Fray Nelson. Yo no soy quién para decirle a nadie cómo debe vivir su vida, y tú tampoco. Por consiguiente, no se debe juzgar. Así de simple. — G.G.
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La frase “no soy quién para decirle a nadie cómo debe vivir su vida” impacta. Tiene efecto retórico fuerte. Pero esa frase no corresponde en realidad al tema en discusión.
Decir a alguien cómo debe vivir su vida es pretender adueñarse de la libertad y el destino de esa persona. Nadie niega que eso repugna a la dignidad humana. Pero repito: ese no es el tema en discusión.
El tema de fondo es la generalidad y la superficialidad con que se utilice el “no juzguen.” Y resulta que lo que se plantea como “juzgar” es esto: expresar cualquier parecer sobre actos específicos de personas determinadas.
Dicho de otro modo: estamos ante el sofisma del “hombre de paja”. Se usa la versión hipertrofiada de juzgar (que sería manejarle la vida a otra persona) para decir que no se puede juzgar, mientras que los “juicios” necesarios en la vida cristiana y en toda vida humana no aluden a adueñarse de la vida de nadie sino a llamar bien a lo que bueno y mal a lo que es malo.
Señalar un mal PARTICULAR y mostrar el camino hacia un bien DETERMINADO ciertamente supone una forma de “juicio” pero ese juicio no sólo es lícito sino en cierto modo obligatorio. Es el modo de juicio que los creyentes reconocemos inmediatamente en numerosas palabras de Cristo y luego de sus apóstoles. En ese sentido, ellos ciertamente juzgaron, y con bastante frecuencia.
Si miramos nuestro propio entorno, abundan los ejemplos de cómo es oportuno y razonable juzgar de actos concretos para bien de todos: si oigo a mi amiga que va a seguir un tratamiento con un medicamento que se ha demostrado seriamente perjudicial por sus efectos secundarios, y le digo: “NO te tomes eso porque a la larga te hace más daño que bien,” claramente estoy interfiriendo (muy positivamente) con el curso de sus acciones. No le estoy diciendo qué hacer con su vida pero sí estoy haciendo un juicio sobre qué es bueno o malo para ella. Y es de agradecer.
Si un amigo me cuenta que le es infiel a su novia, y lo cuenta entre risas, porque no le parece grave, y yo le manifiesto, con respeto y cariño pero también con claridad, que no estoy de acuerdo, ese es un juicio. Mi amigo verá qué decisiones toma, pero ¿sería yo mejor amigo de él si no le dijera nada, sabiendo el daño que causa a varias personas, incluyéndose a sí mismo? ¿Es mejor y más correcto dejar que las cosas pasen, y nunca opinar de nada para que nunca digan que estoy juzgando? Y cuando salgan las consecuencias previsibles de una decisión mal tomada, por parte de mi amigo, ¿no tendrá él razón de decirme que por qué no le advertí cuando él estaba enceguecido por sus ilusiones de seductor?
Es evidente que hay muchos modos de juzgar. Habrá quien quiera gobernarle la vida a otros. Habrá quien hable con arrogancia. Habrá quien sea hipócrita. Habrá quien pretenda imponer sus ideas o su religión a toda costa. Pero todos esos ejemplos de maneras perversas de juzgar no eliminan el hecho de que sí hay modos oportunos de juzgar de los ACTOS para hacer bien a las personas, tanto a los directamente implicados como a los que puedan ser afectados de modo colateral.
A la vista de estos hechos, uno ve que es pésima idea absolutizar el tema del “no juzgar.” Por evitar los modos perversos de juicio estamos eliminando bienes muy necesarios, tanto en términos de corrección fraterna (que SIEMPRE supone un juicio sobre actos) como en términos de legislación para grupos humanos.
Por eso me parece oportuno y valiente mostrar que se ha abusado de la expresión “no juzgar” y por ello también es saludable mostrar ese abuso y superarlo.