La La Viejecita Irlandesa

Cuentan de una viejecita irlandesa que nunca hablaba mal de nadie. Siempre encontraba algo bueno en la peor persona. Un dia falleció un hombre que parecía atesorar en sí todas las miserias humanas: era ladrón, borracho, pendenciero, pegaba a su mujer y a sus hijos….una verdadera calamidad, un estorbo para la comunidad.

La noche del velorio, llegó la viejecita a la sala donde se iba a rezar el Santo Rosario por el difunto.

Todos se miraron y se decían por dentro: de este si que no podrá decir nada bueno. La viejecita estuvo un momento callada. Parecia que efectivamente no sabía que decir. Al fin,habló:

-Ciertamente sabía silbar. Daba gusto oírle cuando pasaba por debajo de mi ventana todas las mañanas. Le echaré de menos……

Que bueno sería que buscáramos en los demás sus cualidades y no sus defectos.

La Verdadera Riqueza

Una vez un padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo, con el firme propósito de que su hijo viera cuan pobre era la gente del campo.

Estuvieron por espacio de un día y una noche completa en una granja de familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo: – ¿Qué te pareció el viaje? – Muy bonito papá! – ¿Viste qué tan pobre puede ser la gente? – Si! – Y, ¿qué aprendiste? – Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega de una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio llega hasta la pared de la casa del vecino, ellos tienen todo un horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para conversar y estar en familia, tu y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo…. y su hijo agregó: -Gracias papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a ser!!!

La Serpiente y la Luciérnaga

Cuenta la leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga.

Ésta huía rápido, con miedo de la feroz depredadora, y la serpiente no pensaba desistir.

Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada… En el tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y dijo a la serpiente:

-Puedo hacerte tres preguntas?

-No acostumbro dar este precedente a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar…

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?

– No

-¿Yo te hice algún mal?

– No

– Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?

– Porque no soporto verte brillar…

La Rosa y la Mendiga

Durante su estadía en la ciudad de París, el poeta alemán Reinero María Rilke pasaba todos los días por un lugar donde se hallaba una mendiga. Ella estaba sentada, espaldas a un muro de una propiedad privada, en silencio y aparentemente sin interés en aquello que solía ocurrir a su alrededor.

Cuando alguien se acercaba y depositaba en su mano una moneda, rápidamente con un ademán furtivo guardaba ese tesoro en el bolsillo de su desgarbado abrigo. No daba nunca las gracias y nunca levantaba la vista para saber quién fue el donante. Así estaba, día tras día, echada de espaldas contra aquella pared.

Un día, Reinero María pasó con un amigo y se paró frente de la mendiga. Sacó una rosa que había traído y la depositó en su mano. Aquí pasó lo que nunca había ocurrido: la mujer levantó su mirada, agarró la mano de su benefactor y, sin soltarla, la cubrió de besos. Enseguida se levanta, guarda la rosa entre sus manos y lentamente se aleja del lugar.

Al día siguiente no se encontraba la mujer en su lugar habitual y tampoco durante el día siguiente y el subsiguiente; y así durante toda una semana. Con asombro, el amigo le consulta a Reinero María acerca del resultado tan angustiante de su dádiva.

Rilke le dice:

– “Se debe regalar a su corazón, no a su mano.”

Tampoco se aguantó el amigo la otra pregunta acerca de cómo haya vivido la mendiga durante todos estos días, ya que nadie ha depositado ninguna moneda en sus manos.

Reinero María le dijo:

– “De la rosa”.

Navidad

Era de noche en la tierra;

se había ido el sol,

por no hallarse avergonzado

delante de tu fulgor.

A quien me preguntare

dónde nace la luz,

le diré que amanecía

cuando naciste, Jesús.

Súplica de perdón y sanación

Padre celestial,

que nos has revelado tu bondad

en la vida y la palabra,

en la Pasión, la Muerte y la Resurrección

de tu Unigénito, nuestro Señor Jesucristo:

despierto a tus bienes y a mis males,

vengo a implorar tu misericordia

para mi vida,

para mi muerte

y para el destino eterno que me aguarda.

Desde ahora quiero aceptar tu designio sobre mí,

porque comprendo que tu voluntad habrá de realizarse,

con mi acatamiento o sin él,

pero me parece que redunda en gloria tuya

que mis rebeldías se abajen ante tu majestad

y que mi voluntad busque servirte

no por necesidad sino por amor.

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Escucharte, Señor

Dios y Padre nuestro,

que nos mandas escuchar

la voz de tu amado Hijo

y Señor Nuestro Jesucristo,

concédenos la gracia

de tu Santísimo Espíritu,

para que, siguiendo a tu Cristo,

permanezcamos ante ti:

con oído atento,

con ánimo humilde y obediente,

con corazón quebrantado y humillado,

con espíritu filial y amoroso,

con mente limpia y dispuesta,

con alma generosa y perseverante,

de modo que la palabra de Cristo

habite con toda su riqueza

en nosotros:

como luz en el camino,

como bálsamo en las heridas,

como esperanza en las dificultades,

como reprensión en los pecados,

como alabanza en las alegrías,

como cántico en la gloria,

que en ti gozosos proclamamos

y que de ti confiamos también recibir.

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Hermosa Reina del Cielo

Puestos en la presencia

del Dios Altísimo,

queremos anunciar tus grandezas,

Hermosa Reina del Cielo,

queremos contarte nuestro amor

y ofrecerte nuestros corazones.

Delante de Aquel

que en ti hizo maravillas,

queremos llamarte Bienaventurada,

queremos felicitarte

y alegrarnos contigo.

¿Qué palabras, María, serán suficientes

para proclamar que Dios tomó por Madre

a una creatura?

Tu misterio, Virgen Santa,

nos excede, nos colma y sobrepasa,

nos empuja a mirar al infinito amor

del Señor de la misericordia.

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