Por que la figura de la Virgen Maria?

Si tan poco espacio tiene María en el Evangelio ¿por qué la importancia que se le da en nuestra fe?

¿Qué dice de María la Escritura?

La Escritura, en efecto, es discreta al hablar de María; pero ciertos textos del Evangelio nos obligan a superar esa posible impresión. He ahí las palabras de Jesús a San Juan: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero ahora no seríais capaces de comprenderlas. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os hará entender todo» (Jn 16,12-13).

Los primeros cristianos conocen por dos diferentes tradiciones, sorprendentemente convergentes –la de Lucas y la de Mateo– el hecho de la virginidad de María. E intentan comprender el sentido de la salutación a la «favorita de Dios», la «llena de gracia», y el significado misterioso de su canto de reconocimiento: «El Señor hizo en mí maravillas». Maravillas en «la esclava» del Señor…

«Aquel que me sirva será honrado por mi Padre» (Jn 12,26). ¿Hasta qué punto ha honrado Dios a María? Lentamente la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, ha examinado este hecho absolutamente único: una maternidad responsable de dimensión divina.

¿No fue María una mujer sencilla y humilde?

María es el único en que un hijo –¡y qué hijo! Dios mismo– ha podido no solo escoger a su madre, sino colmarla de todas las cualidades necesarias para llevar a cabo su misión.

Otros signos han confirmado esta realidad primera:

En Caná, es María la que provoca el primer milagro.

Al pie de la cruz, tal como nos la presenta San Juan, se manifiesta como una realidad histórica y a la vez simbólica.

María es la nueva Eva que permanece en pie frente al nuevo Adán, al servicio de una nueva creación. Aquí, mejor aún que en el Génesis, la nueva mujer procede del costado abierto del hombre nuevo. Gracias a él, a través de la persona de Juan, viene a hacerse «madre de todos los vivientes» (Gén 3,20).

Los pasajes del Evangelio que parecen mostrarla como una simple servidora dejan entrever al mismo tiempo que ella es la imagen viva de su Hijo, «el Servidor»: «el Hijo del hombre ha venido no para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28).

Así la Iglesia, meditando la Escritura, y avanzando de intuición en intuición, descubre y afirma la maternidad divina de María, su inmaculada concepción, su asunción, y su papel maternal con la Iglesia.

¿Todo esto no parece poco verosímil?

Cierto, estas palabras son duras para quien quiere reducir el misterio de la Iglesia y el proyecto de Dios a los simples límites de la sabiduría humana. ¿Puede Dios conceder tal poder a los hombres y, concretamente, a una jovencita?

Pablo lo ha dicho: «Dios ha elegido lo que a los ojos del mundo es locura para confundir a los sabios» (1Cor 1,27).

Al asomarnos al misterio de María, se nos abren perspectivas insospechadas sobre la humildad de Dios. Para penetraren ese misterio, es preciso aceptar las costumbres divinas. Entonces María ilumina el Evangelio y el Evangelio ilumina a María: «Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esto a los sabios y eruditos de la tierra y lo has revelado a los humildes» (Mt 11,25).

¿Por qué rezar a María?

Si observamos que en la Sagrada Escritura es frecuente recurrir a un hermano para que interceda ante el Señor (Hch 8,24), resulta eminentemente bíblica esta oración que la Iglesia Católica dirige a María.

«Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. Tú eres bendita entre todas las mujeres y es bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

Como un tema musical repetido por cristianos de toda condición y de todos los tiempos, esta oración expresa el culto del Hijo a la madre: «honrarás a tu padre y a tu madre» (Éx 20,12; Mt 15,4).

«El Amor no es más que una palabra, repetida sin cesar y siempre nueva», nos dice Lacordaire. Y en la letanía, de generación en generación, pura y sencillamente, se cumple la profecía de la Virgen: «todas las generaciones me proclamarán bienaventurada» (Lc 1,48).

• «He ahí a tu madre» (Jn 19,27)

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Espiritualidad de la Vida Apostolica, 08 de 12

Espiritualidad de la Vida Apostólica. Retiro Espiritual con las Dominicas de la Inmaculada, en Cuenca (Ecuador).

Tema 8 de 12: María, Consagrada de Dios.

* Hay elementos de la vida de la Virgen María que conectan profundamente con nuestra vida consagrada; son tres especialmente: (1) La virginidad como “reservarse para Dios;” (2) La evangelización como “dar a Jesús;” (3) El misterio de Pentecostés como “sentirnos con y ser Iglesia.”

* Hay por lo menos otros dos elementos nuestros que no tienen una conexión tan evidente con María de Nazareth, y esa conexión no debe forzarse. Son ellos: (1) La convivencia con otras mujeres; (2) La evangelización a través de instituciones constituidas. Es importante ver que eso que parece diferenciar nuestra vida de la vida de la Virgen sencillamente muestra que ella pertenece a todo el pueblo de Dios.

* En cuanto al don virginal, hay que destacar que se trata de una opción libre y personal de ella, movida por el Espíritu Santo, y que sin embargo, la vivió en el contexto de un matrimonio que es verdadero pero que no implica ni contiene trato carnal.

* Este don se manifiesta en su mayor plenitud en Jesucristo. No consiste en represión sino en esa mirada que descubre relación a Dios y necesidad de Dios en todos, con lo cual el deseo no se oprime sino que no surge, porque se establece un tipo de relación distinta, a partir de la misericordia y del anhelo intenso del bien mayor del prójimo, Ciertamente podemos y debemos suponer que de esta clase es el don virginal en María.

* En cuanto al dar a Jesús: Las Bodas de Caná nos enseñan que la evangelización es un propiciar el encuentro con Cristo, que ha de permanecer como único protagonista, y no nosotros. La Visitación nos enseña que el primer recurso de la evangelización es nuestro propio ser, si está colmado de Jesús. La hora de la Cruz nos enseña que las almas cuestan, y que hay que amar a cada una y luchar con amor y confianza por cada una.

* En cuanto a nuestro ser Iglesia, Pentecostés nos enseña que acoger el propio don sólo tiene sentido desde el reconocimiento de los dones preciosos de los hermanos. María de Pentecostés nos educa en la unidad desde la diversidad.

Maria y la sanacion de relaciones intrafamiiares

Cristo utilizó algunas palabras solamente cuando había llegado su “hora,” es decir, en el contexto de la Cruz, de la redención y del amor hasta el extremo. Una de esas palabras, en cuanto referida a los discípulos, es “madre.” La verdad es que sólo a través de la lente de la Cruz podemos aprender a mirar a los demás como Dios los ve.

En particular, el misterio de la Cruz abraza por igual a Juan, el discípulo amado, y a María. Uno ve que la mejor manera de entender qué es una madre, y de sanar la relación con la madre, es descubriéndola primero como hermana, es decir, peregrina en la fe junto a nosotros.

Eso vale también para las relaciones intrafamiliares. Si el hijo se obstina en mirar al papá en primer y único lugar como “papá,” termina leyendo la vida de él sólo desde la óptica de los deberes que tendría que haber cumplido como papá; y lo mismo si el papá se queda viendo al hijo en primer lugar como “hijo.”

Por eso, la mejor forma de reconciliarse dentro de la familia es buscar que el otro primero se encuentre con Dios, sin pretender hacer valer los supuestos derechos que uno cree tener frente a la otra persona.

Inscribirse en la Cofradia del Rosario

cofradia rosario“Puedes formar parte de nuestra Asociación, como Cofrade, con el único requisito de rezar a la Santísima Virgen una parte del Santo Rosario al día (5 misterios). Una vez inscrito te haces beneficiario del tesoro espiritual que ofrece la Orden de Santo Domingo y de las numerosas Indulgencias concedidas a la Cofradía del Rosario….” Click!

Ni la Cruz sin Maria, ni Maria sin el don del Espiritu

12. Inspirado por el Espíritu Santo el justo anciano Simeón dijo a María Santísima: “Y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 35). Con esto le estaba ratificando su incorporación a la Pasión de su Hijo Jesús. Ella sabía lo que estaba profetizado para el Mesías de Israel; por esto, cuando dijo sí a Dios en la Anunciación, estaba diciendo sí también a la Cruz. Jesús, María y la Iglesia son signos de contradicción, porque en ellos es inherente la Cruz: ésta servirá para caída y/o elevación de muchos, servirá para poner a la luz los pensamientos de los corazones de muchos. Por poseer a Jesús, María y la Cruz, la santa Iglesia será ferozmente atacada por el enemigo de Dios y por sus secuaces; y por la Cruz saldrá victoriosa.

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