148.1. Así como no llamas “lluvia” a la caída de una gota de agua, ni es una gota la que sacia la sed del sediento ni la que hacer reverdecer el jardín, así tampoco debes llamar “predicación” a una palabra hermosa y ni siquiera a un buen sermón. Una verdadera predicación es como una lluvia que, llegando a la aridez de este mundo, le hace revivir para Dios. Una frase bonita o una buena plática pueden ser el comienzo de un aguacero de gracias, pero si no van acompañados por esa eficacia que la lluvia tiene en la naturaleza incluso pueden hacer daño. Tú sabes, en efecto, que una media verdad es a veces más peligrosa que una completa mentira.
147. La Dama Pobreza
147.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
147.2. Tu pobreza se llama fragilidad. La pobreza tiene muchos nombres, tantos cuantos son o pueden ser las carencias del ser humano.
147.3. Así, hay una pobreza que se llama ignorancia, porque la carencia del saber o de la ciencia conveniente hace pobre al hombre y le limita. De otro modo es pobre el que quisiera perdonar y no puede. Su resentimiento es una forma de pobreza, por consiguiente. Hay otro que anhela una salud que no le llega; es pobre en salud, y su enfermedad es también un modo de pobreza. La depresión que se adueña del alma robándole todo sosiego, ¿no es también un modo de durísima pobreza? Y desde luego, hay una pobreza por la que ha de pasar todo ser humano, cuando se vea despojado de todo. Es la pobreza de la muerte.
146. Los Tres Demonios
146.1. Ven, quiero contarte una historia.
146.2. Hubo una antigua aldea rodeada de grandes campos. Los habitantes de aquel lugar cultivaban sobre todo cereales: trigo, cebada, avena y centeno.
Los días transcurrieron tranquilos hasta que a un joven llamado Evaristo se le ocurrió que a aquel sitio le faltaba algo. Fue entonces a hablar con el alcalde y le expuso su preocupación:
—Sé que nuestro pequeño pueblo es apacible y bello, pero algo le falta, y yo quiero ayudar a construirlo.
—No careces de entendimiento, jovenzuelo —replicó el alcalde—. ¡Digno heredero de tu noble familia, al fin y al cabo! Piensa de qué se trata y, si ves que puedo ayudarte, estaré a tus órdenes.
Evaristo fue entonces donde el cura del lugar:
—Padre, estoy convencido de que a este sitio le falta algo…
El sacerdote lo interrumpió:
—Son las inquietudes de tu joven corazón las que te hacen imaginar tales cosas. Nada falta afuera de ti, es más bien tu alma la que necesita ser reformada.
Evaristo quería decir algo más, pero se llevó la mano a la boca y se despidió de prisa.
Fue después donde su tío y consejero, aquel que tantas veces le había ayudado a ver con claridad. El pobre Evaristo había perdido a su padre desde muy niño, y el tío Alfonso había sido desde entonces como un papá para él. Entró, pues, al taller del tío, y se decidió a plantear su inquietud en forma de pregunta:
—Tío, ¿tú no crees que a este pueblo le hace falta algo?
El buen Alfonso se quedó perplejo.
—Me imagino que sí, pero, si te soy sincero, nunca me lo había preguntado.
Y según su costumbre, le devolvió la pregunta:
—¿Tú qué piensas que nos hace falta?
El muchacho se asomó a la ventana y hundió la mirada en los campos, que ya estaban maduros para la siega. Tratando de poner sus pensamientos y sentimientos en palabras, empezó a hablar así:
—Mira ese campo, tío: está lleno de alimento para nosotros y nuestros ganados, para nuestro comercio y para el duro invierno que tendrá que llegar.
—Así es siempre, ¿no?
El joven continuó, como si no quisiera más interrupciones.
—Ahora vuelve tu mirada a esta aldea. Nosotros hacemos que ese campo se llene de trigo y alimento, y luego nos comemos lo que sembramos, y volvemos a sembrar.
El tío vio que Evaristo estaba demasiado serio como para hacer ningún comentario, pero en el fondo esos razonamientos empezaban a parecerle obvios y ridículos. El sobrino siguió impertérrito:
—Estamos rodeados de nuestro trabajo, y nuestro trabajo se vuelve nuestra comida; luego con la fuerza de esa comida trabajamos para seguir comiendo… ¡hay algo que falta!
Era la primera vez que Alfonso simplemente no tenía idea de qué decirle a su amado Evaristo, así que se quedó mirándolo con una mezcla de solidaridad y extrañeza. El joven volvió a clavar la mirada en el horizonte. Sin pensar mucho en lo que le saliera, Alfonso disparó una frase:
—No sé qué hace falta, pero sí sé quién va a traerlo. ¿Ves ese campo? A mí me gusta el dorado de la cosecha, que me recuerda el cabello de mi hija Fabia. Si tú quieres algo distinto en esa ventana, ¡hazlo! ¡Haz que yo pueda verlo!
Evaristo salió de la casa del tío, y se sintió el hombre más solo del mundo. Caminó hasta las afueras del pueblo y dejó pasar los minutos y las horas, hasta que la noche hizo salir hasta la más pequeña de las estrellas. Era una noche sin luna, de modo que las sombras de las lejanas colinas semejaban fantásticos monstruos venidos de otro tiempo.
145. El Nombre de Jesucristo
145.1. ¡En el Nombre de Jesús, Nombre lleno de gloria, de dulzura y candor, de fuerza y de luz! ¡En el Nombre del Amado del Padre, Nombre Santo que con humilde gozo pronuncian Ángeles y hombres! ¡En el Nombre del Ungido, verdadero y anhelado Mesías de los hombres, Palabra hecha carne, Hijo de Dios constituido con poder!
145.2. Así como dijo Jesucristo que, levantado en la Cruz, a todos atraería hacia sí (Jn 12,32), así también su Nombre, pronunciado en la mente del hombre, todo lo convoca y todo lo levanta hacia Aquel que es Cabeza de todo (cf. Col 1,17-18). Por eso el demonio tiene entre sus principales tareas borrar y confundir la memoria de Nuestro Amado Señor, Salvador de los hombres, porque bien sabe que los hijos de Adán, en cuanto llegan a ver ese rostro, «Imagen de Dios invisible» (Col 1,15), fascinados por su belleza y enamorados de su bondad, pisotean las cadenas que el infierno con esfuerzo había preparado para ellos.
144. Una Casa Para Dios
144.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
144.2. La casa que tú le puedes construir a Dios es la que Él construye dentro de ti con las palabras que tú le acoges. Tú no puedes abarcar a Dios, pero su Palabra, viviendo en ti, hace Casa donde Él sí cabe. Si quieres, pues hospedar a Dios, has de recibirle su Palabra. ¡Oh maravilla de la Palabra Divina, que siendo con el Padre y como el Padre fuente de toda gloria, es también humilde y piadosa, tanto como para venir al corazón del hombre!
143. La Hora Bendita
143.1. Me gusta esa hora en que dejas descansar tu cabeza en el regazo de Dios, como un niño travieso que no puede decirse inocente ni quiere llamarse culpable.
143.2. Esa hora, lúcida y serena en que de pronto vuelves a entender que todo tiene un secreto porqué, y que la fuente de todo orden está en Dios.
142. Lo más precioso de ti
142.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
142.2. Tus oraciones son lo más precioso de ti. Tus pensamientos, aun los más brillantes a tus ojos, seguramente serán superados. Tus afectos, incluso los más hermosos, tendrán que ser purificados. En tu memoria hay recuerdo de muchas cosas que enmendar, y en tus proyectos hay tanto que corregir, porque no funcionará, como hay para depurar, porque no es grato a Dios. Por contraste, mira ahora la belleza y la simplicidad de una oración. Las oraciones son lo único tuyo que verdaderamente roza el Cielo.
141. Las Flores
141.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
141.2. Las flores, desde tiempo inmemorial, según la medida de tus años, han sido referencia de belleza. Toda la profundidad de las raíces y la seriedad del tronco: toda la diligente labor de las hojas y la diversidad de ramas y ramitas se vuelve explosión de colores, texturas y contrastes en las flores. La flor, por así decirlo, da una razón de ser a todo el árbol que la sostiene. Y si no hubiera flores en el campo, parecería que no existiera más razón para el trabajo que poder trabajar más y más. En la flor y en su serena hermosura descansa el trajín de la naturaleza; el universo se remansa cuando nace una flor, y con paciencia espera a que despliegue sus pétalos y esparza su aroma.
140. Perfección Espiritual
140.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
140.2. ¡Con cuánta reverencia pronuncian los bienaventurados habitantes de los cielos el Nombre Santo de Dios y con cuánto desprecio el mundo lo ignora o maltrata!
140.3. Dime, ¿por qué la gente exige tanto en su comida y en su vestido, hasta ser intolerantes con cualquier defecto que encuentran, mientras que a Dios sólo le arrojan las sobras de su tiempo y de sus fuerzas? A ti por ejemplo, te veo llegar a la oración con el cansancio y la mente embotada. Veo que te pasa a menudo que, cuando ya no pueden darte más los hombres entonces te vuelves a tu Dios. Cuando ya ninguna idea te atrae, piensas en tu Hacedor. Él va de segundo o de tercero, o va en el lugar que pueda, como uno más dentro de una serie.
139. Penitencia Espiritual
139.1. El mundo hace sus propios ayunos y sus propias penitencias pero no por Dios. Es dura ofensa a la majestad y sobre todo a la misericordia divina, ver que lo que no se hace por la conversión del corazón, ni tampoco se hace por amor al prójimo, ni tampoco se hace por gratitud y alabanza al Creador de todos, eso sí se hace por lograr más dinero, por alcanzar más poder o por disfrutar de un placer más intenso.
Ejercicios sobre el perdon, 51
PERDONARSE A SÍ MISMO: Entremos a reflexionar el tema el perdón a sí mismo, que según varios analistas, constituye el momento decisivo en el proceso del perdón. En efecto, el perdón a Dios y el perdón a los otros tiene que pasar por el perdón que yo me conceda a mí mismo. Quien quiere perdonar pero no logra perdonarse a sí mismo es como quien se mete al mar sin saber nadar. Se convierte en juguete de las olas. Lo esencial de toda sanación es aprender a perdonarse a sí mismo, pues desde allí viene la práctica para el perdón a los demás. Solo el perdón que te otorgues a ti mismo logrará restablecer la paz, la armonía interior y hará posible que podamos abrirnos al perdón al otro.
Origen del desprecio a sí mismo: El corazón se va envejeciendo por el pecado, el odio, la falta de perdón. A partir del pecado nuestro corazón se ha llenado de debilidad, culpabilidad, agresividad que, a veces, es dirigida contra los hermanos más cercanos. Puede ser que uno haya sido marcado por reproches humillantes de parte de padres, familiares, educadores: ¡eres un bruto! ¡no sirves para nada! ¡eres un inútil! O se nos marcó con silencios terribles o nos hicieron pasar vergüenzas ante los demás por habernos comportado de una manera que parecía reprensible ante los mayores. Somos seres repletos de culpabilidad. Esta puede comenzar ya desde el seno materno, por ejemplo, al no ser acogido, al no ser deseado, o al no ser aquello que se esperaba: niño o niña; todo eso hace que nos sintamos culpables de vivir. Son muy diversos los orígenes de la culpabilidad, y se continúa así porque no se ha descubierto aún la realidad profunda, transformadora del perdón.
138. Predicar la Cruz y participar de la Cruz
138.1. La palabra humana alcanza su significado en experiencias reales y directas, esto lo sabes tú, porque sabes bien cuán difícil sería explicarle el color a un ciego de nacimiento. Por eso te advierto, no como amenaza sino como palabra de amigo, que predicar la Cruz requiere de la participación en la Cruz. Tus palabras sobre la Cruz lograrán su sentido si las predica un crucificado.
138.2. Te preguntarás entonces cómo podrán entenderlas quienes te escuchen, o si esto implica que también ellos han de tener experiencia de la Cruz para poder oír y entender lo que tú u otro predicador diga sobre la Cruz. Te respondo que en tu pregunta está la respuesta a una cuestión muy honda sobre el ministerio mismo de la evangelización. En efecto: no entenderá palabra alguna sobre la Cruz sino el que haya tenido en su propia carne participación en ella. Y la razón principal por la que no entenderá es porque no le interesará entender.
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137. AMEN y Santidad
137.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
137.2. Con la palabra “amén” se designa, entre otras cosas, la acogida a aquello que ha sido anunciado, es decir, el asentimiento de mente y de corazón a lo que Dios, en últimas, ofrece al hombre. Piensa cómo es cierto que esta sola palabra constituye una pequeña pero muy elocuente oración, con la cual ciertamente puedes entregarte a Dios con todo lo que eres, lo que fuiste y lo que serás.
136. El Ministerio Invisible
136.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
136.2. Cuando te hablo de los bienes invisibles, es fácil que pienses que te hablo de bienes irrelevantes. Aunque en otras palabras que te he dicho ya hay respuesta para este modo de pensar, hoy quiero agregar algo para tu instrucción tomando como ejemplo a la Iglesia peregrina.
135. Bienes Invisibles
135.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
135.2. Es escandaloso y motivo de dolor para todo el que ame a Dios ver con cuánta facilidad los hijos de los hombres encuentran acuerdo en lo que es bello y bueno, cuando se trata de los bienes de la creación, mientras que sus voces vacilan con cobardía cuando se habla de la redención. Coinciden fácilmente en que un día de sol es hermoso o un bebé tierno, pero divergen cuando se trata de enseñar a ese bebé quién es Aquel que más le ha amado, qué ha hecho por él y qué vida se sigue de tanta bondad y tan esplendorosa gracia.
Ejercicios sobre el perdon, 47
Cómo tener sentimientos positivos: Cuenta una historia oriental que un discípulo y el maestro pasean por el bosque. Entonces, el discípulo le dice al maestro: -“he pasado gran parte del día pensando en cosas que no debía pensar, deseando cosas que no debía desear, haciendo planes que no debía hacer…”. El maestro le señala al discípulo una planta y le pregunta si sabe qué era: “Belladona –dijo el discípulo-. Puede ser mortal para quien coma sus hojas.”
-“Pero no puede matar a quien simplemente las contemple –apostilla el maestro– . Así todas las emociones y sensaciones y sentimientos no nos pueden causar ningún mal si no nos dejamos seducir por ellos”. Los sentimientos negativos no deben vencernos, sino advertirnos de que tenemos aún mucho trabajo para expurgar las malas hierbas de nuestro interior, cultivar las buenas obras.