nacen y están fatalmente destinados a recorrer, como sus padres, el camino de la delincuencia, y que ninguna prevención, ninguna educación, puede sustraerles de ese trágico fin.
A esto contesta san Bartolo Longo: “Nosotros no creíamos en la omnipotencia del mal; creíamos más bien en la fuerza redentora del bien y en la eficacia renovadora de la educación”.
La novedad: “Esta es una obra cristiana totalmente nueva, que no existe en Francia, ni en Bélgica ni en otras naciones católicas. Italia sería la primera en poseerla”.
San Bartolo Longo resalta cuatro medios pedagógicos en la formación de la niñez y de la juventud, que se encuadran hacia un fin moral y espiritual:
El trabajo: “El trabajo, según nuestra escuela, es esencialmente educador: refrena el instinto del vagabundeo, educa a la paciencia, a la obediencia, al respeto a los superiores y a la autoridad. Emancipa al hombre de la esclavitud y del servilismo, hace que el hombre sea verdaderamente libre”.
“Concuerdo con que el mero trabajo no es medio que pueda educar: yo asocio el trabajo con la oración, elevo el trabajo a oración”. “Además, el trabajo es fuente de bienestar social: suprime la plaga social de la mendicidad. La familia del hombre que trabaja es honesta”.
“En cambio, el hombre que no trabaja se apoltrona en el ocio, y el ocio es el padre de los vicios. El trabajo es causa de economía doméstica, es fuente de paz y de unión en el hogar. El trabajo ennoblece al hombre”.
El estudio: no tanto como adorno intelectual, “para instruir mentalmente, sino para armonizar la cultura de la mente con la del corazón, el sentimiento del deber y la ley del trabajo; todo sostenido y vivificado por la religión.”
La música: “En mi método educativo, es momento muy importante coordinar la fatiga, o el ejercicio del arte mecánico con el estudio de la música, o con el aprendizaje de instrumentos musicales. En general, la música es para mí un elemento de los más relevantes para la educación de esta clase de niños”.
La educación física: coordinada con las otras actividades.
Esto constituye el núcleo de toda su concepción educativa. Pero, como elemento esencial de su pedagogía, permanece la caridad, el amor noble, puro, divino.
Como en toda la tradición cristiana, insistió en el encuentro de dos voluntades libres, unidad en un amor recíproco y en un amor común a Cristo: “Ama a tu educador, porque al educarte te ama, y porque representa a la persona de Jesucristo. Ama, instruye y salva al pobre y al abandonado, porque representa la persona de Jesucristo.”
Bajo esta perspectiva han de ser contempladas las obras de Pompeya, que pasamos a enumerarlas en orden de aparición.
1 – La revista “Il Rosario e la Nuova Pompei”, fundada por Bartolo Longo en 1884. En la primera página se afirma lo siguiente: “Es un obsequio de Bartolo Longo a los devotos de la Virgen del Rosario de Pompeya, a los amigos y sostenedores de sus obras. Es el órgano formativo e informativo del Santuario”.
2 – El Orfanato Femenino. Es el primero de los institutos de beneficencia surgido a la sombra del Santuario. Su fecha de fundación (8.V.1887) coincide con la primera coronación de la Virgen del Rosario. Por una inspiración sobrenatural, Bartolo Longo decidió crear al lado del monumento a la fe (el Santuario), un monumento a la caridad. Ese día acogió a la primera huérfana.
3 – El Instituto Masculino de Bartolo Longo. Acoge a unos 300 jóvenes bajo la orientación de los Hermanos de la Escuela Cristiana. Su origen se remonta al año 1891.
4 – Las “Hermanas Hijas del Rosario de Pompeya”, fundadas por Bartolo Longo en 1897 según las Reglas de la Tercera Orden de Santo Domingo, para dedicarse al cuidado de los niños y las jóvenes. Es uno de los pocos casos en la historia de la Iglesia, donde un laico deviene fundador de una Comunidad religiosa. Son actualmente más de 100.
5 – El Instituto Femenino “Sagrado Corazón”. Es la última promesa del Beato Bartolo Longo convertida en realidad. Data del año 1922.
6 – El Seminario “Bartolo Longo”. Allí se forman los futuros sacerdotes para la asistencia religiosa de millones de peregrinos y la formación cristiana de los alumnos de los diversos Institutos. Surgió en 1949.
7 – La Fundación “Mariana De Fusco-Longo”. Lleva el nombre de la esposa de Bartolo Longo y fue inaugurada en 1965. Su objetivo es acoger a mujeres solas que deciden vivir en Pompeya los últimos años de su existencia.
Carisma de Pompeya: Sin lugar a dudas tiene una doble vertiente: el culto a María y las obras de misericordia, íntimamente unidos.
Lo primero se expresa, por sobre todo, en la devoción del Rosario, no como oración cualquiera, sino como fundamento de la búsqueda particular del hombre de la intercesión de la Madre de Dios. Ello trae consigo la conversión, el espíritu de oración y las obras de caridad.
Respecto a las obras de misericordia, parecieran ser lo más típico de Pompeya. No existe prácticamente algo semejante en otros centros europeos de peregrinación.
El binomio fe y caridad, culto y misericordia, es carisma específico transmitido por Bartolo Longo y que, para bien de tantos hombres, perdura en Pompeya.