Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas. -Parece una perogrullada, pero ¡te falta tantas veces esta sencilla decisión!, y… ¡cómo se alegra satanás de tu ineficacia!
No se puede santificar un trabajo que humanamente sea una pura mediocridad, porque no debemos ofrecer a Dios tareas mal hechas.
Me has preguntado qué puedes ofrecer al Señor. -No necesito pensar mi respuesta: lo mismo de siempre, pero mejor acabado, con un remate de amor, que te lleve a pensar más en El y menos en ti.