El demonio -padre de la mentira y víctima de su soberbia- intenta remedar al Señor hasta en el modo de hacer prosélitos. ¿Te has fijado?: lo mismo que Dios se vale de los hombres para salvar almas y llevarlas a la santidad, satanás se sirve de otras personas, para entorpecer esa labor y aun para perderlas. Y -no te asustes- de la misma manera que Jesús busca, como instrumentos, a los más próximos -parientes, amigos, colegas, etc.-, el demonio también intenta, con frecuencia, mover a esos seres más queridos, para inducir al mal. Por eso, si los lazos de la sangre se convierten en ataduras, que te impiden seguir los caminos de Dios, córtalos con decisión. Y quizá tu determinación desate también a quienes estaban enredados en las mallas de Lucifer.