Aquel sacerdote amigo trabajaba pensando en Dios, asido a su mano paterna, y ayudando a que los demás asimilaran estas ideas madres. Por eso, se decía: cuando tú mueras, todo seguirá bien, porque continuará ocupándose El.
¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque no lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres.
Todo lo de aquí abajo es un puñado de ceniza. Piensa en los millones de personas -ya difuntas- “importantes” y “recientes”, de quienes no se acuerda nadie.