No se podría exaltar de manera conveniente la alegría cristiana permaneciendo insensible al testimonio exterior e interior que Dios Creador da de sí mismo en el seno de la creación: «Y Dios vio que era bueno» (Gén 1,10.12.18.21.25.31). Poniendo al hombre en medio del universo, que es obra de su poder, de su sabiduría, de su amor, Dios dispone la inteligencia y el corazón de su criatura —aun antes de manifestarse personalmente mediante la revelación— al encuentro de la alegría y a la vez de la verdad. Hay que estar, pues, atento a la llamada que brota del corazón humano, desde la infancia hasta la ancianidad, como un presentimiento del misterio divino.
Continuar leyendo “Necesidad de la alegria en todos los hombres”

Supongo que alguien tiene que decir alguna vez algunas disculpas en público. Sí: voy a hablar de Obama. Y sí: sé que su carrera política es desastrosa para la lucha Pro-Vida. Y sí: espero que los ánimos tiene que haberse calmado algo después de dos semanas de su elección. Es decir, espero que ganadores y perdedores puedan reflexionar sobre los hechos acaecidos.
La popular Wikipedia define EMO ante todo como un estilo de música, “derivado del hardcore punk nacido a finales de los años 80 y que se diferencia de éste por su sonido más lento y melódico. También está considerado una corriente del rock alternativo.” Originalmente alude a “EMOtional Hardcore,” algo así como rock duro pero capaz de expresar la complejidad propia de las emociones, y no simplemente los estallidos de ira, pasión o locura que suelen caracterizar al rock pesado. La mutilación, o por lo menos, el hacerse cortaduras no es ajeno a sus prácticas porque supuestamente, “un dolor físico ayuda a olvidar un dolor emocional.”
He aquí lo que encuentra un católico en un día cualquiera en Europa, y particularmente en España: el cinismo de un gobierno socialista para el cual el cuerpo es objeto de uso; la avanzada imparable del secularismo, que compite con el renacer de la superchería y la superstición; la presión de los medios de comunicación, vendidos al hedonismo barato y al comercio sin alma; la traición visible de un número de miembros del clero y de los religiosos, unido a la escasez de vocaciones; el laicismo rampante que parece no saciarse en su ansia de extinguir la vida débil, haciendo así de esta tierra un escenario grotesco y cruel; el abandono masivo de la práctica de la fe en los jóvenes; la fractura de la familia, que hace todo más duro, más sordo, más aciago; la complicidad mediocre de la mayoría de los centros de estudio, que a menudo consagran como única fuente de verdad el materialismo cientificista. No es para quedarse tranquilo.
La discusión de temas y problemas intraeclesiales nunca debería ocultar el hecho de que los grandes desafíos siguen estando todavía “afuera.” Ya se quiera hablar de “izquierda” o “derecha” entre creyentes, quizás es signo de cierta vitalidad que haya qué discutir, en la medida en que ello muestra que hay a quién le importe la fe, la Iglesia, el Evangelio, los sacramentos. Mientras llevamos adelante esas conversaciones, que sin duda son importantes, jamás perdamos de vista que podríamos estar en la condición de habitantes de una pequeña isla que se olvida del océano de indiferencia e incredulidad creciente que los rodea y desea devorarlos.