EL TESTAMENTO DEL PADRE

EL TESTAMENTO DEL PADRE

(Lc 15, 31-32. 22-24)

Hemos llegado al final de la parábola del Padre misericordioso, donde Jesús nos ha entregado una imagen fiel y viva del Padre y de su manera de ser y de actuar. El mensaje que en este momento nos entrega como testamento tiene que ver con los dos hijos, con toda la humanidad. Es la gratuidad de la misericordia del Padre con todos sus hijos, pero que acoge gratuitamente a los más débiles. Es la misericordia del Padre frente a la miseria del hombre. El Padre tiene fe en el hombre, en esos hombres despreciados y marginados y en su conversión, en su recuperación y superación. La dimensión en que el Padre vive esa misericordia es la alegría que, además, comparte con todos: “Alégrense conmigo” (Lc 15,6.9); “convenía celebrar una fiesta y alegrarse” (Lc 15, 31-32). Uno de los rasgos sobresalientes de nuestro Padre es la alegría que Él siente en la conversión del pecador, así lo expresa en las parábolas de la misericordia. Es interesante ver que el Padre siente más gozo en el pecador que se convierte, pero no dice que el pecador sea más querido que los demás hijos del Padre, pues si los hombres, que son malos, aman a todos sus hijos, cuánto más el Padre ama a todos, pues son sus hijos.

Magnitud de la misericordia

El evangelista nos muestra el corazón misericordioso del Padre visto a través de Cristo, en las tres parábolas de la oveja perdida (Lc 15,3-7), la moneda extraviada (Lc 15,8-10), y el hijo pródigo(Lc 15, 11-32). En esta parábola el Padre ejercita su misericordia con los dos hijos, de modo diferente.

El hijo menor comprende que no puede volver a la casa paterna con su vergüenza y su suciedad. Se da cuenta de que es indigno de llamarse hijo. Pero, ¡qué acogida la que recibe! El padre sale, corre a su encuentro, se echa a su cuello y le cubre de besos, después de hacer todo lo necesario para hacerle grato su regreso al hogar. Mientras la casa está de fiesta, llega el hijo mayor; oye la música, pregunta que ocurre y se entera del retorno de su hermano. Entonces, indignado, rehúsa entrar. El padre mismo, lleno de misericordia, sale y le ruega que pase. Pero el hijo mayor rechaza la invitación., porque se cree justo. ¡Con cuánta paciencia y misericordia responde el padre a los vehementes reproches de su hijo mayor! Le dice: “Te he dado grandes bendiciones, todas son tuyas, hijo mío; todo lo mío es tuyo. Pero mi amor necesita que mi casa se llene de 75uyiendo en ella a miserables pecadores perdidos, pero arrepentidos, y que reconozcan que todo lo deben a mi grac”a”. “Así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento” (v.7).

Viendo los motivos para la conversión que tuvo el hijo menor, conversión que se produjo bajo la presión de necesidades vitales, nos ayudan a descubrir la magnitud de la gratuidad del perdón paterno. Pero el momento en que ese amor paterno alcanza el vértice es cuando entra en escena el hermano mayor. A este, duro, inflexible, lo aborda el padre con su misericordia y le dice: “tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo“. Y vuelca sobre el su misericordia, para que él a su vez la ejercite con su hermano. Del primer hijo no aparece que hubiera podido ejercitar su misericordia con el hermano mayor; el mayor no quiso ejercerla y se negó a recibirlo en casa; pero el tercer hijo de la parábola sí ejerció la misericordia.

Cristo, espejo de misericordia

El tercer hijo, Jesús, es la suprema misericordia del Padre. El encarnó en sí la doctrina que predicaba y que había fotografiado en sus parábolas. En efecto, Jesús fue espejo de misericordia en su encarnación y durante toda su vida. Él empezó a obrar y luego a enseñar, mostrando su misericordia tanto en sus obras como en sus palabras; se compadece de toda miseria tanto física como moral; ama y busca a los pecadores (Lc 5,31; en sus parábolas nos describe su corazón y el corazón de su Padre llenos de misericordia.

Exigencia del testamento

La misericordia del Padre es su gran exigencia para nosotros. Jesús quiere que nosotros seamos “misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre del cielo” (Lc 6,36). Misericordiosos en nuestros juicios (Mt 7,3); misericordiosos en las palabras (Mt 5,22); misericordiosos en nuestra sobras; misericordiosos con el enemigo (Lc 11,4); misericordiosos para obtener misericordia (M 25, 31-46).

Quiero terminar con dos testimonios que nos hablan de la misericordia del padre, de los padres y nos ayudan a dejarnos llenar nosotros de la misericordia del Padre para ejercitarla con nuestros hermanos mayores y menores.

La misericordia hoy

La misericordia del Padre la vemos actualizada hoy en la siguiente historia de un hijo pródigo moderno. Este se marchó de casa, se malgastó todo lo que había recibido, no sólo el dinero, sino también la salud, e hizo que se fuera a pique también el honor de la familia. Cayó en la droga y en los robos. De vez en cuando le rondaba la idea de volver a casa, de llevar una vida buena, pero le faltaba voluntad, pensando en que no sería bien recibido y, además, porque no se sentía capaz de llevar una vida ordenada, le faltaba voluntad.

Cayó en prisión por los delitos que cometió. Los padecimientos que allá probó le hicieron madurar. Volvió a recordar la felicidad que perdió abandonando a sus padres y la posibilidad del perdón. Poco antes de salir en libertad, se decidió a escribir a sus padres: les pedía perdón por todo lo que había hecho; y les decía que si lo perdonaban, que si estaban dispuestos a acogerlo, pusieran un pañuelo blanco en el manzano que había en el huerto, al lado de la vía de tren; que él al pasar el día que saliera de la prisión, si veía el pañuelo bajaría del tren y volvería a casa; si no lo veía, continuaría el viaje para nunca más volver.

El día que salió, se vino con un compañero de prisión que salió con él y le acompañaba en el viaje. Cuado el tren estaba llegando a su pueblo, a la casa de sus padres, no osaba mirar por la ventana. Le dijo a su compañero: “mira tú, yo no me atrevo” y cerró los ojos. Pensaba en aquel manzano, al que subía de pequeño, y se ponía contento, imaginando el pañuelo colgado en el árbol; pero, también se ponía triste pensando: “¿y si no está?

Entonces dijo a su compañ”ro: “ya nos acercamos: ves el pañuelo, está el pañ”elo?”. En ese momento le dice el compañero: “No está un pañuelo colgado, abre los ojos y… ¡mira!”. Y al abrirlos se encontró que no había un pañuelo, sino que el manzano estaba lleno de pañuelos blancos, que sus padres habían colgado del manzano, y que parecía un árbol de navidad, queriendo así decir a su hijo cuán inmenso era el perdón que le otorgaban. Así es el perdón auténtico.

Es esta una historia repetida desde que el mundo es mundo, bien resumida en el perdón que l padre dio a su hijo y que Rembrant pintó. En el cuadro resalta la figura del Padre que abraza el hijo que vuelve, desvalido y hambriento; el padre lo abraza con dos manos, una de ho–bre -que hace fuerza sobre el hijo, apretándolo sobre su pecho- y la otra de mujer –afectuosa y dulce, acariciando al hijo que ha regresado-. Y es que el Padre es padre y madre al mismo tiempo.

Imagen del Padre

Cristo nos entrega una nueva imagen bíblica del Padre, distinta de la de los escribas y fariseos. Esta se podría sintetizar diciendo que El Padre es aquel que ama y perdona. Cuando ama y perdona, Dios se muestra de modo especial como Padre. Y así también, el hombre manifestará su condición de hijo de Dios cuando actúe de igual manera con los demás hombres. El prójimo se convierte así en sacramento de Dios para el hombre, en posibilidad de materializar el amor a Dios, de adherir a Cristo presente en los hermanos.

Especialmente a través de las parábolas de la misericordia, Jesús somete a una revisión total la idea que los judíos se hacían de Dios y de su justicia. Estas actúan como transmisoras del “escándalo del amor desinteresado” que el Reino inaugura. Jesús anuncia la noticia del Dios bueno, que perdona y da generosamente, que ofrece permanentemente habitar en su casa. Un Padre misericordioso, que ama gratuitamente –escándalo para quienes tenían una exaltación del mérito, del esfuerzo en el cumplimiento de la ley-, que ama a los pecadores, a quienes “no cumplen la ley”. Un Padre que sólo pide que crean en su misericordia y se conviertan, que vuelvan a su casa. Y que pide el arrepentimiento como condición para perdonar y amar. Tal como aparece en Lc. 15, 11-31, un Padre que ama con un amor que el otro no merece. En Jesús, vemos un Padre que viene a buscar lo que está perdido, que tiene la iniciativa en el proceso de conversión. Que pone primero el ofrecimiento del perdón liberador que la obra humana de penitencia.