Cuando estamos haciendo un trabajo sobre el perdón, puede suceder que descubramos en nuestro interior una herida antigua que aún sigue viva, aunque de manera inconsciente. Esta herida es capaz de bloquear nuestro proceso de perdón. Por eso es necesario hacerla consciente y someterla a un proceso de curación. Un sacerdote psicoterapeuta nos propone hacer la siguiente
MEDITACIÓN: Adopta una postura cómoda, relájate. Durante varios minutos aparta de ti toda posible distracción, para ello respira profundamente y céntrate en tu proceso de respiración. Inspira despacio. Expira despacio y céntrate en el aire que entra y que sale.
Tómate tiempo para entrar en ti mismo, como has hecho en otros ejercicios de meditación. Vuelve a la situación creada por la ofensa y revive lo que sucedió. Date tiempo para identificar la herida y nombrarla con precisión.
Permanece en contracto con la emoción o el conjunto de emociones que emerge de ti. Después a partir de la emoción identificada o del complejo de emociones, vuelve a tu pasado como si pasaras una a una las páginas de un álbum de recuerdos. Guiado por la misma emoción, deja emerger las imágenes, los recuerdos o las palabras vinculadas a las diversas épocas de tu vida pasada.
Cuando te hayas remontado hasta el recuerdo más lejano, concédete tiempo para volver a ver y a vivir la escena. ¿Qué edad tienes? ¿quién está contigo? ¿qué pasa? ¿cómo reaccionas? ¿qué decisión tomas después de este acontecimiento doloroso?
Recuerda el niño que eras. ¿Cómo estás vestido? ¿dónde está? ¿cómo lo describirías? Observa lo que vive como si estuviese ahí, presente ante ti. Explícale todo lo que pasó. Bendice al Señor por él y dale gracias. Jesús está también presente dándote su amor. Encauza el amor de Jesús hacia la herida que tanto daño te hace. Dile a Jesús: unge, Señor esa herida con el óleo de tu Espíritu, con tu sangre amorosa. Y deja que Jesús realice esta unción que es sanción.
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¡Gloria a Dios! Según
111.2. Las escalas que llevan a las profundas estancias del alma están hechas de palabras. La palabra es el sentido desgranado, así como el tiempo es la vida en sus migajas. Ningún momento será para ti tan bienaventurado como aquel en que oyes al Verbo: con sus palabras te ofrece escalas y caminos para que ingreses en su misterio y al calor de su fuego descanses tu cuerpo peregrino.
Es tanta la importancia del perdón en nuestra vida, que no son necesarios muchos discursos para comprender la imperiosa necesidad que tenemos de él. Con sólo ver el panorama mundial nos damos cuenta de la necesidad del perdón. Nadie está libre de herir, de ofender, de recibir heridas, como resultado de frustraciones, decepciones, problemas, traiciones. Las dificultades ocasionadas por la vida en sociedad aparecen por doquier: conflictos entre los esposos, en las familias, entre las personas divorciadas, entre jefes y empleados en el trabajo, entre amigos, entre vecinos, entre razas, entre naciones. Y todos tienen necesidad de perdonar para restablecer la paz y continuar viviendo juntos en paz. En la celebración de unas bodas de oro preguntaron a la pareja cuál era el secreto de su longevidad conyugal. La esposa respondió: “después de una pelea, nunca nos hemos ido a dormir sin pedirnos mutuamente perdón”.
Desde que oí por primera vez la deliciosa expresión “políticamente incorrecto” me cautivó. Tiene sabor de secreto, de acuerdo tácito, de sonrisa apenas sugerida, de guiño en la penumbra. Es el adverbio, por supuesto, el que pone todo el sabor. La cosa no es simplemente “incorrecta” (eso sería moralismo retardatario) es políticamente incorrecta.