No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona -un pariente, un amigo, un colega…, ése que no conoces- es tu hermano. -Acuérdate de lo que relata el Evangelio y que tantas veces has leído con pena: ni siquiera los parientes de Jesús se fiaban de El. -Procura que la escena no se repita.
Imagínate que en la tierra no existe más que Dios y tú. -Así te será más fácil sufrir las mortificaciones, las humillaciones… Y, finalmente, harás las cosas que Dios quiere y como El las quiere.
A veces -comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas- protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar “esos quejidos” en sonrisas, porque resultan muy eficaces.