Dos consignas inesperadas sobre la vida del cristiano en sociedad

Tú, que vives en medio del mundo, que eres un ciudadano más, en contacto con hombres que dicen ser buenos o ser malos…; tú, has de sentir el deseo constante de dar a la gente la alegría de que gozas, por ser cristiano.

Se ha promulgado un edicto de César Augusto, que manda empadronarse a todos los habitantes de Israel. Caminan María y José hacia Belén… -¿No has pensado que el Señor se sirvió del acatamiento puntual a una ley, para dar cumplimiento a su profecía? Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios.

Más pensamientos de San Josemaría.

Cuando el “derecho” a morir se convierte en el DEBER de morir

“La eutanasia normalmente se promociona como un acto voluntario – por eso la referencia a los “niños emancipados”-. Todavía queda la pregunta si todos aquellos “puestos a morir” por los doctores hicieron realmente una decisión informada. Esta es una pregunta particularmente sutil cuando se trata de personas que tienen dañada su capacidad mental…”

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Un astrofísico habla de ciencia y fe

“A menudo se presenta al cristianismo y la ciencia como fuentes opuestas de verdad: si crees en una, debes rechazar la otra. Pero la realidad es que muchos cristianos encuentran que la ciencia les ayuda a buscar y comprender la verdad, y creen que la razón, el pensamiento y la investigación crítica son dones de Dios”.

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Si a mí me preguntaran…

Si alguien me preguntara cuál es la pérdida más grande para un cristiano mi respuesta sería: perder su comunidad de fe. La idea de que se puede perseverar en los principios de la fe, en el ejercicio de la esperanza y en la práctica viva de la caridad sin la referencia y soporte de una comunidad es menos razonable que construir un criadero de peces sin agua.

Sin una comunidad donde uno escuche testimonios reales de personas reales, la fe se convierte en un recuerdo que pronto se disuelve en las brumas del olvido, o pasa a ser una rígida estructura de ideas, prontas a volverse ideología, simple teoría, arma defensiva y no evangelizadora, reto para la mente pero no luz para el camino.

Sin una comunidad donde uno vea el poder del Evangelio obrando, la esperanza se convierte en una obligación dolorosa, una hipótesis lejana, un “deber ser” que pronto se reduce a expresiones como: “¡Qué bonito sería…!” en las que sólo se siente la melancolía de nunca dar la medida.

Sin una comunidad donde el cariño se vuelve creíble en su naturalidad y limpieza de corazón, la caridad se convierte en simple filantropía, intento vano de justificar una burocracia agonizante o ya fosilizada, oportunidad de sostener una nómina de trabajadores desconectados de las motivaciones profundas del Evangelio.

Si me preguntaran qué es lo que más necesitamos, sabiendo que necesitamos tanto, mi respuesta sería: necesitamos comunidades vivas de oración, formación y evangelización, en plena y gozosa comunión con la Iglesia Católica, prontas a escuchar el mensaje de la conversión y la urgencia de la misión.