La Rosa y la Mendiga

Durante su estadía en la ciudad de París, el poeta alemán Reinero María Rilke pasaba todos los días por un lugar donde se hallaba una mendiga. Ella estaba sentada, espaldas a un muro de una propiedad privada, en silencio y aparentemente sin interés en aquello que solía ocurrir a su alrededor.

Cuando alguien se acercaba y depositaba en su mano una moneda, rápidamente con un ademán furtivo guardaba ese tesoro en el bolsillo de su desgarbado abrigo. No daba nunca las gracias y nunca levantaba la vista para saber quién fue el donante. Así estaba, día tras día, echada de espaldas contra aquella pared.

Un día, Reinero María pasó con un amigo y se paró frente de la mendiga. Sacó una rosa que había traído y la depositó en su mano. Aquí pasó lo que nunca había ocurrido: la mujer levantó su mirada, agarró la mano de su benefactor y, sin soltarla, la cubrió de besos. Enseguida se levanta, guarda la rosa entre sus manos y lentamente se aleja del lugar.

Al día siguiente no se encontraba la mujer en su lugar habitual y tampoco durante el día siguiente y el subsiguiente; y así durante toda una semana. Con asombro, el amigo le consulta a Reinero María acerca del resultado tan angustiante de su dádiva.

Rilke le dice:

– “Se debe regalar a su corazón, no a su mano.”

Tampoco se aguantó el amigo la otra pregunta acerca de cómo haya vivido la mendiga durante todos estos días, ya que nadie ha depositado ninguna moneda en sus manos.

Reinero María le dijo:

– “De la rosa”.

Navidad

Era de noche en la tierra;

se había ido el sol,

por no hallarse avergonzado

delante de tu fulgor.

A quien me preguntare

dónde nace la luz,

le diré que amanecía

cuando naciste, Jesús.

Súplica de perdón y sanación

Padre celestial,

que nos has revelado tu bondad

en la vida y la palabra,

en la Pasión, la Muerte y la Resurrección

de tu Unigénito, nuestro Señor Jesucristo:

despierto a tus bienes y a mis males,

vengo a implorar tu misericordia

para mi vida,

para mi muerte

y para el destino eterno que me aguarda.

Desde ahora quiero aceptar tu designio sobre mí,

porque comprendo que tu voluntad habrá de realizarse,

con mi acatamiento o sin él,

pero me parece que redunda en gloria tuya

que mis rebeldías se abajen ante tu majestad

y que mi voluntad busque servirte

no por necesidad sino por amor.

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Escucharte, Señor

Dios y Padre nuestro,

que nos mandas escuchar

la voz de tu amado Hijo

y Señor Nuestro Jesucristo,

concédenos la gracia

de tu Santísimo Espíritu,

para que, siguiendo a tu Cristo,

permanezcamos ante ti:

con oído atento,

con ánimo humilde y obediente,

con corazón quebrantado y humillado,

con espíritu filial y amoroso,

con mente limpia y dispuesta,

con alma generosa y perseverante,

de modo que la palabra de Cristo

habite con toda su riqueza

en nosotros:

como luz en el camino,

como bálsamo en las heridas,

como esperanza en las dificultades,

como reprensión en los pecados,

como alabanza en las alegrías,

como cántico en la gloria,

que en ti gozosos proclamamos

y que de ti confiamos también recibir.

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Hermosa Reina del Cielo

Puestos en la presencia

del Dios Altísimo,

queremos anunciar tus grandezas,

Hermosa Reina del Cielo,

queremos contarte nuestro amor

y ofrecerte nuestros corazones.

Delante de Aquel

que en ti hizo maravillas,

queremos llamarte Bienaventurada,

queremos felicitarte

y alegrarnos contigo.

¿Qué palabras, María, serán suficientes

para proclamar que Dios tomó por Madre

a una creatura?

Tu misterio, Virgen Santa,

nos excede, nos colma y sobrepasa,

nos empuja a mirar al infinito amor

del Señor de la misericordia.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)

Nuevas perspectivas

Sin embargo de lo dicho, sigue como especie de deuda pendiente el reto de la enseñanza moral de la Iglesia. Las grandezas y riquezas del Concilio seguirán de algún modo sepultadas mientras no se aclare la cuestión hermenéutica, es decir, cómo hemos de entender “lo humano”: con qué racionalidad y en qué términos de lenguaje. Esa cuestión es alimentada y alimenta a su vez al problema moral por excelencia, según Kant: ¿qué debo hacer?

La pregunta moral es completamente humana, por una parte; y es de absoluto interés para los cristianos, por la otra. Como vimos en el caso de Juan Pablo II, una teoría demasiado completa y razonada de la propuesta moral cristiana puede introducirnos en el mismo callejón sin salida de la frase aquella: “vamos a explicar a todos qué es la Iglesia…”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)

Benedicto XVI: “A la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor”

Joseph Ratzinger conocía bastante bien el terreno mucho antes de ser elegido Sumo Pontífice. Por su despacho en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha pasado toda la problemática que podamos aquí describir, y sin duda mucho más.

Con un ingrediente adicional: es privativo de esa misma Congregación tratar asuntos relativos a la vida de los sacerdotes, y ello implica una percepción no sólo de los conflictos que pueden suscitar las ideas sino también las heridas que pueden causar los antitestimonios; en suma, lo abstracto y lo concreto de la vida de la Iglesia.

Sobre esta base no es difícil cuánta importancia y tiempo ha dado y quiere dar este Papa a su encuentro y diálogo con sacerdotes y seminaristas. Al dirigirles la palabra, sin embargo, no se limita a lo que podríamos llamar la vida del clero. Sus confidencias parecen más la expresión del deseo de infundir en ellos un modo de entender y amar a la Iglesia.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)

¿Para quién la moral?

El método de Juan Pablo II rindió magníficos resultados pero tiene también su límite, como podemos apreciar al hacer esta pregunta: ¿para quiénes es la enseñanza moral de la Iglesia? Quedemos de acuerdo en que la Iglesia no puede ser correctamente entendida si no es en conexión próxima con el misterio de la redención, pero ¿qué decir de su propuesta moral? Lo que se responda a esta pregunta podría ayudar a esclarecer una de las paradojas del pontificado del Papa Wojtila, que vino a ser a la vez tan amado y tan desobedecido.

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