Medítalo con frecuencia: ¡soy católico, hijo de la Iglesia de Cristo! El me ha hecho nacer en un hogar “suyo”, sin ningún merecimiento de mi parte. -¡Cuánto te debo, Dios mío!
Recordad a todos -y de modo especial a tantos padres y a tantas madres de familia, que se dicen cristianos- que la “vocación”, la llamada de Dios, es una gracia del Señor, una elección hecha por la bondad divina, un motivo de santo orgullo, un servir a todos gustosamente por amor de Jesucristo.