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Fue el jefe de la expedición apostólica que tuvo como misión la evangelización de la Inglaterra anglosajona, partiendo de Roma en el año 596.
Los misioneros desembarcaron en la isla de Thanet, gobernada por el Rey Etelberto de Kent, quien les ofreció una casa en Canterbury y les dio permiso para predicar el cristianismo a sus súbditos, logrando muchas conversiones, incluso la del mismo rey.
San Agustín reconstruyó en Canterbury una antigua iglesia, que constituyó el primer núcleo de la Basílica Metropolitana y del futuro Monasterio de "Christ Church".
Fuera de las murallas de la ciudad, fundó dos Monasterios más: San Pedro y San Pablo. El Santo pasó sus últimos años empeñado en difundir y consolidar la fe en el reino de Etelberto, e instituyó las sedes de Londres y Rochester.
El 26 de mayo del año 605, San Agustín pasó a recibir el premio celestial.
Queridos hermanos: Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque "toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre". Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.
Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto (1 Pedro 1,18-25)
Salmo
Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos. R.
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: "Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará."
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: "Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir." Les preguntó: "¿Qué queréis que haga por vosotros?" Contestaron: "Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús replicó: "No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" Contestaron: "Lo somos." Jesús les dijo: "El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está reservado."
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos."
Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado (Marcos 10,32-45)
Saber que somos valiosos para Dios porque Cristo derramó Su Sangre por cada uno de nosotros, es una inyección de vida para enfrentar las dificultades que pretenden asfixiarnos, pues pagaron por nosotros con el mismo Cielo 36 min. 23 seg.
En la cruz Cristo hace su último esfuerzo por romper nuestra ceguera espiritual, para que dejemos atrás las tinieblas y podamos recibir la Buena Noticia de salvación. 6 min. 9 seg.
Para valorar la Redención vuelve a la cruz una y otra vez, ten cuidado de no apartarte de la Sangre de Cristo fácilmente porque terminarás mendigando amor y recuerda que tu prójimo es valioso como tú. 6 min. 10 seg.
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1.1 Hace ya varias décadas que los psicólogos nos han convencido de la importancia de la autoestima. Una persona que no se valora o que se desprecia finalmente encuentra la vida insoportable, y la hace insoportable a los demás. Con toda razón hoy se trabaja mucho para que los niños, ya desde temprana edad, descubran sus propios talentos y aprendan a quererse, de modo que las dificultades de la vida no sean la muerte sino el acicate de sus sueños.
1.2 El problema, sin embargo, es que ese modo unilateral de cultivar la autoestima lleva fácilmente al egoísmo, al capricho y a que cada cual se haga una moral a su medida y gusto. En muchos países del llamado primer mundo se da entonces un fenómeno de "narcisismo" que tiene secuelas de aislamiento, capricho, infantilismo y de terrible indiferencia frente al dolor ajeno. Parece que hemos pasado de un extremo al otro: de gente que se despreciaba todo el tiempo, por que sentía que no valía nada, a gente que se quiere mucho, muchísimo, pero se quiere mal, se quiere de un modo idólatra y materialista.
1.3 La autoestima tiene su clave cristiana en la primera lectura de hoy. Pedro nos enseña el propio valor: Sangre de Cristo se pagó por nosotros. Cada uno de nosotros, en realidad cada ser humano, ha adquirido el derecho de decir: "Valgo lo que vale la sangre del Unigénito de Dios."
1.4 Tantísimo valor, sin embargo, no lleva a la vanidad o el narcisismo, porque el que se sabe valioso con precio del sacrificio del Hijo de Dios, sabe que ese despliegue de amor no sólo me muestra quién soy sino quién estoy llamado a ser: ese amor no queda afuera de mí sino que transforma mi propio concepto sobre lo que significa y lo que implica vivir. Ser valioso implica entonces estar dispuesto a reconocer el valor de cada uno de los que son valiosos.
2. La Búsqueda Humana de la Gloria
2.1 El pasaje del evangelio de hoy nos habla de valer y de valor en una clave distinta: la gloria. Estas son las palabras de la petición que hacen los hijos de Zebedeo: "Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Para ellos es evidente que Jesús va camino de la gloria y están ansiosos por asegurar sus puestos.
2.2 Jesús, por su parte, les hace ver de inmediato la distancia entre los pensamientos de ellos y el camino de obediencia y amor que él mismo sigue. Su réplica es: "No saben lo que piden." Hay varios modos, todos saludables, de entender estas palabras.
2.3 Aquellos apóstoles no sabían lo que pedían porque desconocían el camino que llevaba a esa gloria. Esta interpretación brota espontánea del texto escuchado. Cristo les dice: "¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber, o recibir el bautismo con que seré bautizado?" Ellos querían el premio pero desconocían el rigor de la batalla.
2.4 Otra interpretación tiene que ver con el sentido mismo de aquella "gloria." Hemos dicho que la gloria divina es la manifestación de la verdad de Dios. Es algo incomparable, como lo es Dios mismo. Nada se parece a Dios mostrándose en su esplendor y victoria definitiva. Estos Zebedeos se imaginaban las cosas según parámetros que hoy nos parecen muy estrechos. Pensaban quizá en un gran desfile militar o en una sala adornada ricamente, cuando la corte se restaurara en todos su esplendor en Jerusalén. Y querían estar allí, en esa sala o ese desfile. Todo eso parece ridículo. Pero de seguro no es menos ridículo lo que nosotros nos imaginamos que significa "ser importante." Lo verdaderamente importante es ser de Dios, pero esto sólo con trabajo lo descubrimos, y el camino para descubrirlo es el camino mismo de Cristo, hasta la cruz, el sepulcro y finalmente la pascua y la gloria.