Meditaciones y datos preciosos sobre el valor de la Cruz del Señor, y su relación con nuestro propio camino en la fe.
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
¡Qué contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos los minutos de la vida! -Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría de quienes, con serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para ese encuentro.
El pensamiento de la muerte te ayudará a cultivar la virtud de la caridad, porque quizá ese instante concreto de convivencia es el último en que coincides con éste o con aquél…: ellos o tú, o yo, podemos faltar en cualquier momento.
Decía un alma ambiciosa de Dios: ¡por fortuna, los hombres no somos eternos!
Esta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma…; y, con ella, conquistamos la eternidad.
Tremendo se revelará el juicio para los que, sabiendo perfectamente el camino, y habiéndolo enseñado y exigido a los otros, no lo hayan recorrido ellos mismos. -Dios los juzgará y los condenará con sus propias palabras.
El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con El.
Si alguna vez te intranquiliza el pensamiento de nuestra hermana la muerte, porque ¡te ves tan poca cosa!, anímate y considera: ¿qué será ese Cielo que nos espera, cuando toda la hermosura y la grandeza, toda la felicidad y el Amor infinitos de Dios se viertan en el pobre vaso de barro que es la criatura humana, y la sacien eternamente, siempre con la novedad de una dicha nueva?
Aquel sacerdote amigo trabajaba pensando en Dios, asido a su mano paterna, y ayudando a que los demás asimilaran estas ideas madres. Por eso, se decía: cuando tú mueras, todo seguirá bien, porque continuará ocupándose El.
¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque no lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres.
Todo lo de aquí abajo es un puñado de ceniza. Piensa en los millones de personas -ya difuntas- “importantes” y “recientes”, de quienes no se acuerda nadie.
La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno.
«Non habemus hic manentem civitatem» -no se halla en esta tierra nuestra morada definitiva. -Y, para que no lo olvidemos, aparece con crudeza, a veces, esta verdad a la hora de la muerte: incomprensión, persecución, desprecio,… -Y siempre la soledad, porque -aunque estemos rodeados de cariño- cada uno muere solo. -¡Soltemos ya todas las amarras! Preparémonos de continuo para ese paso, que nos llevará a la presencia eterna de la Trinidad Santísima.
El tiempo es nuestro tesoro, el “dinero” para comprar la eternidad.
Te has consolado con la idea de que la vida es un gastarse, un quemarla en el servicio de Dios. -Así, gastándonos íntegramente por El, vendrá la liberación de la muerte, que nos traerá la posesión de la Vida.
El verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque, en cada instante -si lucha para vivir como hombre de Cristo-, se encuentra preparado para cumplir su deber.
Cara a la muerte, ¡sereno! -Así te quiero. -No con el estoicismo frío del pagano; sino con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se quita. -¿Morir?… ¡Vivir!
Doctor en Derecho y en Filosofía, preparaba una oposición a cátedra, en la Universidad de Madrid. Dos carreras brillantes, realizadas con brillantez. Recibí un aviso suyo: estaba enfermo, y deseaba que fuera a verle. Llegué a la pensión, donde se hospedaba. -“Padre, me muero”, fue su saludo. Le animé, con cariño. Quiso hacer confesión general. Aquella noche falleció. Un arquitecto y un médico me ayudaron a amortajarle. -Y, a la vista de aquel cuerpo joven, que rápidamente comenzó a descomponerse…, coincidimos los tres en que las dos carreras universitarias no valían nada, comparadas con la carrera definitiva que, buen cristiano, acababa de coronar.
Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. -Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad.
Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie…, en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad.
La violencia no es buen sistema para convencer…, y mucho menos en el apostolado.
Con la polémica agresiva, que humilla, raramente se resuelve una cuestión. Y, desde luego, nunca se alcanza esclarecimiento cuando, entre los que disputan, hay un fanático.
No me explico tu enfado, ni tu desencanto. Te han correspondido con tu misma moneda: el deleite en las injurias, a través de la palabra y de las obras. Aprovecha la lección y, en adelante, no me olvides que también tienen corazón los que contigo conviven.
Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas -a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos- no salen a tu gusto… Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan.
Si gracias a tu mirada fija en Dios sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones; si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los demás.
Aquel amigo nos confiaba sinceramente que jamás se había aburrido, porque nunca se había encontrado solo, sin nuestro Amigo. -Caía la tarde, con un silencio denso… Notaste muy viva la presencia de Dios… Y, con esa realidad, ¡qué paz!
Un saludo vibrante de un hermano te recordó, en aquel ambiente viajero, que los caminos honestos del mundo están abiertos para Cristo: únicamente falta que nos lancemos a recorrerlos, con espíritu de conquista. Sí: Dios ha creado el mundo para sus hijos, para que lo habiten y lo santifiquen: entonces, ¿a qué esperas?
Fomenta, en tu alma y en tu corazón -en tu inteligencia y en tu querer-, el espíritu de confianza y de abandono en la amorosa Voluntad del Padre celestial… -De ahí nace la paz interior que ansías.
¿Cómo vas a tener paz, si te dejas arrastrar por esas pasiones, que ni siquiera intentas dominar? El cielo empuja para arriba; tú, para abajo… -Y de este modo te desgarras.
Aleja enseguida de ti el temor y la perturbación de espíritu…: evita de raíz esas reacciones, pues sólo sirven para multiplicar las tentaciones y acrecentar el peligro.
Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana angustiándose.
Dale permiso a Dios para que mejore tus expectativas, permítele que te muestre lo que Él es y no lo limites por tus necesidades, sueños o caprichos.
[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]
Un matrimonio cristiano no puede desear cegar las fuentes de la vida. Porque su amor se funda en el Amor de Cristo, que es entrega y sacrificio… Además, como recordaba Tobías a Sara, los esposos saben que “nosotros somos hijos de santos, y no podemos juntarnos a manera de los gentiles, que no conocen a Dios”.
Cuando éramos pequeños, nos pegábamos a nuestra madre, al pasar por caminos oscuros o por donde había perros. Ahora, al sentir las tentaciones de la carne, debemos juntarnos estrechamente a Nuestra Madre del Cielo, por medio de su presencia bien cercana y por medio de las jaculatorias. -Ella nos defenderá y nos llevará a la luz.
Permíteme un consejo, para que lo pongas en práctica a diario. Cuando el corazón te haga notar sus bajas tendencias, reza despacio a la Virgen Inmaculada: ¡mírame con compasión, no me dejes, Madre mía! -Y aconséjalo a otros.
La castidad -la de cada uno en su estado: soltero, casado, viudo, sacerdote- es una triunfante afirmación del amor.
El “milagro” de la pureza tiene como puntos de apoyo la oración y la mortificación.
Más peligrosa se demuestra la tentación contra la castidad, cuanto más disimulada viene: por presentarse insidiosamente, engaña mejor. -¡No transijas, ni siquiera con la excusa de no “parecer raro”!
Acostúmbrate a poner tu pobre corazón en el Dulce e Inmaculado Corazón de María, para que te lo purifique de tanta escoria, y te lleve al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús.
La gente de aquella tierra -tan apartada de Dios, tan desorientada- te ha recordado las palabras del Maestro: “andan como ovejas sin pastor”. -Y has sentido que a ti también se te llenan las entrañas de compasión…: decídete, desde el lugar que ocupas, a dar la vida en holocausto por todos.
Los pobres -decía aquel amigo nuestro- son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo.
Poniendo el amor de Dios en medio de la amistad, este afecto se depura, se engrandece, se espiritualiza; porque se queman las escorias, los puntos de vista egoístas, las consideraciones excesivamente carnales. No lo olvides: el amor de Dios ordena mejor nuestros afectos, los hace más puros, sin disminuirlos.
¿Reprender?… Muchas veces es necesario. Pero enseñando a corregir el defecto. Nunca, por un desahogo de tu mal carácter.
Cuando hay que corregir, se ha de actuar con claridad y amabilidad; sin excluir una sonrisa en los labios, si procede. Nunca -o muy rara vez-, por la tremenda.
¿Te sientes depositario del bien y de la verdad absoluta y, por tanto, investido de un título personal o de un derecho a desarraigar el mal a toda costa? -Por ese camino no arreglarás nada: ¡sólo por Amor y con amor!, recordando que el Amor te ha perdonado y te perdona tanto.
Ama a los buenos, porque aman a Cristo… -Y ama también a los que no le aman, porque tienen esa desgracia…, y especialmente porque El ama a unos y a otros.