Sinopsis del Padrenuestro

Las 7 Metas… ¡a la inversa!

Carta de Jesús para ti:

Querido hermano y hermana: La oración del Padrenuestro que Yo, Jesús, os enseñé, es un resumen de vida divina, de las 7 metas que tiene que conseguir el cristiano, ¡presentadas a la inversa!: Son 7 peticiones. La primera petición se tiene consiguiendo la segunda; la segunda, teniendo la tercera; la tercera, teniendo la cuarta, y así sucesivamente (Mat.6:9-13).

1- La primera petición y meta final del cristiano es “que el nombre de nuestro Padre celestial sea santificado”. Alabar a Dios con sumo gozo por cada segundo del día y de la noche, es la vida eterna del Cielo (1). Alabar a Dios, santificarlo, glorificarlo, adorarlo, darle gracias con gozo en cada segundo del día y de la noche es la meta del cristiano en la tierra, la forma de orar continuamente, y el secreto de vivir siempre con gozo en la tierra (1b).

2-Para obtener la primera petición hay que tener la segunda: “venga a nosotros tu reino”. El Reino de Dios es Jesús, Yo, en tu corazón. Es la esencia del cristiano, ser portador de Cristo. Y si Yo, Jesús, vivo en tu corazón, en verdad vas a santificar el nombre de Dios, con tu palabra y sobre todo con tu vida divina (2).

3- Para vivir en el Reino, hay que “hacer la voluntad de Dios en tu vida tal como se hace en el Cielo”, que es la tercera petición, la meta clave en la vida. “Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (3).

4- No es fácil hacer la voluntad de Dios en cada segundo del día. Para poderlo hacer en la peregrinación de la tierra, tenéis que comer a diario “el pan nuestro de cada día”, ¡la Eucaristía!, que Dios te la da a diario, pero tu tienes que ir a recibirla cada día (4). Este es la cuarta petición, la central, la vida y sostenimiento de todos los días.

5- Para poder recibir la Eucaristía, hay que cumplir la quinta petición: “perdonar las ofensas de los hermanos”, porque si antes de recibir la Eucaristía recuerdas que has ofendido a alguien, o que no lo has perdonado, deja tu ofrenda en el altar, y vete antes a reconciliarte con el. Y es tremenda esta quinta petición, porque “le pides a Dios que te perdone tal como tu perdonas al vecino”… si tu no perdonas, le pides a Dios que no te perdone (5).

6- La sexta petición y meta es “no nos dejes caer en la tentación”. Es básica, porque la vida en la tierra es un período de prueba para ganarte la vida eterna, y vas a tener tentaciones, pruebas, y precisamente cuanto más ores y más penitencia hagas más tentaciones vas a tener, como las tuve Yo, Jesús, cuando oré y ayuné por 40 días en el desierto (6).

7- La séptima y última petición es la raíz de todo, “líbranos del mal”. El Pecado es el único mal del cristiano… y del pagano. Quien vive en pecado, no está en nada, mi hermano. Quien vive en gracia de Dios, vive en el amor. Para eso vine Yo, Jesús, al mundo, para quitar el pecado, y para que viváis en Dios. Quien vive en pecado, pertenece a Satanás, quien vive en gracias de Dios, me tiene a mi, a Jesús, en su corazón, vive en la tierra, ya, en el amor, glorificando y dando gracias continuas con sumo gozo al Señor, ¡aunque se hunda el mundo a su alrededor!.

1- Apoc.4:8,9,11… 1b- 1Tes.5:16-18… 2- Gal2:20… 3- Mar.3:35… 4- Jn.6:48-58, 1Cor.11:29-30… 5- Mat.5:23-24, 6:12,14… 6- Mat.4, Luc.4… 7- Jn.1:29,36, 1Jn.3:4-10.

La Señal de la Cruz

Como este gesto vuelve con frecuencia en mi jornada, tengo el peligro de hacerlo sin prestarle la atención que se merece. Sin embargo es precioso por su historia, por su significado y por su poder.

Es la señal de mi fe; muestra quién soy y lo que creo. Es el resumen del Credo. Es la señal de mi agradecimiento. Tengo que hacer con amor y emoción este gesto que me recuerda que Jesús ha muerto por mí. Es la señal de mi intención de obrar, no para la tierra, sino para el Cielo. Al hacerla, y pronunciando estas misteriosas palabras.

-“EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO” me comprometo a obrar:
• en el nombre del Padre que me ha creado,
• en el nombre del Hijo que me ha redimido,
• en el nombre del Espíritu Santo que me santifica.
En una palabra: a actuar como hijo o hija de Dios.

Este signo es la señal de la consagración de toda mi persona.
Al tocar mi frente: rezo a Dios todos mis pensamientos.
Al tocar mi pecho: consagro a Dios todos los sentimientos de mi corazón.
Al tocar mi hombro izquierdo: le ofrezco todas mis penas y preocupaciones.
Al tocar mi hombro derecho: le consagro mis acciones.

La señal de la Cruz es en sí misma fuente de grandes gracias. Debo considerarla como la mejor preparación a la oración, pero ya es en sí misma una oración, y de las más impresionantes. Es una bendición.

Si me emociona ser bendecido por el Papa, por un obispo, ¡cuánto más ser bendecido por el mismo Dios!.
Señor, concédeme la gracia de hacer de mi señal de la cruz un “Heme aquí” motivador para la oración, para la acción, para mi día entero; así como una poderosa llamada de las bendiciones del cielo sobre mí.

Los Santos del Futuro

Imagino así a nuestros católicos santos del futuro:

Abiertos al asombro, no al capricho;
fieles en la Roca, aunque no inmóviles;
felices, no superficiales;
firmes, no intransigentes.

Abiertos, y a la vez, muy lúcidos;
lúcidos, y a la vez, muy obedientes;
humildes, pero no acomplejados;
capaces de amar, de esperar y de creer.

Prontos al silencio que deja hablar a Dios,
nunca en silencio cuando se ofende su gloria;
dóciles a la Palabra, cercanos a quien la proclama,
con voz que Cristo quiso autorizada.

Capaces de perdonar y de pedir perdón,
capaces de ternura, poesía y clamor;
capaces de alabanza y de dulce canción;
capaces, por gracia, del Cielo y de Dios.

Con un centro: Jesús que da vida;
y un punto de encuentro: la Santa Eucaristía;
y una referencia: la Virgen María,
que impregna de Pascua la noche y el día.

Un Sacerdote debe Ser

Muy grande y a la vez muy pequeño,
de espíritu noble como si llevara sangre real
y sencillo como el labriego.

Héroe por haber triunfado de sí mismo
y el hombre que llegó a luchar contra Dios.
Fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó.

Señor de sus propios deseos
Y servidor de los débiles y vacilantes.
Uno que jamás se doblegó ante los poderosos
Y se inclina, no obstante, ante los más pequeños.

Y es dócil discípulo de su Maestro
y caudillo de valerosos combatientes,
pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas.

Animoso soldado en el campo de batalla
y mano tierna a la cabecera del enfermo.
Anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás.

Alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…
Hecho para la alegría y acostumbrado al sufrimiento.
Ajeno a toda envidia.

Transparente en sus pensamientos.
Sincero en sus palabras.
Amigo de la paz.
Enemigo de la pereza,
Seguro de sí mismo.

Respuesta Positiva

A veces no tenemos victoria en nuestra vida Cristiana
porque creemos en un Dios a nuestra medida y no buscamos la medida de lo que Dios es…

Usted dice: “Es imposible”
Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18, 27)

Usted dice: “Estoy muy cansado.”
Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11, 28-30)

Usted dice: “Nadie me ama en verdad.”
Dios dice: Yo te amo. (Juan 3, 16 y Juan 13, 34)

Usted dice: “No puedo seguir.”
Dios dice: Mi gracia es suficiente. (II Corintios 12, 9 y Salmos 91, 15)

Usted dice: “No puedo resolver las cosas.”
Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3, 5-6)

Usted dice: “Yo no lo puedo hacer.”
Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4, 13)

Usted dice: “Yo no soy capaz.”
Dios dice: Yo soy capaz. (II Corintios 9, 8)

Usted dice: “No vale la pena.”
Dios dice: Si valdrá la pena. (Romanos 8, 28)

Usted dice: “No me puedo perdonar.”
Dios dice: YO TE PERDONO. (I Juan 1, 9 y Romanos 8, 1)

Usted dice: “No lo puedo administrar.”
Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4, 19)

Usted dice: “Tengo miedo.”
Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. (I Timoteo 1, 7)

Usted dice: “Siempre estoy preocupado y frustrado.”
Dios dice: Echa tus cargas sobre mi. (I Pedro 5, 7)

Usted dice: “No tengo suficiente fe.”
Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12, 3)

Usted dice: “No soy suficientemente inteligente.”
Dios dice: Yo te doy sabiduría. (I Corintios 1, 30)

Usted dice: “Me siento muy solo.”
Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé. (Hebreos 13, 5)

Reflexiones sobre los Sacerdotes

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno que aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote;

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote;

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios;

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar;

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino;

Cuando se piensa que eso puede ocurrir porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas y no habrá quién las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos;

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él;

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales; Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal; Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes;

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación;

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo;

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado; Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor;

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo.

Lunes de Federico (5)

[Capítulo anterior]

De camino al aeropuerto

Federico y Fidelio han terminado de modo casi abrupto su conversación, pero las ideas siguen bullendo, como el café recién hecho, en la cabeza de Federico.

–¡A ti quería verte, Renata!

–Federico, ¡mucho gusto verte! ¿Tomando un café para vencer el frío?

–Sí, aunque ni mucho café tomé. Vieras tú: estaba con el Reverendo Padre Fidelio, y acabamos de tener una conversación de lo más interesante. Es buen tipo, el Fidelio.

–Sí lo vi salir de esta misma cafetería con cierta prisa. Él iba por la otra acera y no me saludó, me imagino que porque se le hacía tarde para el rezo. Pero como tú dices: es un buen hombre. ¿Y por qué querías verme?

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Práctica del Sacramento de la Reconciliación

Muy queridos amigos:

Algunos de ustedes me han dicho que sería bueno escribirles una carta sobre el sacramento de la reconciliación. El “sería” se ha convertido en un “es”. Aquí está la carta. Espero que la inspiración recibida al meditar el tema ilumine también la lectura.

En mi anterior, al hablarles de los medios ascéticos fundamentales, señalaba entre ellos los sacramentos. Y ahora nos interesa uno de ellos: la reconciliación, confesión o penitencia, que todo es uno. Van algunas palabras sobre el mismo en el contexto del aspecto penitencial de la ascesis cristiana. Queda al ingenio de cada uno ubicarlo en el contexto de la liturgia.

Todos nos damos cuenta de que si la ascesis es esfuerzo y ejercicio, sudor espontáneo y programado, de la mano del Espíritu, para avanzar en el camino de la santidad; y si el pecado se opone frontalmente a la santidad desviándonos del camino o haciéndonos retroceder, no hay más que un remedio para volver a avanzar: declararle un combate a muerte al pecado y pedirle perdón al Señor con corazón arrepentido cuando hemos caído vencidos.

El pecado es negación, a sabiendas y queriendo, del amor de Jesús. Por lo tanto, no nos engañemos: no hay contemplación posible, fe enamorada, fuera del amor y amistad con Cristo. Cuanto más contemplativos seamos, cuanto más vivamos en María Inmaculada, tanto más captaremos la maldad del pecado.

Decía santa Teresa que el alma en pecado es como una fuente de “negrísima agua y de muy mal olor y todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad” (Moradas primeras, II:2). ¿A quién de nosotros le gustaría veranear en la cloaca en vez de hacerlo en una playa del trópico? La imagen es fuerte, pero se queda corta. El que peca contamina el ambiente con su pestilencia. El que peca es un asesino: crucifica a Cristo y mata al hermano… Y por cierto que yo, Bernardo, soy esa fuente, esa cloaca, esa pestilencia, ese asesino. ¡Pero Jesús me ha salvado y salva de la muerte!

La penitencia, a secas, separada del sacramento, es ya una virtud con identidad propia. Es arrepentimiento, contrición, dolor por el pecado u ofensa a Dios; ella nos lleva a aborrecer el pecado cometido. Pero no como rocío mañanero, sino con propósito firme de no volver a pecar y de reparar los daños, pues se desea ser siempre amigo de Dios. El que se arrepiente, se convierte, vuelve al Padre riquísimo en misericordia, como nos lo recordaba nuestro querido Juan Pablo II en su carta encíclica sobre el amor de Dios por el hombre (Dives in misericordia).

La virtud de la penitencia no puede ser algo ocasional, una vez al año, para cuaresma… Ha de ser una actitud permanente: ¡siempre hemos de estar peleados con el pecado! Quien confiesa a Jesús como Salvador se confiesa a sí mismo pecador y necesitado de salvación. No conozco otra forma de amor que el amor arrepentido y en espera de perdón. ¿O es que alguien puede afirmar que ama bastante? Sin penitencia no se puede entrar en el reino de Dios, no se puede vivir en amor filial y fraterno. Y si alguien entra, con dificultad podrá permanecer en él sin ella.

Bueno, ahora sí, me parece que estamos en el contexto o clima apropiado para encarar el sacramento de la reconciliación o penitencia. Gracias a Dios, ustedes saben de él tanto como yo. No hará falta aclararles qué es un sacramento, ni cómo se relaciona éste con los otros, ni cuando lo instituyó Jesús, ni cuáles son su materia y su forma, ni cuán necesario es, ni…, ni… Bastará pasar revista a las partes del mismo y llamarles la atención respecto a la frecuencia de su recepción y los frutos que aporta. Sea como sea, nunca olvidemos que en este sacramento Cristo y su Iglesia asumen con un beso divino nuestra vida de conversión y penitencia.

Si observamos lo que sucede en una confesión bien hecha, podremos distinguir varios actos diferentes: contrición; confesión de los pecados; satisfacción de las culpas; propósito de enmienda; reparación del daño y absolución del sacerdote. Venga y vaya una palabra sumaria sobre cada uno de estos aspectos.

Contrición: aprendimos en el catecismo que la contrición es “dolor del alma y un detestar el pecado con propósito de no pecar”. Se trata de llorar por el pecado y no porque al cometerlo quedamos mal parados ante otros. Y no sólo llorar por el pecado, sino también proponernos no hacer aquello que nos hará llorar. Pero no necesariamente con lágrimas de los ojos, aunque sí con las del alma. Un corazón contrito y arrepentido Dios nunca lo desprecia; él sólo rechaza al orgullo que se autoproclama digno de aprecio. El sentido de pecado es fuente de arrepentimiento y apertura confiada al perdón. Es algo muy distinto del sentimiento de culpa, que sólo es remordimiento sin esperanza, cerrazón en el propio yo, búsqueda de alivio en ritualismos privados, compulsivos y alienantes.

Confesión: del pecado propio, no del ajeno; todos y no solamente los menudos; culpándose y no excusándose. El eco de la acusación es el perdón, el de la excusa es la excusa. Y todo lo dicho cae en el olvido del perdón divino, de acá el eterno silencio que guardará el sacerdote de todo lo oído. La confesión procede de la contrición, y también del propio conocimiento ante Dios en cuanto fruto y efecto de un examen de conciencia. Examen siempre hecho bajo la mirada del Padre, con humildad, sin escrúpulos, con sencillez. En mis primeros meses de vida monástica iba a confesarme con una lista de pecados en la mano. Antes de que pasase mucho tiempo, un buen día, el confesor me dijo: “¿Y eso?” “Es la lista de mis pecados”, respondí con aplomo y remaché con un “si no lo anoto, me olvido”. Y así seguí varias semanas más. Otro domingo, durante la confesión semanal, se volvió a repetir el diálogo, pero con una variante, la última palabra la tuvo el confesor: “¡Si se olvida es que no hubo pecado!” Y cuánta razón tenía. En efecto, cuando nos esforzamos por vivir en amistad con el Señor y nos confesamos con frecuencia, un pecado cometido nos es tan visible como un sapo en la sopa.

Satisfacción: según la medida del daño y según nuestras posibilidades reales. Satisfacción que restaure el orden lesionado, cancele la deuda y cure con una medicina contraria la enfermedad contraída. Puede estar en nosotros el sugerirla, pero en el sacerdote el imponerla. Mediante ella hacemos propia la satisfacción infinita obrada por Jesús en cruz.

Propósito de enmienda: si no hay conversión, corrección o enmienda, se podría dudar de la sinceridad de la contrición. “Vete y en adelante no peques más”, dijo Jesús a la adúltera que algunos querían sentenciar. El propósito de cambio ha de ser algo firme y eficaz, con la confianza puesta en Dios y no en nuestros medios y las propias fuerzas. Según nuestros propósitos será nuestro aprovechamiento. Además, algunas veces habrá que reparar el daño ocasionado: “…Devolveré el cuádruplo”, agregó al convertirse el petiso Zaqueo.

Absolución: es la manifestación del perdón del Padre. Mediante este signo sensible tenemos plena seguridad de la reconciliación con Dios. La alianza rota por nuestra infidelidad queda así renovada: volvemos a ser hijos y hermanos.

Antes de seguir adelante, releo lo escrito. Me parece harto suficiente. Decido omitir lo que falta. Si bien yo lo omito, espero que todos lo meditemos y saquemos conclusiones prácticas, sobre todo en lo referente a la frecuencia de la confesión.

Les vengo ahora con una doble propuesta. La primera es ésta: poner todo lo que esté de nuestra parte para hacer vida la petición del padrenuestro: “Perdonamos a nuestros deudores”. Si Jesús no nos hubiera perdonado, nosotros no existiríamos; el pecado es negación de la vida. Sus manos sangraron, sus labios perdonaron y así nosotros tenemos vida. ¡Su perdón sólo podemos recibirlo a condición de darlo! Cuántas víctimas y cuántos verdugos resucitan con un perdón.

La segunda hará más fácil y gozosa la primera. Nuestra Madre reconciliadora es asimismo Madre de misericordia. ¿Por qué no nos unimos todas las noches en esta oración?

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo.

Bernardo

Pon a prueba tu fe

Nunca sabrás si algo funciona si no lo pruebas. No sabrás si hay electricidad si no pones la mano en el interruptor y lo enciendes. Tienes que efectuar alguna acción para probar que funciona. Eso pasa con la fe.

Es inútil sentarse a hablar acerca de la fe si no la vives y nadie puede ver qué significa para ti. Es inútil hablar de vivir con fe cuando tu seguridad está en tu cuenta bancaria, y sabes que puedes contar con ella cuando eliges hacerlo.

Es cuando no tienes nada, y te arriesgas y haces lo aparentemente imposible, porque tu fe y tu seguridad están bien afirmadas en Mí, que puedes hablar de vivir con fe y ser una demostración viva de ello.

Sigue adelante, pon tu fe a prueba y ve qué pasa “Abriendo las puertas de tu Interior”.

Poemario en piedra

En las manifestaciones plásticas de la relación con lo divino, el simbolismo ejerce un papel importantísimo. En el contexto cristiano,cuyo centro es la encarnación de Dios mismo, el simbolismo toma cuerpo en forma de arte, aviva nuestros sentidos, se transforma en pedagogía. Y esto no es sólo cosa del pasado. Se dice que “al mundo lo salvará la belleza”, y es necesaria una nueva oleada de artistas capaces de acercarnos a lo inefable, al Misterio con mayúsculas, según las diversas sensibilidades humanas.

El Templo de la Sagrada Familia, obra cumbre del arquitecto Antonio Gaudí, está resultando un poemario en piedra, una verdadera lección de simbología en la cual tanto las formas arquitectónicas como las escultóricas, en sus diferentes estilos, pensados por el mismo Gaudí, tienen su razón de ser. Autodidacta, buen conocedor de las artes y de la naturaleza, Gaudí, como todos los artistas, utilizó su propio lenguaje, dejó el sello de su estilo. El simbolismo que él desarrolló en el Templo de la Sagrada Familia no lo limitó a la estatuaria ni a la pintura, sino que lo incorporó también a la arquitectura, a la cual dio un especial carácter expresivo.

Así, pues, ante una ciudad y unos admirados espectadores se levantan majestuosos y esbeltos los cuatro cimborrios que rodean al central dedicado a Jesús (con 170 metros de altura, casi acariciando el cielo), y que representan los evangelistas, con sus correspondientes pináculos coronados por los símbolos del ángel, el buey, el león y el águila. En el ábside el cimborrio, dedicado a la Madre de Dios, y los doce campanarios, que son portadores de las imágenes de los apóstoles, coronados por los pináculos, símbolos episcopales; finalmente, los obeliscos representan las témporas de las cuatro estaciones y las ordenaciones sacerdotales.

Estos datos no pretenden ser más que un ejemplo de una inacabable lista de símbolos que podemos encontrar en esta obra. Cada una de las piedras que se colocará en el templo tiene una razón de ser, como cada una de las personas que existen, ya que como dice R. Huyghe: “no hay arte sin el hombre; pero, posiblemente, tampoco hay hombre sin arte”. Como reconocen los estudiosos, la intención de Gaudí fue convertir el Templo de la Sagrada Familia en un himno de alabanza a Dios, entonado por la humanidad, y cada piedra es una estrofa cantada con voz clara, potente y armoniosa.

Una vez terminado, el Templo, en su exterior, significará la Iglesia; en su interior figurará la Jerusalén celestial. La dulzura, la alegría y las formas cuidadosamente redondeadas de la fachada del Nacimiento contrastan expresamente con la fuerza, la vigorosidad y la tristeza de la recientemente terminada fachada de la Pasión. Así lo quería Gaudí, y así se está realizando. Todo un trabajo estético, de fina ingeniería y excepcional precisión artística. Una obra para ser interiorizada y contemplada.

Algunas páginas de interés:

La página oficial de la Sagrada Familia, mencionada anteriormente, incluye toda la información sobre esta obra de Antonio Gaudí, en inglés, catalán y castellano. Se puede consultar, por ejemplo, una breve historia de la construcción, descripción y función; una galería de imágenes; información para los visitantes y otras obras de Gaudí.

Otro sitio ofrece información en inglés sobre la Sagrada Familia. Cuenta cuándo se inicio la construcción y en qué se inspiró Gaudí para hacer este proyecto. Contiene fotos y es interesante, aunque su última actualización es de marzo de 1998.

Dentro de una página dedicada al modernismo, se incluye una breve descripción de la Sagrada Familia, en catalán. Otra página ofrece una galería de fotografías de lugares famosos de todo el mundo, entre ellos la Sagrada Familia, con fotos tomadas en 1991.

En la página “Gaudí and Art Nouveau in Catalonia” se califica a la Sagrada Familia como un lugar de máximo interés y ofrece información sobre cada una de las partes del templo: fachada de la Natividad, fachada de la Pasión y la iglesia, como tal. También incluye fotografías.

Finalmente, la página Gaudí Fantasía en piedra, es una Web con información sobre las distintas construcciones de este artista, y la página de la comisión para la beatificación de Antonio Gaudí, propone un interesante recorrido, en forma de un juego, que nos acerca a la vida del arquitecto y a su obra, centrándose en los aspectos cristianos y en su relación con Dios como creador de toda belleza.

Por Anna-Bel Carbonell y Thelma Gilsamaniego(SOI)

Saludo de Pascua

Todo empezó en la soledad y el frío, en la oscuridad amenazante de un sepulcro. Todo empezó allí precisamente, allí donde la muerte reinaba como señora y donde el vacío se burlaba con altanería de nuestros mejores sueños. Todo empezó allí donde el cuerpo destrozado de Cristo debía convertirse en el recordatorio perpetuo del mandato del demonio, que quería repetir desde esa piel destrozada su consigna perversa: “No quieras ser bueno, porque mira cómo acaban los buenos”.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, todo ese lenguaje del frío y de la noche, del poder de la muerte y del imperio del pecado, todo ello fue quebrantado, y la presa más preciosa de la señora muerte escapó de la red, abrió su propia tumba, puso en retirada a las tinieblas y humilló el imperio de Satanás con fuerza magnífica y poder incontenible.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, algo inaudito y maravilloso, único sobre toda ponderación, vino a cambiar para siempre la historia de los hombres. Los lienzos están, el sudario está; las vendas están y los ungüentos están; Cristo no está. Su lugar no es ese. No busquéis entre los muertos al que vive.

La piedra de la entrada se ha movido dejando paso al Rey de los Siglos. La mañana de la pascua exhala su perfume. El sol asoma y contempla con asombro al Sol verdadero, Aquel que no tiene ocaso. Las mujeres se acercan porque quieren ofrecer el testimonio de su amor que se disuelve en llanto. No saben la noticia que les espera. No saben que llanto y canto riman bien en la métrica de los Cielos.

La Palabra que era desde el principio, engendrada en el silencio del Padre, sale del silencio de aquella tumba y es ahora el principio del universo renovado. Un estallido fantástico de luz, de aroma y canto avasalla con gozo a las multitudes de los cielos y los ángeles no saben cómo más cantar una alegría que sólo cabe en Dios. La melodía del amor victorioso se adueña de las almas piadosas, en primer lugar las de aquellas mujeres, que no saben si cantar o reír, si llorar o temer. Cantan de alegría, ríen con estupor, lloran inundadas de gozo y el santo temor de tocar la carne de Dios les invade en efluvios de un amor que nadie conocía. La evangelización ha empezado.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, una voz de gracia ha brotado de la tierra sombría y de la tumba triste. Gracia que cure nuestras desgracias; compasión que sosiegue nuestras heridas; fuerza que se adueñe del que yacía en agonía; vida capaz de reclamar a la muerte sus muertos.

¡Es pascua! ¡Es pascua, aleluya! ¡Vive el que colgó del madero! ¡Vive el que traspasaron nuestras culpas! ¡Vive el que soportó nuestro castigo! ¡Vive Jesucristo y suyo es el imperio por los siglos! ¡Amén, Aleluya!

Fr. Nelson Medina, O.P.

Pronto cumplo años

Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños. Todos los años se hace una fiesta en mi honor y creo que este año sucederá lo mismo. En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en la radio, en la televisión y por todas partes no se habla de otra cosa sino de lo que falta para que llegue el día.

La verdad, es agradable saber que al menos un día al año algunas personas piensan un poco en mí. Como tú sabes hace muchos años comenzaron a festejar mi cumpleaños, al principio parecían comprender y agradecer lo que hice por ellos, pero HOY en día nadie sabe para que lo celebran. La gente se reúne y se divierte mucho pero no sabe de que se trata.

Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños hicieron una gran fiesta en mi honor. Habían cosas deliciosas en la mesa, todo estaba decorado y había muchos regalos, pero ¿sabes una cosa?… ni siquiera me invitaron, yo era el invitado de honor y no se acordaron de invitarme, la fiesta era para mi y cuando llegó el gran día… me dejaron afuera, me cerraron la puerta… yo quería compartir la mesa con ellos.

La verdad no me sorprendió porque en los últimos años todos me cierran la puerta. Como no me invitaron, se me ocurrió estar sin hacer ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos brindando, había algunos ebrios contando cosas, riéndose, la estaban pasando en grande, para colmo llegó un viejo gordo vestido de rojo, de barba blanca y gritando ¡¡¡¡JO,JO,JO!!!!, parecía que había bebido de más… se dejó caer pesadamente en un sillón y todos corrieron hacia él diciendo ¡¡¡Santa, Santa!!!, como si la fiesta fuera en su honor.

Dieron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse, yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara… y ¿sabes? Nadie me abrazó. De repente todos empezaron a repartirse los regalos, uno a uno los fueron abriendo hasta terminarse, me acerqué a ver si de casualidad había alguno para mí, pero no había nada. ¿Que sentirías si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.

Cada año que pasa es peor, la gente solo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas y de mí nadie se acuerda. Quisiera que esta navidad me permitas entrar a tu vida, que reconocieras que hace dos mil años vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esta forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tu creas esto con todo tu corazón.

Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitan a la fiesta que han hecho, yo voy a hacer mi propia fiesta grandiosa como jamás nadie se ha imaginado, una fiesta espectacular. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos por lo que quizás no sea en este año, estoy enviando muchas invitaciones y hoy hay una invitación para ti. Sólo quiero que me digas si quieres asistir, reservaré un lugar y escribiré tu nombre, en mi gran lista de invitados con previa reservación y se tendrán que quedar afuera aquellos que no contesten a mi invitación.

Prepárate porque cuando todo esté listo el día menos esperado daré la gran fiesta, hasta pronto.

Tu amigo,

Jesucristo

Para mí la Vida es Cristo

Los santos son el ejemplo que tenemos de lo que debe ser vivir esta unidad de vida. Ellos han sabido integrar todas las facetas de su vida teniendo como único deseo agradar a Dios. San Pablo una vez más, nos lo expresa claramente: “no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20); “para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21). Dejar que la vida de Cristo sea nuestra vida de tal modo que vayamos teniendo “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fil 2, 5). Esa es la lucha que se nos plantea a los que queremos seguir con decisión los pasos de Jesús.

Quizás el ejemplo más claro lo tenemos en santa María. “Mujer del silencio y de la escucha, dócil en las manos del Padre, la Virgen María es invocada por todas las generaciones cono “dichosa”, porque supo reconocer las maravillas que el Espíritu Santo realizó en ella” (IM 14). En este mes de mayo, su fidelidad puede ayudarnos a ser conscientes de la necesidad de nuestro compromiso.

Sabemos cuál fue su respuesta al querer de Dios, nada más enterarse de su Plan de Salvación, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). y la contemplamos a través de todas las páginas del Evangelio correspondiendo a esa llamada, con absoluta disponibilidad y prontitud. La vida del Espíritu, la conciencia de obrar siempre como criatura de Dios, como hija del Padre, hacen que todas las cosas en su vida hagan referencia a Dios, a su designio amoroso.

Nada hay en ella que desdiga de la confianza que Dios ha depositado en ella. Su vida es un avanzar continuo en el seguimiento de su Hijo, siempre atenta a la voluntad del Padre. Vivir así es encontrar el sentido de la propia existencia, es conocer la grandeza de nuestra vocación, es asumir nuestra vida como camino de salvación y de liberación no ya para nosotros solos, sino también para aquellos que nos rodean, que nos observan, que nos quieren.

Contando con los fracasos personales, frutos del pecado y de nuestra falta de correspondencia a la gracia, permitimos al Espíritu que trabaje en nuestro interior. La unidad de vida no es fruto, por lo tanto de nuestro empeño, de nuestros esfuerzos. Sólo Dios puede hacerlo en nosotros. Hay que dejar hacer al Espíritu Santo, conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra incapacidad personales para alcanzar metas que nos superan. Sin embargo tenemos que querer colaborar con esta obra del Espíritu Santo. Sin refugiarnos en una falsa humildad, ir poniendo los medios que están a nuestro alcance por conseguirlo.

LA UNIDAD SIGNO DE VIDA

Humanamente hablando la unidad significa la fuerza, la vitalidad. Lo que está unido se manifiesta como fuerte, capaz de grandes cosas, manifiesta vida. El cuerpo humano, la familia, la sociedad mientras permanecen unidos, tienen vida en sí. Teológicamente ocurre lo mismo. Dios es la perfecta unidad, es la vida en sí misma. La Iglesia, cuerpo de Cristo, tiene como nota propia la unidad, que se entiende también pero no sólo como única.

La unidad de vida es fuente y signo de la vida interior del cristiano. Vida de la gracia en el corazón del hombre que le hace ser, no ya otro Cristo, sino el mismo Cristo. Vida de la gracia que hace del que cree “homo Dei”, hombre de Dios, portador de Dios, capaz de regenerar vida sobrenatural a su alrededor.

Esa unidad interior, que es don del Espíritu, nace de la unión con Jesús, y le hace obrar como Jesús. El obrar del hombre de Dios es un obrar sobrenatural. “Cosas mayores haréis” (cf Mt 21, 21) dijo el Señor a los apóstoles cuando se asombraban de los milagros que hacía. Es lógico que sea así. Jesús prometió el Espíritu Santo como un manantial de agua que brota desde el interior del hombre y que da vida a todo lo que le rodea. El trabajo profesional, la vida de familia, el cuidado de los enfermos, los detalles de cariño con quienes sufren, el rato que pasamos con nuestros amigos en los momentos de ocio, el deporte, un pequeño servicio que hacemos con alegría… todo eso, todo lo que es nuestra vida corriente, vulgar, es camino de salvación. Es nuestro camino de santificación, que adquieren valor redentor porque hechos por amor a Dios, con espíritu de servicio a nuestros hermanos los hombres santifican también a los demás, porque estamos haciendo que el reino de Dios, reino de justicia, de solidaridad, de respeto, de alegría y de gracia, se haga presente en el mundo, en la sociedad en la que vivimos.

Unidad de vida, pues, que nos hace vivir lo mismo que el resto de los mortales, pero en un plano muy distinto, el plano de Dios, el plano de la visión sobrenatural, el plano desde el que Cristo, clavado en la Cruz, veía todas las realidades.

Examen

– ¿Entiendo lo que significa “unidad de vida”? ¿Comprendo el alcance de esta gran tarea de Dios en nosotros? ¿Busco los medios para conseguirlo?

– ¿Creo que me tomo en serio ir alcanzando esa unidad de vida? ¿Tengo determinados campos de mi jornada en los que no dejo que entre Dios? ¿Es la filiación de vida el motor de mi vida en todos sus aspectos? ¿Hago distingos dentro de las cosas que ocupan mi día?

– ¿Le dejo al Espíritu entrar en mi alma? ¿Le pongo obstáculos para que no me “complique” la existencia? ¿Hay alguna parte de mi corazón que reservo para mí?

– ¿Colaboro con la obra de Dios en mí? ¿Procuro mantener la presencia de Dios durante toda la jornada? ¿Hago la oración personal diaria que me ayude a conseguir este fin?

– ¿Contemplo la vida de los santos como ejemplo a seguir o me conformo con admirarla como si de una obra de arte se tratara pero sin dejar que influya en mí?

– ¿Cumplo con mis obligaciones en el trabajo? ¿Soy puntual, trato bien a los que dependen de mí en el trabajo, encomiendo a las personas que trabajan conmigo?

– ¿Vivo las virtudes cristianas con las personas de mi familia? ¿Me desahogo con ellos? ¿Tengo detalles de cariño con ellos? ¿les pido perdón cuando me porto mal? ¿Les perdono yo?

– ¿Cómo aprovecho el tiempo libre? ¿Me dejo llevar por los amigos? ¿Sé poner espíritu cristiano en lo que planeo? ¿Se avergonzaría Jesús de lo que hago en el tiempo de descanso?

– ¿Tengo visión sobrenatural de las cosas? ¿Soy optimista, sé dar valor a las cosas de cada momento?

– ¿Me encomiendo a la Virgen? ¿Procuro no sólo admirarla, sino también imitarla? ¿Le agradezco el don de su fidelidad?

Padre, Perdónales, no saben lo que hacen

Luc.c. 23 v. 34
La palabra Padre tiene todos los significados del mundo en labios de Jesús. Padre, en esta ocasión es una súplica de Amor.

Tenemos a un hombre azotado, herido, maltratado, reducido física y psíquicamente, cargado de sudor, sangre y polvo, heridas abiertas y heridas medio cerradas, con costras que se le abren con violencia provocando un escozor y un sufrimiento contínuo en todo el cuerpo, sobre todo en los ojos.

Clavado en una Cruz, y rodeado de una gran multitud que no le bastó con condenarlo a muerte injustamente, ya que cuando le vió clavado aún le escarnecía le insultaba, le hacían mofa y se reian de El.

De todos los allí reunidos, excepto cuatro discípulos que le acompañaron, tan solo uno reconoció su Filiación Divina y fue el centurión que mandaba los soldados que le clavaron cuando dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Después uno de los ladrones que fue ajusticiado con El, le reconoció y le dijo: Señor, acuérdate de mi cuando estes en Tu Reino.

Por este motivo Jesús dijo PADRE, en sentido exclamativo. Pedía un poco de Amor a cambio del Amor inconmensurable que El nos dió, sin esperar nada a cambio. Nos dió su amor sabiendo que nosotros le seríamos infieles y que la mayor parte de las veces simulamos no conocerle, cuando en nuestra miseria podríamos demostrar que somos Cristianos y nos acordamos un poco de El.

Pidió un poco de comprensión, ya que cuando todo el mundo te acusa, acabas convencido de que tienes culpa, PERÒ EL NO LA TENIA.

Acabas convencido de que te mereces todo lo que te está pasando, y cuando El se encontró en el momento de extrema ansiedad y gran desfallecimiento, exclamó con todo el corazón ¡¡Padre!!.

Pedía un poco de Amor, de aquel Amor que todos sentimos alguna vez cuando estamos a solas con El e intuimos su Presencia, ya que cuando estamos bien seguros de que estamos solos hablando con el Crucificado, de vez en cuando giramos la cabeza y miramos hacia atrás, porque nos sentimos acompañados por ALGUNA PRESENCIA.

Cuando tenemos la certeza de que estamos solos hablando con El, nunca estamos incómodos, ya que encontramos la comodidad con la postura mas extraña, ya que nos sentimos tan a gusto que quisieramos que aquel momento fuera eterno, porque nos sentimos amados por El.

Parece que el corazón quiera salirse del pecho para acercarse a la Cruz, y tenemos una sensación de bienestar que de tan agradable que es parece que sea irreal y extraña.

Necesitamos tanto sentirnos amados, que nuestro corazón late a un ritmo inusual, y esta necesidad de Amor hace que tengamos la sensación maravillosa de querer que el tiempo se parara.

A El, le pasó lo mismo, necesitaba tanto el Amor, que mas que un grito fue una súplica. Fue un acto de Amor, una invocación al Amor Eterno del Padre Creador, que nos da la vida y nos acoge y nos ama como una madre.

Vivió tan intensamente su Amor por la humanidad que todo y estando clavado en la Cruz, sufría por los que le habían crucificado. Les amaba a todos y le dolía que “alguien” les pudiera pedir cuentas por aquel acto.

PERDONALES. Es la palabra clave de la Buena Nueva, del Evangelio. El perdón hace que todo se olvide al instante. El perdón hace que desaparezca la negatividad.

Pedro una vez le preguntó refiriéndose al perdón: Maestro, cuanta veces tengo que perdonar, siete? (le parecía que siete eran muchas veces), y el Maestro le respondió : Aunque sean setenta veces siete, PERDONA. Como Pedro seguramente no sabía contar hasta setenta veces siete, le pareció que aquella era una cantidad infinita, y esto es lo que quería decir Jesús, perdona tantas veces como haga falta. Cuanto mas se perdona, mas se enaltece el que otorga el perdón y el que lo solicita. De humanos es castigar y de reyes es perdonar.

Clavado en una Cruz, escarnecido y atormentado, pedía el perdón para sus verdugos, pedía el perdón para su pueblo que le había llevado a la cruz, pedía perdón por los que nacerían hasta el fin de los tiempos y le producirían escarnio con sus injurias, con sus infidelidades, però sobre todo por su indiferencia y olvido.

Predicó el Amor y el perdón durante su vida. Vivió humildemente cuando podía hacerlo como un gran señor. Murió ajusticiado cuando podía morir honorablemente, mejor dicho, no hacía falta que muriera, ya que debido a su Filiacion Divina, la muerte era un acto inútil para El, però era util para la humanidad, ya que su misión era vencer a la muerte con su Resurrección.

Vivó ayudando a la humanidad, murió amándola, y Resucitó para enseñarnos la trayectoria de nuestro paso por la tierra. Nos enseñó a amar al prójimo para llegar al Amor del Padre.

Nosotros reaccionamos con violéncia, odiamos, maltratamos y matamos, però nunca pensamos en el perdón. Creemos que nuestra cruz es dura y pesada, que es insufrible, que no la podemos aguantar, y nunca pensamos en la Cruz que llevó El.

Es el vivo ejemplo del Amor, pero casi nunca nos damos cuenta de ello, aunque le “vemos” a cada instante.
Podríamos perdonar y no lo hacemos. Decimos que perdonamos, pero no olvidamos. Decimos que somos cristianos y no sabemos vivir como tales, leemos la Palabra y no la entendemos, ya que todo el mundo quiere interpretarla según sus necesidades.

Dónde estan el Amor y el Perdón que predicó nuestro Maestro?. Amor y Perdón son dos palabras muy fáciles de pronunciar, pero son dos conceptos muy difíciles de vivir. Nos parece que si damos parte de lo que tenemos y no nos hace ninguna falta, ya cumplimos con el Amor. Si simulamos que olvidamos ya cumplimos con el perdón y somos tan osados que pretendemos que nos premien por dar lo que nos sobra.

No sabían lo que hacían y nosotros ante la experiencia de mas de 2.000 años de Cristiandad, con las experiencias de las equivocaciones de la humanidad, delante de las injusticias y las guerras que se han hecho y se hacen en nombre de Dios, todavía no sabemos lo que hacemos.

Es deplorable que los humanos prescindamos y no escuchemos al corazón a la hora de actuar. Prescindimos del calor del Amor y nos dejamos guiar por el frío de la negatividad.. No sabemos aún lo que hacemos.

Con toda razón podemos decir que la Biblia es Palabra leida y no entendida.

JESÚS MURIO POR LA HUMANIDAD EN GENERAL Y EN PARTICULAR POR CADA UNO DE NOSOTROS.

La Oración en Grupo

¿De qué se trata?
“Gran mal es un alma sola”. La fe no se puede vivir a solas, ni tampoco la oración. El grupo ofrece la cercanía y el apoyo de los demás para descubrir la dimensión comunitaria de la vida cristiana, donde cada hermano y hermana es un don. Es lo que Santa Teresa llama: “hacernos espaldas”.

Un signo de los tiempos. La oración en grupo es una gozosa realidad en nuestros días. Es posible orar así. Abundan los grupos comprometidos, con buena representación de laicos. Es un regalo del Espíritu a la Iglesia. “Los grupos de oración son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana” (CEC 2689; NMI 33).

El espejo de la Iglesia primitiva. El retrato de las primeras comunidades cristianas permanece siempre como referencia para todo grupo de oración. Presenta a los primeros cristianos como una comunidad que ora (Hch 2,42). Se reúnen en un lugar, y el Espíritu les une el alma. Juntos escuchan la Palabra de Dios. Dejan que la vida de Dios pase de unos a otros en un clima de alegría. Comparten los dones, a lo de cada uno lo llaman “nuestro”. Perseveran en estos encuentros y el Señor los bendice.

¿Qué es un grupo de oración?

Un grupo de personas:
– Donde se reconoce el rostro de los que están al lado.
– Cada uno es un don para el otro.
– Todos tienen espacio, palabra, tarea.

Que se reúnen para hacer un camino de encuentro con Dios.
– Llamados por el Espíritu
– En el nombre de Jesús, que garantiza su presencia en medio de ellos (Mt 18,19-10).
– Aprenden a decir: Padre nuestro.
– En comunión con la Iglesia (CEC 2689).

Y que sienten la necesidad de dar gratis lo que gratuitamente han recibido. El don se convierte en tarea eclesial.”Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (NMI 33.34).

Características

El “nosotros” orante. El orante no puede renunciar al encuentro en soledad con Dios, pero su vida participa de la vida de los otros. El grupo se coloca en el plano de la gracia y se sabe habitado por el misterio de Dios. El Espíritu realiza la unidad en el encuentro. Desaparecen los protagonismos personales. Preside el grupo Jesús.

Trato de amistad. Los componentes del grupo se hacen compañeros, solidarios de los otros. Se abren de forma libre, en un gesto de transparencia. Todos se sienten hermanos. Al amarse están amando a Dios. La oración de grupo es un ejercicio de amistad. Conforme a las palabras de Jesús: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15-16).

Compartir. El grupo entabla un diálogo de creyentes, la vida pasa de unos a otros en plano de confianza y apertura. Dios mismo habla por la voz de los demás. Cada orante, con gran respeto, pero sin miedo, expresa en la plegaria su palabra, ofrece a los demás su voz hecha canto, su experiencia de fe. “Al darnos nos vamos creando”.

Compromiso. La respuesta a tanto don es una vida que se entrega. La oración de grupo hace posible que surjan estructuras de comunión, donde se cultive la gratuidad. La oración abre un espacio de gracia en nuestra tierra. Puestos ante Dios y ante los demás, vamos poniendo lo mejor de nosotros para construir un mundo uevo. “Siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras” (VC 94).

A tener en cuenta

Importancia del animador. Todo grupo necesita un animador que acompañe, aliente, recree su trayectoria. “El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría y discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración” (CEC 2690). Es muy importante que tenga experiencia. “Nuestro mundo hace más caso a los testigos que a los maestros” (Pablo VI). Señalará los momentos, moderará la oración, pero no dominará la plegaria.

Discernimiento. Los criterios de discernimiento se toman de las características del grupo. Así, no gozará de muy buena salud el grupo de oración que no crezca en una relación de confianza y amistad entre sus miembros. No será grupo de oración si se reduce a un grupo de amigos, olvidando el fin para el que han sido convocados, que no es otro que la relación amistosa con Dios. No habrá oración auténticamente cristiana sin empalme directo con la vida cotidiana y con la vida de los otros.

Crecimiento. El grupo está siempre en movimiento necesita crecer, desarrollarse. No se trata de que el grupo haga oración, sino que la oración haga grupo, haga comunidad.

Modelos. “Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad reflejan la pura y única luz del Espíritu Santo” (CEC 2683). “Reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha, ya que no existe nada mejor que El. Corred todos a una, como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre” (San Ignacio de Antioquía).