Le dijo el abuelo a su nieto

“Me gustaría que cuando crezcas fueras como el lápiz”.

Intrigado, el nieto miró el lápiz, y preguntó al abuelo, “¿Y qué tiene de especial?”

“Un gran pensador escribió que ‘todo es según el color del cristal con que se mira’, y lo mismo pasa con el lápiz” –dijo el abuelo. “Si lo vemos calmadamente, encontramos que tiene cinco cualidades extraordinarias, que si logras imitarlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.

En primer lugar, al igual que el lápiz, tú puedes hacer grandes cosas, sin olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esa mano se llama Dios. Créele, confía en Él y depende siempre de Él.

Lo segundo, de vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. El lápiz sufre un poco, es cierto, pero rápidamente la punta estará afilada. También tú debes ser capaz de soportar algunos dolores que harán de ti una mejor persona.

Tercero, el lápiz tiene a nuestra disposición una goma para borrar lo que no proceda. Y óyeme bien. Corregir algo que hayamos hecho no significa que sea algo malo, sino más bien algo importante que debemos rectificar, y que nos permite mantenernos en el camino del amor a Dios y a nuestros semejantes.

Cuarta cualidad: mira bien el lápiz. Lo principal no es la madera ni su forma, sino el grafito que tiene adentro. Cuida siempre con esmero todo lo que sucede dentro de ti, ‘porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas’. (Mc 7, 21a).

La quinta cualidad es importante: el lápiz siempre deja una marca. Has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Trata siempre de estar consciente de cada cosa que hagas”.

[Tomado de un aporte de Juan Rafael Pacheco.]

Psicoherejía, el legado de Carl Jung

“Algunos que se profesan cristianos, influidos por las enseñanzas de Jung, integran aspectos de la teoría jungiana en su propia práctica de la psicoterapia. Puede que incorporen sus conceptos acerca de los tipos de personalidad, del inconsciente personal, del análisis de los sueños y de varios arquetipos en su propio intento de comprender y aconsejar a sus clientes. Otros cristianos han sido influidos más indirectamente al implicarse en sanidad interior, en el seguimiento de programas de doce pasos, o al haber asumido el Indicador de Tipo Myers-Briggs, que está basado en los tipos de personalidad de Jung y que incorpora sus teorías de introversión y extroversión….”

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Científicos hablan sobre la relación entre fe y ciencia

“Decir que la fe se contrapone a la ciencia no solo es una afirmación poco inteligente e ideológica (desmentida por miles de científicos de talla mundial entre los cuales se encuentran no pocos premios nobel), sino que además contradice una actitud fundamental que todo científico, ateo o creyente, presupone en cualquiera de sus experimentos…”

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Hernán Cortés escribe pidiendo misioneros

Poco después de la llegada de los Doce apóstoles franciscanos, el 15 de octubre de 1524, escribe Cortés al Emperador una IV Relación, de la que transcribimos algunos párrafos particularmente importantes para la historia religiosa de México:

«Todas las veces que a vuestra sacra majestad he escrito he dicho a vuestra Alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales de estas partes para convertirse a nuestra santa fe católica y ser cristianos; y he enviado a suplicar a vuestra Majestad, para ello, mandase personas religiosas de buena vida y ejemplo. Y porque hasta ahora han venido muy pocos o casi ningunos, y es cierto que harían grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria de vuestra Alteza, y le suplico lo mande proveer con toda brevedad, porque Dios Nuestro Señor será muy servido de ellos y se cumplirá el deseo que vuestra Alteza en este caso, como católico, tiene».

En otra ocasión, sigue en su carta, «enviamos a suplicar a vuestra Majestad que mandase proveer de Obispos u otros prelados, y entonces nos pareció que así convenía. Ahora, mirándolo bien, me ha parecido que vuestra sacra Majestad los debe mandar proveer de otra manera… Mande vuestra Majestad que vengan a estas partes muchas personas religiosas [frailes], y muy celosas de este fin de la conversión de estas gentes, y que hagan casas y monasterios. Y suplique vuestra Alteza a Su Santidad [el Papa] conceda a vuestra Majestad los diezmos de estas partes para este efecto. [La conversión de estas gentes] no se podría hacer sino por esta vía; porque habiendo Obispos y otros prelados no dejarían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados, hoy tienen, en disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes. Y aun sería otro mayor mal que, como los naturales de estas partes tenían en sus tiempos personas religiosas que entendían en sus ritos y ceremonias -y éstos eran tan recogidos, así en honestidad como en castidad, que si alguna cosa fuera de esto a alguno se le sentía era castigado con pena de muerte-; y si ahora viesen las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos u otras dignidades, y supiesen que aquéllos eran ministros de Dios, y los viesen usar de los vicios y profanidades que ahora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla; y sería tan gran daño, que no creo aprovecharían ninguna otra predicación que se les hiciese».

«Y pues que tanto en esto va y [ya que] la principal intención de vuestra Majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan, he querido en esto avisar a vuestra Majestad y decir en ello mi parecer. [Por lo demás] así como con las fuerzas corporales trabajo y trabajaré para que los reinos y señoríos de vuestra Majestad se ensanchen, así deseo y trabajaré con el alma para que vuestra Alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fe, porque por ello merezca [a pesar de mis muchos pecados -nos permitimos añadir-] la bienaventuranza de la vida perpetua».

«Asimismo vuestra Majestad debe suplicar a Su Santidad que conceda su poder en estas partes a las dos personas principales de religiosos que a estas partes vinieron, uno de la orden de San Francisco y otro de la orden de Santo Domingo, los cuales tengan los más largos poderes que vuestra Majestad pudiere [concederles y conseguirles], por ser estas tierras tan apartadas de la Iglesia romana, y los cristianos que en ellas residimos tan lejos de los remedios de nuestras conciencias, y como humanos, tan sujetos a pecado».

Todo se cumplió, más o menos, como Cortés lo pensó y lo procuró. Con razón, pues, afirmó después Mendieta que «aunque Cortés no hubiera hecho en toda su vida otra alguna buena obra más que haber sido la causa y medio de tanto bien como éste, tan eficaz y general para la dilatación de la honra de Dios y de su santa fe, era bastante para alcanzar perdón de otros muchos más y mayores pecados de los que de él se cuentan» (III,3).

El emperador promovió también algunos obispos pobres y humildes, como Cortés los pedía, hombres de la talla de Garcés, Zumárraga o Vasco de Quiroga.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.