Me pregunto como podemos ayudar a esas persona que ya están separadas y quieren tener relación con otra mujer decente y cristiana y a la vez tener una vida organizada y acercarse a la Iglesia y comprometerse con ella. No me tome a mal; soy ministro extraordinario de la Eucaristía y me duele en el alma ver como se acerca con los brazos cruzados en el pecho en señal que no puede recibir al Señor. – H.H.
* * *
Bueno, no debemos tratar a los divorciados vueltos a casar como personas inocentes que son víctimas de un sistema legal muy pesado. Cada historia hay que verla en su contexto y particularidad pero, pregunto: ¿Cuando celebraron el sacramento del matrimonio no sabían lo que hacían? Si de verdad no lo sabían, el matrimonio es nulo.
Otra pregunta: ¿Qué lugar tenía Cristo en la vida de los contrayentes cuando se casaron? Si no tenían ningún lugar, el matrimonio de nuevo es nulo.
Y otra más: ¿No equivale a un juramento lo que ellos hicieron ante el altar, poniendo a Dios por testigo? ¿Se puede hacer eso, luego negar a Dios lo suyo, y luego exigir a la Iglesia que los trate como si nada hubiera pasado? ¿No tiene Dios unos derechos? ¿O fue que llegaron al sacramento obligados? Porque si llegaron obligados, de nuevo el matrimonio es nulo: nunca existió.
Por eso repito: no tratemos a los que se han vuelto a casar después de un matrimonio válido como si fueran victimas inocentes. Sus acciones son heridas en el Cuerpo de Cristo, heridas muchas veces visibles en lo que sucede con sus hijos.
El cuidado pastoral de esos hombres y mujeres requiere de misericordia y tacto, pero no tanto tacto que los hagamos intocables, y empecemos a tratar a la Iglesia como culpable, sencillamente por no darles lo que quieren. La verdadera misericordia siempre trae procesos de arrepentimiento, conversión, y renuncias claras a lo que desagrada a Dios.
Eso significa que toda atención pastoral a las personas en esa condición debe empezar por un camino de escucha profunda de la Palabra, hasta que tengamos la certeza de que cada uno y cada una acepta a Cristo sin condiciones. Otra cosa no sería ser cristiano. Es el Cristo compasivo y a la vez que lo exige todo. Es el Cristo colmado de ternura y a la vez el que nos recuerda que la condenación es una posibilidad real.
De hecho, porque Cristo nos ama con tanta fuerza y con tanta delicadeza sabe que nuestros lenguajes más íntimos son los más necesarios para una comunicación plena y abierta con Dios. Por eso interesa el amor. Por eso interesa la sexualidad.
Lejos de la idea que hoy se repite tanto, que el problema de la Iglesia es una obsesión con el sexo, hay que decir que en buena hora la Iglesia es la institución humana que toma más enserio las posibilidades y repercusiones de toda la intimidad humana: porque es puerta de la generación de nueva vida y porque es el lenguaje existencialmente más profundo y vigoroso que tenemos para entender cómo se relaciona Dios con su pueblo y con cada alma.