No querías creerlo, pero has tenido que rendirte a la evidencia, a costa tuya: aquellas afirmaciones que pronunciaste sencillamente y con sano sentido católico, las han retorcido con malicia los enemigos de la fe. Es verdad, “hemos de ser cándidos como las palomas…, y prudentes como las serpientes”. No hables a destiempo ni fuera de lugar.
Porque no sabes -o no quieres- imitar la conducta noble de aquel hombre, tu secreta envidia te empuja a ridiculizarle.
Tú, que estás constituido en muy alta autoridad, serías imprudente si interpretases el silencio de los que escuchan como signo de aquiescencia: piensa que no les dejas que te expongan sus sugerencias, y que te sientes ofendido si llegan a comunicártelas. -Has de corregirte.
Esta ha de ser tu actitud ante la difamación. Primero, perdonar: a todos, desde el primer instante y de corazón. -Después, querer: que no se te escape ni una falta de caridad: ¡responde siempre con amor! -Pero, si se ataca a tu Madre, a la Iglesia, defiéndela valientemente; con calma, pero con firmeza y con entereza llena de reciedumbre, impide que manchen, o que estorben, el camino por donde han de ir las almas, que quieren perdonar y responder con caridad, cuando sufren injurias personales.
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