Tú no puedes tratar con falta de misericordia a nadie: y, si te parece que una persona no es digna de esa misericordia, has de pensar que tú tampoco mereces nada. -No mereces haber sido creado, ni ser cristiano, ni ser hijo de Dios, ni pertenecer a tu familia…
No descuides la práctica de la corrección fraterna, muestra clara de la virtud sobrenatural de la caridad. Cuesta; más cómodo es inhibirse; ¡más cómodo!, pero no es sobrenatural. -Y de estas omisiones darás cuenta a Dios.
La corrección fraterna, cuando debas hacerla, ha de estar llena de delicadeza -¡de caridad!- en la forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios.
Si sabes querer a los demás y difundes ese cariño -caridad de Cristo, fina, delicada- entre todos, os apoyaréis unos a otros: y el que vaya a caer se sentirá sostenido -y urgido- con esa fortaleza fraterna, para ser fiel a Dios.