143. La Hora Bendita

143.1. Me gusta esa hora en que dejas descansar tu cabeza en el regazo de Dios, como un niño travieso que no puede decirse inocente ni quiere llamarse culpable.

143.2. Esa hora, lúcida y serena en que de pronto vuelves a entender que todo tiene un secreto porqué, y que la fuente de todo orden está en Dios.

143.3. Esa hora, escondida y humilde en que las grandes pretensiones se quedan cortas y las alegrías modestas de las cosas más sencillas se vuelven elocuentes y sublimes.

143.4. Hora bendita en que la prosa se vuelve poesía, las rimas se visten de música y todo canto es un himno en alabanza de Dios.

143.5. Hora sacra en la que tu mente atormentada por fin percibe el suave ritmo que mece a las espigas, y la grandeza escondida en los árboles adustos, la soledad de los páramos y la pureza de la sonrisa de un niño.

143.6. Esa es la hora en que tu corazón abre una rendija, y por ella se cuela indiscreto un rayo de luz. Detrás de él, las gotas luminosas del amanecer sabrán vencer tu obstinada negligencia, hasta que te atrevas a dejar los postigos para los corrales: ¡lo tuyo es la libertad!

143.7. Me gusta cuando entiendes que la victoria de Dios no significa tu derrota; me gusta cuando sonríes de tus antiguas pretensiones, y escondes la cabeza entre las manos y entretejes una furtiva plegaria.

143.8. Me gusta cuando cantas a solas, y también cuando un gemido se te escapa por la fuerza de la compasión que te embarga.

143.9. Me gusta cuando puedo hablarte como amigo y cuando te importa más lo que te digo que lo que tú me preguntarías. Te hace bien reposar de tus oficios y escuchar como sólo se escucha se quiere aprender.

143.10. Me gusta cuando te das permiso de abrazar tus ideales en Dios, y también cuando deduces la realidad de mi existencia de la realidad de mi amistad. Te hace bien recibirme; no te haría bien rechazarme.

143.11. Me gusta decirte que hay amor para ti, y recordarte que hay vida para ti, y derramar sobre ti, desde el Cielo, caudales de amor y fuego. Como cuando te digo lo que ya sabes: Dios te ama; ¡su amor es eterno!