Ejercicios sobre el perdon, 45

CÓMO ORAR POR SANACIÓN DE LOS RECUERDOS: Vamos a detenernos en un tema, iniciando una reflexión, que nos puede ayudar mucho y que cada uno podemos completar más adelante con nuestra experiencia de orantes. Todos necesitamos sanar nuestros recuerdos. Ese mundo de vivencias que hemos ido acumulando, algunas de las cuales pueden estar haciéndonos daño con su recuerdo, necesitamos compartirlas con algún hermano, con Jesús como hicieron los discípulos de Emaús. Cuenta la Palabra, que los dos regresaban a su pasado “conversando entre sí sobre todo lo que había pasado” (Lc 24,14).

Los dos de Emaús: Dos discípulos de Jesús, tristes, abatidos, desorientados, se alejaban de Jerusalén, de su comunidad, sin ilusión y sin esperanza. Su Maestro había muerto, crucificado días antes. Para ellos, Jesús y su seguimiento era una causa perdida. Decepcionados regresan a su pueblo. Durante el camino de regreso hacia Emaús, su pueblo, Jesús resucitado se hizo el encontradizo con ellos y les preguntó: “¿de qué discuten entre ustedes mientras van caminando tan tristes?” (v. 17).

Los discípulos empiezan a explicar el motivo de su tristeza, reviven su pasado, pero no están solos. ¡Jesús camina con ellos! El escucha con amor, comparte con ellos la Palabra de Dios y les va explicando el sentido del sufrimiento, del dolor, iniciando así en los discípulos un proceso de curación de sus recuerdos.

Al final del camino reconocen que el caminante que les acompaña es Jesús Resucitado, reconocen que en su diálogo con Jesús se les han abierto los ojos y el Maestro les ha sanado el corazón, les ha sanado su vida: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino?”. Su tristeza y abatimiento han sido curados. Y han sido llenos de alegría, de ilusión, de nueva energía y deciden regresar en ese mismo momento a Jerusalén y compartir con su comunidad de discípulos su nueva fe en Jesús resucitado.

Necesitamos repetir esa experiencia cuantas veces sea necesario. Aunque invisible Jesús resucitado vive y acompaña a los suyos por los caminos de la vida, por las carreteras de los recuerdos, deseoso de aliviar sus cargas y sanar sus heridas. Te puede ayudar mucho, como a los de Emaús, tomar un compañero, y en presencia de Jesús, compartir con él algo de lo que te preocupa y te pesa. Pídele a Jesús en oración que te acompañe, pídele luz, ayuda. El Señor está presente, tea acompaña en tu humilde confesión y en la oración que hagas con tu compañero y te regala, como a los dos de Emaús, sanación, alegría, equilibrio.

Cómo orar: Con la fe y la imaginación visualiza a Jesús junto a ti, consciente de que El es tu Salvador en el sentido más pleno. Recorre tu vida con Jesús desde sus comienzos hasta este momento. No tengas prisa, para que su gracia penetre muy hondo, ojalá hasta las raíces mismas de tus conflictos.

Al iniciar tu oración por sanación de los recuerdos, vas recorriendo mentalmente tu pasado, y casi reviviéndolo mentalmente. Te detienes en aquellos incidentes que te han marcado más, o que te han traumatizado; con los ojos del corazón mira a Jesús, presente en cada uno de esos acontecimientos. Desde tu pobreza ofreces tus recuerdos y experiencias dolorosas, tus temores, angustias, resentimientos, culpabilidad y otros conflictos emocionales; le presentas también las zonas vacías y conflictivas de tu vida.

Todo lo vas ofreciendo con una confianza ilimitada en su poder, con un abandono total en su bondad. Pide a Jesús que lave en su sangre preciosa cada uno de esos recuerdos dolorosos, que sane por sus heridas tus propias heridas; que llene con su amor y su fuerza tu propio vacío. Mira a Jesús recorriendo tu vida pasada limpiando y sanando heridas, rompiendo cadenas, llenando vacíos. Dile a Jesús que le amas y que quieres amarle más y más cada día, amarle y servirle a él en los hermanos.

Una vez que has ofrecido al Señor tu pasado, tus recuerdos dolorosos, difíciles, déjalos en sus amorosas manos, bajo la acción de sus llagas divinas. No le des demasiadas vueltas a tu pasado. El nombre de Jesús conjura tus miedos, tus angustias, tus resentimientos: “manténganse firmes y no se dejen oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud” (Gal 5,1). Jesús desde la oración te libra de tu esclavitud, de un pasado lleno de angustias, sobresaltos y resentimientos y hace que no vuelvan a tu corazón. Desde el momento de tu oración abre para ti nuevos horizontes, llenos de luz y d esperanza. Desde tu oración con Jesús vive de cara a un futuro lleno de equilibrio, lleno de Jesús.

Una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama en Cristo Jesús. Desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante” (Fil3,13-16). Acepo en fe la presencia y la acción sanadora y liberadora de Jesús en mi vida, aún antes de sentir sus efectos. Termino mi oración dándole gracias de corazón, canto y alabo su santo nombre. La alabanza confirma y acelera el proceso de sanación.

El amor sana: Un día “se le acercó a Jesús un leproso y puesto de rodillas le dijo: ‘Si quieres puedes limpiarme? Compadecido de él, Jesús extendió su mano, le tocó y le dijo: ¿quiero, queda limpio’ Y al instante le desapareció la lepra y quedó sano” (Mc 1,40-42). En presencia del dolor y de la desgracia, Jesús siente compasión. Por eso sana. Y es que a Dios solo s ele conquista con el corazón. Tenemos que asociar las curaciones de Jesús más con su amor que con su poder. Cuando un niño se cae y se hace daño en la mano su madre lo levanta, lo abraza, lo besa y acaricia su mano enferma. El niño se calma y el dolor desaparece. De la misma manera, nosotros, llenando de amor al hermano enfermo imploramos de Señor su curación.

Cuando roamos, no necesitamos conocer técnicas, lo único que necesitamos es fe y amor. Necesitamos dejarnos llenar del amor y de la compasión de Jesús por le enfermo que sufre. Pues lo que realmente hiere al hombre y genera toda clase de enfermedades psicosomáticas es el rechazo, el desprecio, el desamor. Y lo que regenera, sana y libera es el amor, la aceptación, el aprecio sincero. Cuando aceptas a una persona tal como ella es y la miras con amor, y ala estás pacificando, equilibrando, sanando, porque la estás ayudando a salir de sí misma, a abrirse a la vida con optimismo y al poder sanador del amor, del Señor que es amor.

Me debe quedar bien claro, que la sanación, y en particular la sanación de los recuerdos, es un movimiento de nuestro corazón hacia el corazón de Dios, es cuestión de mucho amor, un adentrarse en ese océano insondable de su amor. Si oro por mí mismo, por sanación de mis recuerdos, debo hundirme antes en el amor del Señor para que me dé mucho amor por mí mismo y de ese océano fluya la sanción de todo mi ser, de mi vida hasta el momento presente. Es esta la forma más eficaz de evangelización, proclamarme y proclamar al hombre contemporáneo que Dios le ama y desea su felicidad.

Madre de misericordia: Jesús, naciendo en la pobreza de Belén y muriendo por nosotros en el Calvario, es la máxima expresión del amor del Padre hacia nosotros, sus hijos. Es bonito constatar cómo María, su Madre, se encontraba junto a Él en ambos momentos llenándolo de su amor y de su compañía. Por eso se llama a María, Madre de Misericordia, Salud de los enfermos y Consuelo de los afligidos. Ella atrae con el amor a sus hijos, la sanación y consuelo de Jesús sobre ellos. Ella está junto a Jesús para interceder por nosotros y para transmitirnos la salud y la transformación, que de El recibimos.

En un mundo en el que todo, hasta el cuidado de los enfermos, se va comercializando, hacen falta personas renovadas por el ES, corazones como el de nuestra Madre María, capaces de captar y transmitir el amor ainfinitamente poderoso de nuestro Jesús. Sólo con el amor veremos cómo el Señor nos cura. Es mediante el mor que el mundo volverá a creer que el Padre ha enviado a su Hijo ungido por el ES “para anunciar la Buena Nueva a los pobres, vendar los corazones heridos, consolar a los que lloran, dar vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19); Is 61, 1-2).

Señor, crea en mí y en cada uno de nosotros aquí presentes un corazón amante como el de nuestra Madre, la Virgen María, danos el Espíritu que a Ella le concediste; haz de cada uno de nosotros instrumentos dóciles de consolación y sanación; llénanos con tu amor para gloria de tu nombre y bien de nuestros hermanos necesitados.