Tiempo para el Evangelio – A la Hora de Partir

Ante la fugacidad de los días que corren y corren, hasta parecer alcan­zarse unos a los otros, se preguntaba un cristiano qué habría de quedar de tantos afanes. Y en sueños oyó que el Señor le hablaba:

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me conocieras, y que en mí supieras quién eres. Ahora tu historia llega a su final. El tiempo se ha venci­do y ya es hora de dejar de escribir y de leer lo que has escrito. Mira, pues, tu pasado, que ya no volverá, y mira la eternidad que te aguarda. Ha concluido tu oportunidad para el bien y tu ocasión para el mal. Veamos entonces quién fuiste, quién eres y quién serás.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me amaras, y que en mí amaras cuanto existe. Revisa tu libro. Mira dónde está escrita la palabra “amor”. Esa palabra me interesa. Mira ahora si está escrita con minúscula o con mayús­cula. Bien, puedes borrar tus amores minúsculos; esos no franquearán la muerte. Fueron, pero ya no son. Revisa de nuevo tu libro. Haz un índice de tus Amores mayúsculos, esto es, los que han nacido de mi Amor. Puedes escribir esas palabras con oro puro, porque durarán para siempre.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que me sirvieras, y que así fueras dueño del hermoso mundo. No olvides que yo soy el Señor. ¿Ves tus páginas en blanco? Son tus caprichos: puro tiempo perdido: ¡nada! ¡Nada quedó de ellos! Cuenta las palabras vacías, las sonrisas falsas, los cinismos ver­gonzosos, las hipocresías, las rebeldías infantiles, la soberbia. Por cada una de esas palabras, una lágrima; y por cada una de esas sonrisas, un gemido; y por cada cinismo, un agudo lamento; y por cada hipocresía, un nuevo dolor; y para la soberbia, fuego: fuego puro. Es el precio que pagaste.

Sólo una cosa era realmente impor­tante: que tu estuvieras escrito en mi Libro. ¿No oíste hablar del Libro de la Vida? Lee, pues, ahora. Busca tu nombre en mis páginas. Lee en mí. Yo soy una cosa con mis palabras. Lee entonces en mí. Mira si te pareces a mí, después que yo quise parecerme tanto a ti. Y si te vieres escrito en mi Libro, alégrate. Porque el tiempo ya no espera. Y ahora, cuando ha llegado el momento de partir, sólo lo importante vale. Levántate, pues, y habla. Yo soy Jesucristo; tú, ¿quién eres?.

Así comienza a hablar el Señor, en el umbral de la muerte.

Tiempo para el Evangelio – Adelantar el Juicio

Anticipar La Salvacion

Cansado de tantas y tan diversas opiniones de la gente, un cristiano meditaba sobre la verdad de las cosas. Y confiado en que la sabiduría divina es más firme que los decires humanos, llegó a escuchar a su Señor, que con acento firme le decía:

Muchas personas han vivido y viven pendientes de los juicios y prejuicios de los demás. Su vida es un mar tormentoso, sometido a todos los vientos y todas las olas. Pero muchísimas más personas pretenden vivir al margen de toda opinión ajena. Se imaginan que son norma para sí mismos, y con ello lo único que han logrado es agregar, a la tormenta, la noche.

La verdad es que tampoco la palabra que tú dices sobre tu vida es definitiva. Unas veces estás alegre y otras triste; por un tiempo te levantas con soberbia, y luego te deprimes en profundo abatimiento. Además, no conoces toda la verdad sobre ti, y bien puede ser que en algunas de tus culpas seas menos malo de lo que piensas, y en algunas de tus buenas obras merezcas menos elogios de los que pretendes.

He aquí que yo tengo algo que decirte y algo qué decir sobre ti. Dios, mi Padre, que te ha formado, conoce tu ser: sus ojos no sufren la mentira de las apariencias y sus manos llevan siempre a término las palabras de su boca. El da la muerte y la vida, hunde en al abismo y levanta, da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece.

Bien lo dijo mi Predicador: Es viva y eficaz la palabra de Dios, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y las médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien has de dar cuentas.

Hoy es un día de gracia; este es tiempo de misericordia. ¡No se ha pronunciado la última palabra sobre tu vida! Dios hace de ti palabra suya cuando te crea cada día, cuando te habla cada mañana, cuando te escucha cada tarde. Pero, atiende: llegará un día último, en el cual no haya más que hablar. Ese Día, Dios dirá qué piensa de ti, de tus juicios, de tus obras, de tus pensamientos, de tu amor.

Hoy te hablo, y aquel día te hablaré. Pero hay esta diferencia: cuando escuches esa última palabra, que resonará en toda la Creación y en todos los rincones de la Historia tú sabrás por fin quién eres.

Piensa en que la muerte, mi muerte y la resurrección, mi resurrección han llevado al extremo la Historia. Nada encontrarán los siglos más grave o más terrible que mi muerte; nada más admirable o más glorioso que mi resurrección. Ven. Abraza mi Muerte, que es el Juicio; acoge mi Resurrección, que es la Justicia. Que si Dios te justifica, ¿quién te condenará?

Escucha: Dios, sabiendo cuánta majestad y poder hay en su Palabra, ha querido anticipar el Juicio en forma de inagotable torrente de misericordia, perdón, redención y salvación. Soy Dios para ti, soy Dios contigo, soy Jesucristo. Dios te concede adelantar el juicio para ofrecerte de una vez su justicia salvadora y así liberarte no sólo del pecado y del castigo, sino también del temor al pecado y al castigo.

Escucha: nada puede traerte tanta paz como saber que por encima de las opiniones ajenas y de los complejos tuyos, está el parecer de mi Padre Celestial. Mira que ahora te salva el que luego te juzgará. ¿Habrá que temer ese juicio, si ya te lo anuncia mi Cruz? ¿Habrá que temerlo, si el Juez quiere otorgarte su perdón?

No temas, cristiano, no temas. Escucha la palabra del que venció la muerte y ahora vive Resucitado de entre los muertos: “Shalom. La paz contigo”. Desde más allá de la Historia, te saluda mi voz y te dice: “La paz contigo”. Desde la victoria te canta mi alma y te ofrece el Espíritu de Verdad, que te guía hacia la Verdad completa. Desde tu futuro junto a mí, desde lo que estás llamado a ser, mis ojos se alegran aguardándote. Pero también desde el pasado, desde la noche de la Cruz, mis ojos te reconocen: he dejado que allí te miren para que no olvides cuánto te amo y cuál es el camino hacia la gloria.

Hoy es tu día de salvación. Hoy me has escuchado. Reconoce quién soy yo y quién eres tú. Conociéndote ante Dios, anticipas el Juicio; conociéndolo en ti, anticipas tu salvación. Guarda silencio, por hoy. Deja que yo te hiera y te cure; deja que te quebrante y te reconstruya; ven a morir conmigo, ven a resucitar a mi lado.

Sorprendido del esplendor divino, el cristiano levanta su mirada y por un fugaz instante ve la sombra luminosa de la Cruz. Entonces sonríe del mundo, y siente un cariño inmenso por todos los mortales.

Vivir el Evangelio – Habla Jesucristo

Se acerca el cristiano para escuchar a Cristo, su Señor, y oye palabras que tienen sabor de eternidad y fuerza de vida. Con grande amor y majestad habla Jesucristo, y dice:

Nadie te amó tanto como yo. Te conocí y te amé antes de que existieras. En el vientre de tu madre tejí con amor tu organismo, y plasmé en ti la imagen mía, y así te hice semejante a Dios. No dejé de amarte cuando pecabas; no se enfrió mi amor cuando te alejabas de mí. Desde la Cruz vi tu rostro, y con mi muerte transformé la maldición que te agobiaba en una bendición sin límites. Tampoco ahora ceso de amarte. Soy tu fuerza y tu vida.

Me perteneces. Me pertenecen tus alegrías, porque yo soy tu verdadera alegría, y lejos de mí sólo se siente tristeza de muerte. Me pertenecen tus pensamientos, porque yo lleno tu pensa­miento y tu ser. ¿En qué puedes pensar que esté lejos de mi poder o de mi misericordia? Me pertenece tu sangre, que yo lavé y limpié con mi propia Sangre. ¿Cómo sería tu vida, si yo te quitara mi vida? Yo no quiero un poco de ti, porque yo no te di un poco de mí. Quiero todo de ti, pero lo quiero con amor.

Dime, ¿a quién sirves? ¿No has escu­chado que yo he recibido todo poder de mi Padre? ¿Conoces la diferencia entre servirme a mí, que tanto te amo, y servir a los poderes de este mundo, que tanto te odian? Yo llamo “amigos” y “hermanos” a quienes me sirven, y yo mismo soy su fuerza, su alegría y su recompensa. Esos poderes, en cambio, tratan a sus siervos como esclavos y enemigos; son insaciables, reclaman cada vez más tiempo, más dinero y más amor. Son ladrones que desearían destruirte, beberse tu sangre y darte por recompensa la muerte.

Sin embargo, no temas. Estoy más cerca de ti que cualquier amigo o enemi­go tuyo. Cuando duermes, son mis brazos quienes te sostienen en el ser; cuando despiertas, son mis ojos quienes ilumi­nan los tuyos.

Conozco toda la creación, del alto cielo a lo profundo del abismo. A cada uno le doy cuanto necesita. Hay quien requiere sólo agua y luz, y yo le doy agua y luz. Tú fuiste creado por mi Padre para participar y gozar del mismo Espíritu por el que soy Cristo. Naciste para ser en mí, y en mí ser como Dios. Yo quiero colmar tu deseo. No soy envi­dioso ni mezquino. Me gozo mirándote, cuando en ti descubro la bondad y el poder de mi Padre. Quiero darte lo que necesitas; quiero saciarte de lo que ya es tuyo, porque yo lo gané para ti en la noche de la Cruz y en el día de la Resurrección. Bien sabes que mi Resurrec­ción no conoce fin, y que yo tengo las llaves de la muerte. A ti quiero darte vida.

Todos son movidos por el poder de mi Dios, según el ser que de él han recibi­do. Mi Padre obra en las piedras como piedras que son. El es dureza y consis­tencia para ellas, y así las sostiene en el ser que les dio. Su poder, empero, es distinto luego en la delicadeza de las plantas, en la belleza de las flores, en la altura de los árboles, en la inteli­gencia de los ángeles o en cualquiera otra de sus obras. En el hombre, el poder de Dios, mi Padre, no sólo es vida natural, sino también vida de la gracia. Por eso yo no te obligo como si fueras una piedra, sino que te amo y te doy mi gracia, para que en ti halle su perfec­ción el deseo de mi Padre y resplandezca más y más su gloria.

Te amo con amor eterno: con el Amor que he recibido de mi Padre. Y mi amor es poderoso en ti, como en las demás criaturas. Si me amas, sentirás mi amor como calor de vida; si renuncias a amarme, sentirás mi amor como fuego de condenación y oprobio. Porque has de saber que el Amor que procede del Padre y de mí llena todo lo creado; para quienes creen y aman, ese Amor es Amor; pero para quienes no creen y sólo entienden de odio, tal Amor les parece odio y les produce fastidio, y por eso hablan mal del Espíritu Santo y del designio de mi Padre Dios.

No quiero que te suceda nada malo. Puesto que yo fui hasta ti y permanezco contigo en mi naturaleza humana, y ahora glorificado sigo siendo verdadero hom­bre, del mismo modo quiero que vengas a mí y permanezcas conmigo y seas Dios conmigo, en justicia y santidad. Ya que te he acogido como amigo y hermano, recíbeme tú también: dame amplio espacio en ti. Quiero vivir en ti; quiero imperar y ser Señor en ti, para gloria de mi Padre y para salvación tuya. Ya que mi amor se ha vuelto tiempo para esperarte, no tardes más; haz que tu amor y tu voluntad se hagan pronta y solícita respuesta. Llámame y estaré contigo. No te apartes de mí, que yo me quedaré a tu lado. Quiero formar un gran Rebaño; deseo congregar a la familia de los hijos de Dios, porque anhelo celebrar mis Bodas con la Iglesia Santa.

Con estas y muchas otras palabras sabe hablar Cristo a quien desea escucharle.

Tiempo para el Evangelio – Retorno a los Escritos de Vida Espiritual

Presentación

“Muchas veces y de muchas modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien hizo los mundos, el cual, siendo resplandor de su gloria e impron­ta de su substancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas” (Heb 1,1‑3).

Puede decirse, con la debida reveren­cia, que el presente folleto desea ser un comentario al texto precedente. Jesucristo es la Palabra del Padre, el Mensaje supremo, la Noticia importante, Aquello que necesitábamos saber, Aquel a quien debíamos conocer. Su voz, llegada a nosotros por medios comunes o extraor­dinarios, nos conduce a la revelación del Rostro de Dios en el Hombre. En el momento sublime de la Cruz, esta revela­ción se hace desconcertante, pero plena y definitiva.

Bajo la autoridad y parecer de la santa Iglesia Católica, se ofrecen las palabras aquí escritas. Quiera Dios, el Padre que se nos ha revelado enteramente en Cristo, su Hijo, Nuestro Señor, acogerlas y hacerlas germinar, para su honor y gloria.

Fr. Nelson M.

¿Por qué, mi niño?

¿Por qué has de ir con el rostro bajo? ¿Quién apagó la luz de tus ojos?
¿Por qué a veces te hablo y no me respondes? ¿Por qué gritas en mis oídos “dónde estás”, y luego tapas los tuyos cuando te susurro “aquí”? ¡Oh, mi niño! ¡Y te disgusta que te llame “niño”! Pero sigues siendo un niño, y sigues siendo mío.

¿Por qué quieres limitarme? ¿Por qué quieres que mis promesas se parezcan a tus deseos? ¡Oh, mi niño! Saldrías ganando si me aceptaras, y así ganaras la posibilidad de ser conmigo.

¿Porqué te haces daño? ¿Por qué quieres hacerme sufrir, privándote de mí? ¡Oh, mi niño! Caminas por mi mundo y bajo mi cielo; respiras mi aire, bebes mi agua y te alimentas de mis campos; yo te arropo, te doy piso y te hago ser. Sin mí pierdes lo mejor de ti.

¿Por qué te ocupan tanto tus cosas? ¿Por qué tus pensamientos te parecen tan importantes? ¡Oh, mi niño! Desearías apagar mi sol para que se viera bien tu linternita. ¡Y a veces pateas la tierra que te sostiene! Sería mejor besar esa tierra y agradecer ese sol.

¿Por qué me empequeñeces? ¿Por qué me tratas como si no me conocieras? ¡Oh mi niño! He hecho todo para que me conoz­cas. Yo no ahorro esfuerzos, no guardo nada para mí, no tengo segundas inten­ciones, no prometo más de lo que tengo ni ofrezco menos de lo que soy.

¿Por qué huyes de mi dulzura? ¿Por qué saboreas tus venenos? ¡Oh mi niño! ¡Se te ha lastimado el paladar, se te ha embotado el gusto! Al contrario: ¡qué suave bondad y qué gozo embriagará tu alma cuando al fin vuelvas a mí!

“Ven, entonces. Ven a cenar a mi Casa: a comer de mi Pan y beber de mi Vino. Ven a alegrarte conmigo”.

Sanando las Primeras Experiencias Afectivas

Santa Catalina de Siena escuchó decir a Dios: “el alma humana está hecha de amor, porque por amor la creé, y por ello no puede vivir sin amor”. San Agustín enseñó: “el amor de mi alma es el peso que hace inclinar a mi alma”. San Juan nos enseña: “el que no ama, permanece en la muerte”(1 Juan 3,14).

De todo esto aprendemos que el amor no es un accidente ni un adorno en nuestra vida, sino el motor mismo que nos mueve. La gran pregunta al final de la vida es: “¿amaste?”. Mas sabemos también que no todo amor es digno de ese nombre. Nada nos lastima tanto como un amor falso, un amor traicionado o un amor utilizado.

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10. El Santo Nombre De Dios

10.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La Iglesia peregrina comienza toda oración invocando el Nombre de Dios. Hoy quiero que conozcas un poco de las riquezas de esta invocación, y que descubras qué inmenso tesoro se halla en pronunciar este Nombre.

10.2. Si el segundo de los mandamientos de la Ley de Dios quiere preservar la santidad de este Nombre, es porque sin Él no sabrías a quién llamar. El Nombre de Dios es la victoria sobre la soledad radical del hombre en el cosmos inmenso. Sin ese Nombre no podrías llamar “infinito” sino al universo mismo, y sería éste universo la referencia última de toda realidad humana. Tal fue el terrible drama que vivió el mundo pagano, que aunque decía tener dioses, éstos en el fondo eran parte constitutiva del mismo universo en que estaban los hombres. Tales “dioses” eran una prolongación de las necesidades y anhelos de la raza humana, y en este sentido, sólo eran expresiones de la indigencia de quienes les daban culto.
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Tres Rosas para Maria

1. Detalles de hijos

Este rato de conversación delante del Señor, en el que hemos meditado sobre la devoción y el cariño a la Madre suya y nuestra, puede pues, terminar reavivando nuestra fe. Está comenzando el mes de mayo. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos —cosas pequeñas, atenciones delicadas—, que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo. (Es Cristo que pasa, 149, 5).

2. Nos enseña a ser hijos

Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús. (Es Cristo que pasa, 143).

3.Rosario de amores

En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar —no hace falta la palabra, el pensamiento basta— las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana —precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado—, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad. (Es Cristo que pasa, 142, 6).

Por: San José María Escrivá de Balaguer

Tres Rosas para Maria

1. Detalles de hijos

Este rato de conversación delante del Señor, en el que hemos meditado sobre la devoción y el cariño a la Madre suya y nuestra, puede pues, terminar reavivando nuestra fe. Está comenzando el mes de mayo. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos —cosas pequeñas, atenciones delicadas—, que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo. (Es Cristo que pasa, 149, 5).

2. Nos enseña a ser hijos

Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús. (Es Cristo que pasa, 143).

3.Rosario de amores

En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar —no hace falta la palabra, el pensamiento basta— las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana —precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado—, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad. (Es Cristo que pasa, 142, 6).

Por: San José María Escrivá de Balaguer

Tiempo de Adviento

Tiempo de preparación, de esperanza, de alegría, de conversión, para recibir a Jesús con una actitud abierta al cambio.

Es la oportunidad de un nuevo encuentro con Él. Un tiempo para volver a empezar, para renovarse, para hacer un plan de vida, para tratar de ser mejores.

El tiempo en que los cristianos nos preparamos espiritualmente para celebrar la Navidad, que conmemora la primera venida de Jesús, pero que también hace que nuestra atención y nuestra esperanza se dirijan hacia la segunda venida de Él, que sucederá como lo prometió, al final de los tiempos…

Para esperar la llegada de Jesús, es necesario limpiar nuestro castillo interior, tirar lo que no le sirve a nadie, lo que nos impide ser mejores, lo que está de más.

Decora tu interior con un ambiente cálido, donde reine el amor, la comprensión, el perdón, la armonía. No malgastes tu tiempo y tu energía en tonterías, recuerda que la vida es “tiempo”.

Busca un momento para meditar, para estar en unión con Dios, para pedirle su luz como guía, para pedir por los enfermos o por la paz del mundo.

Y da lo mejor de ti para colaborar con la obra que Dios quiere realizar a través tuyo.

Presencia Espiritual

Sublime presencia me rodea. Fragante aroma fluye en la estancia. Es el Señor que llega a mi encuentro. Es su Espíritu que derrama su esencia. Pequeño y diminuto soy ante su infinita grandeza. Mi voz es un susurro comparado con el trueno de su respiración. Cuando habla, me asombra la ternura del tono de su voz. Suave a la vez que firme. Simple a la vez que profundo.

A veces me pregunto si mi alma sabe entender su lenguaje, pero sé que su Espíritu me ayuda. Quizás mi rubor no me deja disfrutar bien de su mirada, la cual sé que me atraviesa, me abrasa con llamas de amor que purifican mi ser por completo.

De pronto, Él pone la mano en Su boca, me pide que cante alabanzas. La voz de mi alma le alaba. Mi espíritu entero le adora. Mi boca no pronuncia palabra, porque el silencio expresa el lenguaje del alma.

¡Ay, mente mía! ¡Quién pudiera acallarte! Interrumpes la preciosa comunión con mi Amado. Me impides gozar por completo de la Sabiduría de mi Padre. ¿No sabes que en ti no cabe todo lo que Él quiere enseñarme? ¿Querrás tú comprender todo el misterio de la Luz Divina? No puedes, pequeña, alcanzar a discernir la bendición que derrama la sombra de Su manto, y ¿quieres ya contemplar la belleza de Su rostro?

Espera hasta el día de tu resurrección, mi pequeña, cuando del polvo te levante la gloriosa venida de mi Cristo, para invitarte a contemplar su Boda con la Novia. Olvidarás por completo toda vanidad que hayas aprendido en la tierra. Descubrirás la verdad eterna del amor de Dios.

Mientras tanto, pequeña, duerme. Duerme mientras mi alma y espíritu contemplan Su gloria, no sea que te envanezcas y me pierdas. Y al despertar, mi pequeña, un sueño de amor quedará en tu memoria, para que te impregnes de aquella fragancia y de su sublime presencia, de modo que Él sea tu anhelo, y así dispongas de la bendición y el poder de su gracia para vencer las cadenas de tu ego.

Y ahora… silencio… alguien toca a mi puerta… es Él.

Sinopsis del Padrenuestro

Las 7 Metas… ¡a la inversa!

Carta de Jesús para ti:

Querido hermano y hermana: La oración del Padrenuestro que Yo, Jesús, os enseñé, es un resumen de vida divina, de las 7 metas que tiene que conseguir el cristiano, ¡presentadas a la inversa!: Son 7 peticiones. La primera petición se tiene consiguiendo la segunda; la segunda, teniendo la tercera; la tercera, teniendo la cuarta, y así sucesivamente (Mat.6:9-13).

1- La primera petición y meta final del cristiano es “que el nombre de nuestro Padre celestial sea santificado”. Alabar a Dios con sumo gozo por cada segundo del día y de la noche, es la vida eterna del Cielo (1). Alabar a Dios, santificarlo, glorificarlo, adorarlo, darle gracias con gozo en cada segundo del día y de la noche es la meta del cristiano en la tierra, la forma de orar continuamente, y el secreto de vivir siempre con gozo en la tierra (1b).

2-Para obtener la primera petición hay que tener la segunda: “venga a nosotros tu reino”. El Reino de Dios es Jesús, Yo, en tu corazón. Es la esencia del cristiano, ser portador de Cristo. Y si Yo, Jesús, vivo en tu corazón, en verdad vas a santificar el nombre de Dios, con tu palabra y sobre todo con tu vida divina (2).

3- Para vivir en el Reino, hay que “hacer la voluntad de Dios en tu vida tal como se hace en el Cielo”, que es la tercera petición, la meta clave en la vida. “Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (3).

4- No es fácil hacer la voluntad de Dios en cada segundo del día. Para poderlo hacer en la peregrinación de la tierra, tenéis que comer a diario “el pan nuestro de cada día”, ¡la Eucaristía!, que Dios te la da a diario, pero tu tienes que ir a recibirla cada día (4). Este es la cuarta petición, la central, la vida y sostenimiento de todos los días.

5- Para poder recibir la Eucaristía, hay que cumplir la quinta petición: “perdonar las ofensas de los hermanos”, porque si antes de recibir la Eucaristía recuerdas que has ofendido a alguien, o que no lo has perdonado, deja tu ofrenda en el altar, y vete antes a reconciliarte con el. Y es tremenda esta quinta petición, porque “le pides a Dios que te perdone tal como tu perdonas al vecino”… si tu no perdonas, le pides a Dios que no te perdone (5).

6- La sexta petición y meta es “no nos dejes caer en la tentación”. Es básica, porque la vida en la tierra es un período de prueba para ganarte la vida eterna, y vas a tener tentaciones, pruebas, y precisamente cuanto más ores y más penitencia hagas más tentaciones vas a tener, como las tuve Yo, Jesús, cuando oré y ayuné por 40 días en el desierto (6).

7- La séptima y última petición es la raíz de todo, “líbranos del mal”. El Pecado es el único mal del cristiano… y del pagano. Quien vive en pecado, no está en nada, mi hermano. Quien vive en gracia de Dios, vive en el amor. Para eso vine Yo, Jesús, al mundo, para quitar el pecado, y para que viváis en Dios. Quien vive en pecado, pertenece a Satanás, quien vive en gracias de Dios, me tiene a mi, a Jesús, en su corazón, vive en la tierra, ya, en el amor, glorificando y dando gracias continuas con sumo gozo al Señor, ¡aunque se hunda el mundo a su alrededor!.

1- Apoc.4:8,9,11… 1b- 1Tes.5:16-18… 2- Gal2:20… 3- Mar.3:35… 4- Jn.6:48-58, 1Cor.11:29-30… 5- Mat.5:23-24, 6:12,14… 6- Mat.4, Luc.4… 7- Jn.1:29,36, 1Jn.3:4-10.

La Señal de la Cruz

Como este gesto vuelve con frecuencia en mi jornada, tengo el peligro de hacerlo sin prestarle la atención que se merece. Sin embargo es precioso por su historia, por su significado y por su poder.

Es la señal de mi fe; muestra quién soy y lo que creo. Es el resumen del Credo. Es la señal de mi agradecimiento. Tengo que hacer con amor y emoción este gesto que me recuerda que Jesús ha muerto por mí. Es la señal de mi intención de obrar, no para la tierra, sino para el Cielo. Al hacerla, y pronunciando estas misteriosas palabras.

-“EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO” me comprometo a obrar:
• en el nombre del Padre que me ha creado,
• en el nombre del Hijo que me ha redimido,
• en el nombre del Espíritu Santo que me santifica.
En una palabra: a actuar como hijo o hija de Dios.

Este signo es la señal de la consagración de toda mi persona.
Al tocar mi frente: rezo a Dios todos mis pensamientos.
Al tocar mi pecho: consagro a Dios todos los sentimientos de mi corazón.
Al tocar mi hombro izquierdo: le ofrezco todas mis penas y preocupaciones.
Al tocar mi hombro derecho: le consagro mis acciones.

La señal de la Cruz es en sí misma fuente de grandes gracias. Debo considerarla como la mejor preparación a la oración, pero ya es en sí misma una oración, y de las más impresionantes. Es una bendición.

Si me emociona ser bendecido por el Papa, por un obispo, ¡cuánto más ser bendecido por el mismo Dios!.
Señor, concédeme la gracia de hacer de mi señal de la cruz un “Heme aquí” motivador para la oración, para la acción, para mi día entero; así como una poderosa llamada de las bendiciones del cielo sobre mí.

Los Santos del Futuro

Imagino así a nuestros católicos santos del futuro:

Abiertos al asombro, no al capricho;
fieles en la Roca, aunque no inmóviles;
felices, no superficiales;
firmes, no intransigentes.

Abiertos, y a la vez, muy lúcidos;
lúcidos, y a la vez, muy obedientes;
humildes, pero no acomplejados;
capaces de amar, de esperar y de creer.

Prontos al silencio que deja hablar a Dios,
nunca en silencio cuando se ofende su gloria;
dóciles a la Palabra, cercanos a quien la proclama,
con voz que Cristo quiso autorizada.

Capaces de perdonar y de pedir perdón,
capaces de ternura, poesía y clamor;
capaces de alabanza y de dulce canción;
capaces, por gracia, del Cielo y de Dios.

Con un centro: Jesús que da vida;
y un punto de encuentro: la Santa Eucaristía;
y una referencia: la Virgen María,
que impregna de Pascua la noche y el día.