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Estos dos Santos han sido junto con San Lucas, los Patronos de los médicos católicos. En oriente los llaman "los no cobradores", porque ejercían la medicina sin cobrar nada a los pacientes pobres.
Lo único que les pedían, era que les permitieran hablarles por unos minutos acerca de Jesucristo y de su Evangelio.
Lisias, el gobernador de Cilicia, se disgustó mucho, porque estos dos hermanos propagaban efectivamente el cristianismo. Trató inútilmente de que dejaran de predicar.
Como no lo consiguió, mandó echarlos al mar. Pero una ola gigantesca los sacó sanos y salvos a la orilla. Entonces, los envió a ser quemados vivos, pero las llamas no los tocaron y en cambio quemaron a los verdugos que los querían atormentar.
El mandatario pagano ordenó que les cortaran la cabeza. Finalmente, derramaron su sangre por proclamar el amor al Divino Salvador.
Junto a la tumba de los dos hermanos gemelos, empezaron a obrarse milagrosas curaciones. El emperador Justiniano de Constantinopla, padeciendo de una grave enfermedad, se encomendó a estos dos Santos Mártires y fue curado inexplicablemente.
H. Tlapacoyan, Ver., México - Te deseo de todo corazón mucha dicha y felicidad en tu corazón, pues te amo, te quiero muchisísimo y por eso deseo que no sufras, que todo te sea felicidad y que todos lo tropiezos de la vida te hagan mas fuerte y que nada ni nadie te detenga para que alcances lo mas deseado en tu vida.
Restrepo-Meta, Colombia - Aniversario de la Fundación de la Comunidad de la Inmaculada Concepción. Bendiciones a todos sus sacerdotes, diáconos, novicios, profesos, aspirantes, deseamos nuestro amado Dios los colme con su gracia, su amor y su misericordia.
La palabra de Dios es acendrada, él es escudo para los que se refugian en él.
No añadas nada a sus palabras, porque te replicará y quedarás por mentiroso.
Dos cosas te he pedido; no me las niegues antes de morir: aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: "¿Quién es el Señor?"; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios.
Apártame del camino falso, / y dame la gracia de tu voluntad. R.
Más estimo yo los preceptos de tu boca / que miles de monedas de oro y plata. R.
Tu palabra, Señor, es eterna, / más estable que el cielo. R.
Aparto mi pie de toda senda mala, / para guardar tu palabra. R.
Considero tus decretos, / y odio el camino de la mentira. R.
Detesto y aborrezco la mentira, / y amo tu voluntad. R.
Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. (Salmo 118)
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: "No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".
Ellos de pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes
Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos (Lucas 9, 1-6)
La vida es un camino y cada decisión que tomas es un paso en ese camino, por eso hay que tener prudencia, poner límites y preguntarse ¿Mis pasos hacia dónde me llevan? 5 min. 13 seg.
1.1 Cuando uno empieza a acercarse a Dios normalmente hace oraciones muy concretas y como muy utilitarias: "quiero ganarme la lotería", "quiero que se me quita esta enfermedad", "quiero que tal persona se fije en mí y me ame." La primera lectura de hoy es una lección muy hermosa y sencilla sobre lo que es hacer peticiones que podemos llamar "sabias."
1.2 El primer ejemplo de este tipo de petición es "aleja de mí falsedad y mentira." Esta súplica es sabia porque entraña la resolución de vivir en la verdad. No es sólo que otros no me digan mentiras sino que yo mismo no las diga ni me las diga. Y vivir en la verdad es conocerse, saber de los propios límites y no cerrarse al desarrollo de los propios talentos: ¡todo un programa de vida!
1.3 La otra petición es sapientísima y se explica como por ella misma: "no me des pobreza ni riqueza, dame sólo lo necesario para vivir; no sea que la abundancia me aparte de ti y me haga olvidarte; no sea que la pobreza me obligue a robar y me lleve a ofenderte." Lo interesante de este ruego es que pone por encima de la necesidad material la unión con Dios; es decir, el criterio para gobernar las cosas temporales es no perder las eternas.
2. El envío
2.1 La lectura de san Lucas, por su parte, nos presenta hoy el envío: momento clave de los evangelios. Tiempo oportuno para recordar la enseñanza que nos dejó Pablo VI en los números 13 y 14 de su Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi", y que aquí transcribimos en parte, adaptando a nuestra numeración.
2.2 Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de la tinieblas a su luz admirable" (1 Pe 2,9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua. Por lo demás, la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha comenzado, es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla.
2.3 La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades" (Lc 4,43), se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!" (1 Cor 9,16). Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.