Ejercicios sobre el perdon, 54

PERDONAR A LOS OTROS:
(Mt 5,21-24; 18, 21-35)

Entremos ahora a reflexionar sobre el tercer nivel del perdón, el perdón a los demás, teniendo siempre presente que si no existiese el perdón, las relaciones humanas serían imposibles. A lo largo de nuestra vida, muchas personas nos maltratan y nos hieren. El Señor, que nos ama, quiere que perdonemos a esas personas, para que podamos vivir en paz y alegría. Tenemos que ser conscientes, además, de que con nuestra falta de perdón a los demás, estamos debilitando las relaciones con nuestro Padre Dios. En cambio, al perdonar a los hermanos, nos abrimos a la gracia de Dios, que nos perdona generosamente.

Sorprende que algunas personas, animadas por la venganza y la desconfianza, puedan amedrentar, torturar y matar a otros. También impacta que existan tantas personas que, a pesar de tragedias personales o familiares que han vivido, encuentran en su corazón una capacidad de perdón que, sin duda, los convierte en dignos de admiración.

Vemos, además, que una persona que humilla a otra lo hace porque antes ella misma ha sido humillada; que el abusador también fue abusado; que un maltratador recibió antes maltrato. Sin embargo, también es evidente, que no todo el que ha recibido heridas, hiere. Son miles las familias, en Colombia, que han perdido padres, hermanos, amigos; que han tenido que abandonar sus tierras bajo amenazas de muerte, sin armar cadenas de venganza a su paso. De todos modos son más los que, a pesar de ser víctimas, siguen creyendo en un mundo con valores.

A quiénes perdonar: Después de dirigir el perdón a uno mismo, a Dios, necesitamos entregarlo a nuestros padres, hermanos, hijos, a la pareja, ya que las relaciones íntimas pueden engendrar frecuentes conflictos. El perdón a estas personas es el más importante y es nuestro mayor desafío, inferior solo al hecho de perdonarnos completamente a nosotros mismos. Perdonamos, también, a los amigos y a cualquier otra persona importante en nuestra vida. Igualmente, necesitamos perdonar a los extraños, a las instituciones, a los enemigos tradicionales. Y no podemos dejar de perdonar, también, a aquellas personas que invaden nuestra vida y nos dejan con recuerdos dolorosos desapareciendo al final sin volverse a dejar ver jamás.

Ir al encuentro del otro: El Señor Jesús, en el Sermón de la Montaña, nos dejó una enseñanza maravillosa, riquísima para lograr unas relaciones gratas, pacíficas, unas relaciones que construyan siempre la comunidad. Nos dijo: “si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano y, entonces, sí vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). Esta enseñanza de Jesús nos pide reconciliarnos con el hermano, ponernos en paz con él cuanto antes.Jesús, en su escuela de amor, pide que sea yo quien vaya al encuentro de quien está ofendido conmigo para llenar de paz nuestras relaciones con el perdón. No me dice Jesús, que si descubro en mí algo contra mi hermano, sino que si descubro que mi hermano tiene algo contra mí, que está enfadado conmigo, aun cuando yo no tenga que ver con el enfado, debo ir al encuentro de mi hermano. En la escuela de Jesús soy yo quien tengo que ir en busca de mi hermano para que se ponga en paz conmigo. Yo digo: ¡que me busque el! Jesús me dice: ¡búscalo tú!

¡Que difícil entender, sobre todo en ciertos momentos, cuando creo que yo no tengo que ver nada o casi nada, que el perdón va al encuentro del hermano. Una frase muy nuestra y que indica nuestra disposición a no perdonar es: estoy dispuesto a perdonar, pero si viene el a pedirme perdón. El me hirió, el me ofendió, pues que se humille delante de mí. ¡Que me busque! Yo estoy dispuesto a hacer las paces, pero no voy a ser el primero. Se empeña en no dar el primer paso hacia la reconciliación. Veladamente el Señor nos haced ver la necesidad que tenemos de humildad para lograr la reconciliación con el hermano. Sin humildad es imposible pedir el perdón, entregarlo

Perdonar siempre: Las enseñanzas que nos entrega el evangelista Mateo en el capítulo 18 de su evangelio se conocen como el discurso de Jesús sobre la comunidad. De los 35 versículos de que consta, veinte de ellos están dedicados a la humildad y al perdón. Allí, Jesús nos habla de que el perdón al hermano no tiene límites y que tenemos que ofrecerlo siempre.

La pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús sobre el perdón marcan la pauta del espíritu de misericordia, de bondad que debe acompañar a la actuación de los cristianos en sus relaciones. La cifra “70 veces 7” equivale a “siempre”. Con lo cual el Señor nos dijo que hay que perdonar al hermano continuamente y siempre, las veces que sean necesarias.

Se puede observare aquí un contraste entre la actitud calculada, mezquina de los hombres al otorgar el perdonar; y la misericordia infinita de nuestro Padre Dios, que siempre que le pidamos el perdón nos lo concede. La diferencia de perdón divino y humana está expresada en los diez mil talentos que el dueño perdona a su siervo y los cien denarios que el siervo no quiere perdonar a su compañero. Un talento equivalía a seis mil denarios, y el denario era el jornal diario de un trabajador. La enseñanza con que termina la parábola de Jesús es la de perdonar siempre y de corazón a nuestros hermanos, pensando que más me ha perdonado Dios a mí que lo que tengo yo que perdonar a mi hermano. Este trozo es complemento del que vimos arriba, de la carta magna del nuevo Reino traído por Cristo, y contenida en el Sermón de la Montaña.

Perdonar a los más cercanos: La mayoría de adultos, hombres y mujeres, no han tenido con sus padres una relación que haya satisfecho sus necesidades básicas de afecto y amor. De pronto, sus exigencias hoy nos enfurecen, sus enfados producen los nuestros. Les exigimos aún un amor que no nos pueden dar. Cuánto necesitamos aceptar que ya no puede cambiar lo hecho, y perdonarlos de corazón.

Se estaba en una sesión de grupo. Una niña adolescente, que había visto morir a sus padres, abrazaba a otra que lloraba mientras relataba cómo su propia madre, amenazada con un arma, fue obligada a observar cómo violaban a su hija adolescente. Al tiempo que ambas se abrazaban, la huérfana decía: amiga, el pasado es pasado, dejémoslo atrás, que se quede allá, no permitas que la maldad de otros marque nuestras vidas y las continúe envenenando.

Ya al final de la sesión, las dos compusieron un canto a la vida, y lo cantaron con otros niños, cuyas historias de vida tenían sucesos parecidos. Todos, al cantar, despertaron su conciencia y con su llanto, característico del momento en que, de la oscuridad del dolor, se pasa a vivir la aurora de la esperanza, tomaron la decisión de perdonar y de generar oportunidades de crecimiento para los demás. Crearon el compromiso de perdonar y ayudar a quienes lo necesiten, a que perdonen. Por el contrario, los victimarios de esas niñas habían decidido tomar otro camino, el de la venganza.

Y es que, para sanar las heridas es necesario que las personas reconozcan la grandeza que habita en ellos y tengan clara su misión en la creación, para que el violento no crea que tiene el poder de marcar la vida de otras personas.

Construir la paz requiere quitar la violencia de nuestro corazón mediante el perdón.