Caridad en lo cotidiano

Tú, por tu condición de cristiano, no puedes vivir de espaldas a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de tus hermanos los hombres.

¡Con cuánta insistencia el Apóstol San Juan predicaba el mandatum novum! -“¡Que os améis los unos a los otros!” -Me pondría de rodillas, sin hacer comedia -me lo grita el corazón-, para pediros por amor de Dios que os queráis, que os ayudéis, que os deis la mano, que os sepáis perdonar. -Por lo tanto, a rechazar la soberbia, a ser compasivos, a tener caridad; a prestaros mutuamente el auxilio de la oración y de la amistad sincera.

Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás. -Por eso, cuando hayas de corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar…, y con ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas.

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Necesidades espirituales básicas

Necesitas vida interior y formación doctrinal. ¡Exígete! -Tú -caballero cristiano, mujer cristiana- has de ser sal de la tierra y luz del mundo, porque estás obligado a dar ejemplo con una santa desvergüenza. -Te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te separarás de tus iguales -tus parientes, tus amigos, tus colegas-, lo mismo que no se separa la sal del alimento que condimenta. Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo con su presencia activa. Pide al Señor que siempre seas ese buen condimento en la vida de los demás.

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Una voluntad formada para AMAR

Persevera, voluntariamente y con amor -aunque estés seco-, en tu vida de piedad. Y no te importe si te sorprendes contando los minutos o los días que faltan para acabar esa norma de piedad o ese trabajo, con el turbio regocijo que pone, en semejante operación, el chico mal estudiante, que sueña con que se termine el curso… Persevera -insisto- con eficaz y actual voluntad, sin dejar ni un instante de querer hacer y aprovechar esos medios de piedad.

Vive la fe, alegre, pegado a Jesucristo. -Amale de verdad -¡de verdad, de verdad!-, y serás protagonista de la gran Aventura del Amor, porque estarás cada día más enamorado.

Dile despacio al Maestro: ¡Señor, sólo quiero servirte! ¡Sólo quiero cumplir mis deberes, y amarte con alma enamorada! Hazme sentir tu paso firme a mi lado. Sé Tú mi único apoyo. -Díselo despacio…, ¡y díselo de veras!

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¡Oración, oración!

La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. -¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración.

El espíritu de oración que anima la vida entera de Jesucristo entre los hombres, nos enseña que todas las obras -grandes y pequeñas- han de ir precedidas, acompañadas y seguidas de oración.

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Finalmente, es cuestión de amor

Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino…, y amar podemos siempre.

Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes.

Los sarmientos, unidos a la vid, maduran y dan frutos. -¿Qué hemos de hacer tú y yo? Estar muy pegados, por medio del Pan y de la Palabra, a Jesucristo, que es nuestra vid…, diciéndole palabras de cariño a lo largo de todo el día. Los enamorados hacen así.

Ama mucho al Señor. Custodia en tu alma, y foméntala, esta urgencia de quererle. Ama a Dios, precisamente ahora, cuando quizá bastantes de los que le tienen en sus manos no le quieren, le maltratan y le descuidan. ¡Trátame muy bien al Señor, en la Santa Misa y durante la jornada entera!

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Una relación personal con el Espíritu Santo

No te limites a hablar al Paráclito, ¡óyele! En tu oración, considera que la vida de infancia, al hacerte descubrir con hondura que eres hijo de Dios, te llenó de amor filial al Padre; piensa que, antes, has ido por María a Jesús, a quien adoras como amigo, como hermano, como amante suyo que eres… Después, al recibir este consejo, has comprendido que, hasta ahora, sabías que el Espíritu Santo habitaba en tu alma, para santificarla…, pero no habías “comprendido” esa verdad de su presencia. Ha sido precisa esa sugerencia: ahora sientes el Amor dentro de ti; y quieres tratarle, ser su amigo, su confidente…, facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender… ¡No sabré hacerlo!, pensabas. -Oyele, te insisto. El te dará fuerzas, El lo hará todo, si tú quieres…, ¡que sí quieres! -Rézale: Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte.

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Hablar de frente sobre la santidad

Al abrir tu alma, ¡sé sincero! y, sin dorar la píldora, que a veces es infantilismo, habla. Luego, con docilidad, sigue adelante: serás más santo, más feliz.

La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno.

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El fundamento de tu confianza

Hoy he vuelto a rezar lleno de confianza, con esta petición: Señor, que no nos inquieten nuestras pasadas miserias ya perdonadas, ni tampoco la posibilidad de miserias futuras; que nos abandonemos en tus manos misericordiosas; que te hagamos presentes nuestros deseos de santidad y apostolado, que laten como rescoldos bajo las cenizas de una aparente frialdad… -Señor, sé que nos escuchas. Díselo tú también.

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Otra vez a luchar

Me parece muy oportuno que con frecuencia manifiestes al Señor un deseo ardiente, grande, de ser santo, aunque te veas lleno de miserias… -Hazlo, ¡precisamente por esto!

Si vuelves a abandonarte en las manos de Dios, recibirás, del Espíritu Santo, luces en el entendimiento y vigor en la voluntad.

Escucha de labios de Jesús aquella parábola que relata San Juan en su Evangelio: »Ego sum vitis, vos palmites» -Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. Ya tienes en la imaginación, en el entendimiento, la parábola entera. Y ves que un sarmiento separado de la cepa, de la vid, no sirve para nada, no se llenará de fruto, correrá la suerte de un palo seco, que pisarán los hombres o las bestias, o que se echará al fuego… -Tú eres el sarmiento: deduce todas las consecuencias.

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Amadores de la perfección

Has llegado a una gran intimidad con este nuestro Dios, que tan cerca está de ti, tan dentro de tu alma…, pero, ¿procuras que aumente, que se haga más honda? ¿Evitas que se metan por medio pequeñeces que puedan enturbiar esa amistad? -¡Sé valiente! No te niegues a cortar todo lo que, aunque sea levemente, cause dolor a Quien tanto te ama.

La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo, tanto en su proceso interno -en la santificación- como en la conducta externa. -Agradécele su bondad.

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Delicados frente al amor de Dios

Vida limpia, ¡con valentía!, cada uno en su estado: hay que saber decir que no, por el gran Amor con mayúscula.

¡Dios mío!: encuentro gracia y belleza en todo lo que veo: guardaré la vista a todas horas, por Amor.

Tú, cristiano, y por cristiano hijo de Dios, has de sentir la grave responsabilidad de corresponder a las misericordias que has recibido del Señor, con una actitud de vigilante y amorosa firmeza, para que nada ni nadie pueda desdibujar los rasgos peculiares del Amor, que El ha impreso en tu alma. (S. Th., II-II, q.55, a.7 resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Protege tu corazón

La guarda del corazón. -Así rezaba aquel sacerdote: “Jesús, que mi pobre corazón sea huerto sellado; que mi pobre corazón sea un paraíso, donde vivas Tú; que el Angel de mi Guarda lo custodie, con espada de fuego, con la que purifique todos los afectos antes de que entren en mí; Jesús, con el divino sello de tu Cruz, sella mi pobre corazón”.

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La Cruz de cada día

El espíritu de penitencia está principalmente en aprovechar esas abundantes pequeñeces -acciones, renuncias, sacrificios, servicios…- que encontramos cada día en el camino, convirtiéndolas en actos de amor, de contrición, en mortificaciones, y formar así un ramillete al final del día: ¡un hermoso ramo, que ofrecemos a Dios!

El mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia en el trabajo comenzado: cuando se hace con ilusión, y cuando resulta cuesta arriba.

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Crecer junto a la Cruz del Señor

Cada día un poco más -igual que al tallar una piedra o una madera-, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas -ésas que buscamos, como florecillas que recogemos a lo largo del día-, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta. -¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo!

El Señor, con los brazos abiertos, te pide una constante limosna de amor.

Acércate a Jesús muerto por ti, acércate a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota… Pero acércate con sinceridad, con ese recogimiento interior que es señal de madurez cristiana: para que los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetren en tu alma.

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