Los que alaban al Papa, casi hasta el fanatismo, a veces no quieren ver algunas ambigüedades de doctrina sobre el matrimonio, que saldrán muy costosas para la unidad de la Iglesia en un futuro próximo–como de hecho ya sucede en algunas partes.
Los que critican al Papa, con virulencia y denuedo, omiten a propósito el valor y la fuerza de muchas de sus poderosas enseñanzas, y sobre todo omiten la coherencia que el mismo Pontífice muestra sobre los siguientes temas, entre otros:
(1) Necesidad del testimonio de vida de nosotros los religiosos y sacerdotes, en cuanto a la sobriedad, la austeridad, la generosidad; salir de nosotros mismos, buscar las ovejas extraviadas; estar en guardia frente a los deseos de hacer carrera; la mediocridad y la mundanización.
(2) La importancia, en todo el pueblo de Dios, de la alegría, la ternura, la esperanza, la acogida, el anuncio de la misericordia, la agilidad para servir a todos, la búsqueda de puentes comunes de comunicación, encuentro y construcción del bien común.
(3) La absoluta firmeza de su mensaje–en plena coherencia con el Magisterio anterior–sobre la dignidad inviolable de la vida humana, desde su concepción hasta al muerte natural. El Papa enfatiza con valentía en la atención que merecen los migrantes, los ancianos, las minorías, las mujeres, los discapacitados, los enfermos, y en general los que por cualquier razón parecen menos útiles a ojos del mundo.
(4) La necesidad de simplificar la burocracia eclesial–sin perder calidad ni seriedad, por supuesto–en temas tan delicados como son las causas de declaración de nulidad del sacramento del matrimonio, o la absolución de la excomunión que de suyo acompaña al crimen del aborto.
(5) La urgencia de integrar el conjunto de nuestro servicio al Evangelio con el respeto a la creación, en cuanto “casa común” que compartimos con toda la humanidad, no simplemente como una especie de moda, sino como un deber de justicia para con las generaciones venideras.