200. Un No Se Que

200.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

200.2. A ti te salva no sólo lo que sabes sino también lo que ignoras o no recuerdas. Lo que tú sabes en cierto modo entra dentro de lo que tú controlas. Lo que tú desconoces pertenece al rango de lo que quizá tiene algún poder sobre ti.

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La Cruz fue necesaria en el plan de Dios

3. ¿Por qué es necesaria la Cruz, tanto para Dios como para sus hijos las criaturas?

La Sagrada Escritura muestra que Dios escogió esta vía para acabar con el pecado y con el autor del pecado el demonio. San Pedro dice que Jesús “Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pe 2, 24) para que muriéramos al pecado y viviéramos en el seno de la justicia. San Pablo dice que Jesús asumiendo la condición de criatura humana en carne y sangre “participó de las mismas para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hb 2, 14).

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La Necesidad de la Cruz

I. LA NECESIDAD DE LA CRUZ

2. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 16-17). “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros sino por los del mundo entero… Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en el Hijo; quien tiene al Hijo tiene la Vida” (1 Jn 2, 2; 5, 11-12).

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198. Mas Alla del Recuerdo

198.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

198.2. Así como hay recuerdos amargos, recuerdos tristes y recuerdos deshonestos, hay también recuerdos hermosos, recuerdos dulces y recuerdos saludables. Pero más allá de lo que directamente puede recordar la mente humana, es bueno aprender a agradecer lo que no se recuerda y que sin embargo hizo bien. Este ejercicio, del que te quiero hablar hoy, levanta al alma hacia una gratitud singular y una humildad profunda.

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197. Un Cuadrado de Luz

197.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

197.2. El arte musulmán es uno de los bienes culturales de la Humanidad. Cultivaron los seguidores de Mahoma la radical ausencia de toda imagen, y por ello, para decorar sus edificios sagrados, se valieron ante todo de las formas puras de la geometría. Preciosos mosaicos y admirables teselaciones van recubriendo de luces y colores la arquitectura propia de este modo de arte.

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MARIA Y EL PADRE EN EL NUEVO TESTAMENTO

MARÍA Y EL PADRE EN EL NUEVO TESTAMENTO

Les invito a reflexionar sobre el papel de María en nuestro caminar hacia el Padre. El quiso la presencia de María en la historia de la salvación. En efecto, cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, señaló que viniera naciendo de María: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos” (Gal 4,4). El Padre dispuso que María lo comunicara a toda la humanidad. Por tanto, María se encuentra en la encrucijada de los dos caminos: el que va desde el Padre a la humanidad como madre que da a todos a su Hijo, el Salvador; y el que los hombres deben recorrer para ir al Padre.

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196. El Secreto de Cristo

196.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

196.2. No se detiene el agua del manantial, aunque tú dejes de mirarla; no dejan de hacer sus nidos primorosos y mullidos los pajaritos, aunque nadie los aplauda; los más bellos atardeceres suceden ante playas desiertas, y los secretos más íntimos de la materia todavía no han sido formulados ni contemplados ni agradecidos por nadie, pero ¡ahí están!

196.3. ¿Qué te dicen estos ejemplos, mi pequeño amigo? Que tu bondad debe realizarse en lo escondido, en ese «secreto» del que te habló Nuestro Señor Jesucristo, allí donde Dios ve y paga (Mt 6,4.6.18). Ahora bien, en ese pasaje Cristo no dijo que la paga fuera en secreto, pero sí es cierto que una parte de la paga es en secreto. De eso quiero hablarte hoy.

196.4. Si miras la vida de Cristo “desde fuera,” te resulta incomprensible. Un ritmo extenuante de trabajo; gente que demanda más y más atención, más y más cuidado, más y más amor; sin el sosiego de un hogar, la caricia de una esposa solícita, o la remuneración afectiva que dan los hijos con su saludo, su sonrisa y su abrazo. Incomprendido por los discípulos, odiado por sus enemigos, urgido por todos. Sobrecargado con una misión intransferible y trascendental como ninguna; solo en medio de las multitudes; a menudo llamado pero pocas veces acogido de verdad. Torturado por el anhelo de la gloria divina en ese barro irresponsable que es la existencia humana; quemado por la sed, falto de alimento, escaso de provisiones, privado a menudo de un buen descanso. Todos esperan de Él sin que le sea permitido esperar mayor cosa de nadie; todos quieren apoyarse en Él sin que se le autorice confiar y apoyarse realmente en nadie; debe ser todo para todos, aun sabiendo que muchos lo tratarán como si no fuera nada, como si no valiera la pena, como si no fuera nadie. Y para desenlace de semejante vida, una avalancha de traiciones, un aguacero de insultos, una tormenta de blasfemias, el alud de un castigo inhumano y cruel, el silencio de los Cielos y el espanto de la Cruz. Es incomprensible; es absurdo; parece simplemente ridículo o demencial… si lo ves desde fuera.

196.5. Mas en Cristo existe un “adentro.” Él, que a todos enseñó que el Padre veía “en lo secreto,” lo dijo porque lo sabía, porque lo había vivido. Habló así porque en su propio secreto había sentido como nadie la dulce presencia del amor del Padre.

196.6. Los hombres del mundo tienen sólo exterioridad. Toda su felicidad se juega en las cosas que se ven, se palpan, se compran o se venden, se aplauden o se denigran. En su interior hay apenas un poquito de espacio, donde tienen que hacer caber su poquito de podredumbre: lo que quieren llevarse a la eternidad.

196.7. Cristo es exactamente lo contrario. Su exterior, como el de la Cruz, es rugoso e incomprensible. Da amor, produce bienes, ofrece bondad, pero al mirarle fijamente, desconcierta y deja espantada a la inteligencia humana. Por el contrario, su interior es palacio deslumbrante; altar incandescente de finísimo incienso; casa amplia donde todo tiene su lugar y donde todos son acogidos con un amor que no cabe en palabras de hombres ni de ángeles.

196.8. Por eso hace tanto bien el amor devoto al Corazón de Jesús, porque con esa palabra y en ese nombre hay como una puertecita que te lleva hacia ese secreto de Cristo Jesús.

196.9. Dios Padre vio y conoció ese “secreto” de Cristo, y por eso dijo con voz que resonó a modo de trueno: «en Él me complazco» (Mt 3,17; 17,5; Mc 1,11). Nuestro Señor, terminada la dura jornada se iba solo a la montaña a hacer oración, es decir: acudía a ese “secreto,” a esa intimidad de amor con el Padre. En lugar de los rostros desfigurados por la enfermedad o el pecado, allí le esperaba el rostro hermoso por excelencia; en lugar de las voces destempladas de los odios o miserias de los hombres, allá le aguardaba la palabra dulce que sólo sabe decirle “¡Hijo, Hijo mío!;” en lugar del elenco repetido de las traiciones y envidias humanas, allí venía, como a su igual, el Amor. ¿No es bello el secreto de Cristo?

196.10. Ese secreto no ha quedado en secreto. Se ha abierto para ti hoy. Recíbelo. Para ti será el Reino de los Cielos.

EL ABANDONO EN EL PADRE

EL ABANDONO EN EL PADRE

Les invito a reflexionar en un tema que constituye hoy una espiritualidad maravillosa. Es el tema sobre el abandono, vivido por Jesús en su relación con el Padre. De tal manera se abandonó en Él que su voluntad es la del Padre y su alimento es hacer la voluntad de su querido Padre celestial. El Santo Abandono es el acto más perfecto de amor a Dios que un alma pueda producir. El que da a Dios su voluntad se da así mismo y lo da todo. Es esta la manera más noble, más perfecta y más pura de amar. Si el abandono perfecciona las virtudes, perfecciona también la unión del alma con Dios.

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195. Unidad

195.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

195.2. Como decía en su tiempo el apóstol Pablo, te digo yo ahora: No me cansa repetirte las mismas cosas (cf. Flp 3,1). Considero que es salud para tu mente enseñarte de mil modos y con mil ejemplos cómo has de descubrir la unidad en la creación, la unidad en la redención y la unidad que hay en el plan que une la creación y la redención.

195.3. La pluralidad es bella, y ha sido querida por Dios, pero no como un fin último, al modo de la dispersión, sino como un lenguaje que conduce finalmente hacia la unidad que sólo se halla en Él mismo.

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IMITANDO AL PADRE

IMITANDO AL PADRE

Les invito ahora a iniciar una reflexión sobre la imitación del Padre, pues Jesús nos lo entregó para que fuéramos como Él. Esta es su invitación a todos en el SM: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Y san Pedro, igualmente, nos exhorta: “El que les llamó es santo; también ustedes sean santos como Él en toda su conducta” (1Ped 1,15). Es necesario que hagamos nuestra esta apremiante invitación de Cristo y su vicario. Terminados los presentes ejercicios, es necesario que reiniciemos nuestro camino de bautizados. Y vivir el Bautismo es vivir la santidad. Pues, este sacramento es una verdadera entrada en la santidad del Padre. En efecto, descubierto el regalo del Padre, estamos urgidos de responder a la llamada a la santidad, para caminar como hijos queridos de nuestro Padre en este compromiso: “Esta es la voluntad de Dios: su santificación” (1Tes 4,3).

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194. La Revelacion de la Verdad

194.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

194.2. El tiempo de aquella Cuaresma inolvidable para la Iglesia de Cristo ha terminado, y tú has visto cómo lo que fue jubileo para todos, algo de continua cuaresma tuvo para ti. Tu jubileo, tu gran jubileo no ha llegado todavía, y precisamente una de las razones de mi presencia explícita en tu vida es conducirte a tu verdadero jubileo.

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EL TESTAMENTO DEL PADRE

EL TESTAMENTO DEL PADRE

(Lc 15, 31-32. 22-24)

Hemos llegado al final de la parábola del Padre misericordioso, donde Jesús nos ha entregado una imagen fiel y viva del Padre y de su manera de ser y de actuar. El mensaje que en este momento nos entrega como testamento tiene que ver con los dos hijos, con toda la humanidad. Es la gratuidad de la misericordia del Padre con todos sus hijos, pero que acoge gratuitamente a los más débiles. Es la misericordia del Padre frente a la miseria del hombre. El Padre tiene fe en el hombre, en esos hombres despreciados y marginados y en su conversión, en su recuperación y superación. La dimensión en que el Padre vive esa misericordia es la alegría que, además, comparte con todos: “Alégrense conmigo” (Lc 15,6.9); “convenía celebrar una fiesta y alegrarse” (Lc 15, 31-32). Uno de los rasgos sobresalientes de nuestro Padre es la alegría que Él siente en la conversión del pecador, así lo expresa en las parábolas de la misericordia. Es interesante ver que el Padre siente más gozo en el pecador que se convierte, pero no dice que el pecador sea más querido que los demás hijos del Padre, pues si los hombres, que son malos, aman a todos sus hijos, cuánto más el Padre ama a todos, pues son sus hijos.

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Venimos del Padre y a El volvemos

VENIMOS DEL PADRE Y A ÉL VOLVEMOS

(Jn 16, 26-28)

Estos últimos momentos de nuestra reflexión vamos a emplearlos meditando sobre un tema maravilloso, que nos llena de esperanza. Y es sobre nuestro ingreso y nuestro fin en este mundo. Cuando alguien me pregunta de dónde soy, yo le contesto: vine del cielo y al cielo regreso. Pero es mucho mejor decir, vine del Padre y regreso al Padre. Esto mismo decía Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo, de nuevo dejo el mundo y regreso al Padre” (Jn 16,28). Esta sola frase resume el misterio de su Persona. En efecto, dice la Palabra que “El Verbo estaba junto a Dios” (Jn 1, 1). Pues existía antes de todas las cosas. Y existía junto al Padre, es decir, tiene una relación de intimidad con Él, tan grande que tiene la misma naturaleza con El. Salí del Padre: es el misterio de su Encarnación, la Palabra se hizo carne; ahora vuelvo al Padre: resucitado y glorioso lleva los trofeos de su victoria: el pecado destruido, la muerte vencida, la vieja ley de Moisés superada, deja a los hombres los sacramentos, su Iglesia, la salvación.

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