116.1. El pecado es cobarde y acobarda. Hay siete razones para ello.
116.2. La primera es porque el pecado tiene su cimiento en la mentira, que es como la arena. El pecado supone una traición al propio ser, traición que sin embargo no cambia el ser sino sólo lo que de él se dice, y por eso es constitutivamente una mentira. Para sostenerse en una mentira es preciso decir otra mentira, y así en una sucesión desesperada y cada vez más absurda, que engendra un profundo vacío en el corazón. Esa “nada” viviendo en el alma hace cobarde al alma.
116.3. La segunda es porque el pecado destruye toda posible alianza. Es lo que sucede cuando una banda de maleantes asalta un banco. Mientras están en el asalto cada uno necesita de la colaboración de los otros porque solo no hubiera podido aventurarse a semejante empresa. Pero una vez conseguido el objetivo, los aliados se convierten en enemigos, porque cuanto mayor sea su número menor será lo que reciba al codicia de cada uno.

Les invito a reflexionar sobre el poder maravilloso de Jesús y de su Espíritu para curar una cantidad de males que impiden que amemos con verdadera elegancia y desenvoltura. El poder del Espíritu Santo y la Palabra de Jesús sanan el corazón, la mente, nuestras relaciones y las enfermedades de nuestro cuerpo. Diremos primero unas palabras sobre el Poder sanador del Espíritu Santo para luego reflexionar sobre Jesús.
La
115.2. Dios no cambia. Esta es una afirmación que a la vez alivia y cuestiona. Alivia al corazón humano, porque no cabe duda de que el sosiego es condición para el acto propio del entendimiento, y la posesión es requisito para el deleite de la voluntad, y ambas cosas de suyo piden el remanso de la meta y no los azares del camino. Cuando descubres a Dios como aquel Puerto bendito al final de tu travesía presientes que en Él está el compendio de todos tus anhelos, y esto es un gran alivio.

