Resurrección

Había una poesía

que lo era de noche y día.

Vivía sin más razón

que mostrar al corazón

la verdad que él escondía.

Y vino un razonamiento,

de luz también sediento,

que encontró aquella poesía

le preguntó si vivía

y la mató en aquel momento.

Todo quedó tan claro,

tan lúcido, yerto y raro;

que aquel gran razonamiento,

transido de sentimiento,

se supo ya sin amparo.

Lloró con llanto apacible,

y de su río imposible

renació al fin la poesía,

que solamente dormía

en su misterio inasible.

-Fr. Nelson Medina, O.P.

(A mi amigo Alcides)

El Impuesto a la Felicidad

Érase una vez un antiguo reino con gran abundancia de ríos, cultivos y ganados. No todo era felicidad, porque el rey de aquella región era persona muy codiciosa, y fue así que un día decidió poner un impuesto nuevo: el Impuesto a la Felicidad.

La primera reacción de la gente fue esconder su felicidad: ¡no querían que les cobraran por ser felices! Cada uno procuró disimular la sonrisa. Los días eran grises, aunque hiciera mucho sol, y los papás enseñaban a los hijos que debían hacer mala cara en todas partes, y mostrarse siempre amargados o disgustados. Las cosas llegaron a un punto en que los cobradores del nuevo impuesto no sabían a quién cobrarlo, porque sólo la desolación aparecía en los rostros.

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Dios Providente

Dios Providente,

bendito seas por tus misericordias,

porque quisiste hablarnos

y hallaste modo de hacerlo;

porque viéndonos caídos

quisiste levantarnos:

por ello tu Palabra Omnipotente,

hecha carne de nuestra carne,

aunque exenta de toda mancha de pecado,

habló un lenguaje apropiado

a la grandeza de tu misterio

y a la bajeza de nuestra condición.

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