138. Predicar la Cruz y participar de la Cruz

138.1. La palabra humana alcanza su significado en experiencias reales y directas, esto lo sabes tú, porque sabes bien cuán difícil sería explicarle el color a un ciego de nacimiento. Por eso te advierto, no como amenaza sino como palabra de amigo, que predicar la Cruz requiere de la participación en la Cruz. Tus palabras sobre la Cruz lograrán su sentido si las predica un crucificado.

138.2. Te preguntarás entonces cómo podrán entenderlas quienes te escuchen, o si esto implica que también ellos han de tener experiencia de la Cruz para poder oír y entender lo que tú u otro predicador diga sobre la Cruz. Te respondo que en tu pregunta está la respuesta a una cuestión muy honda sobre el ministerio mismo de la evangelización. En efecto: no entenderá palabra alguna sobre la Cruz sino el que haya tenido en su propia carne participación en ella. Y la razón principal por la que no entenderá es porque no le interesará entender.

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137. AMEN y Santidad

137.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

137.2. Con la palabra “amén” se designa, entre otras cosas, la acogida a aquello que ha sido anunciado, es decir, el asentimiento de mente y de corazón a lo que Dios, en últimas, ofrece al hombre. Piensa cómo es cierto que esta sola palabra constituye una pequeña pero muy elocuente oración, con la cual ciertamente puedes entregarte a Dios con todo lo que eres, lo que fuiste y lo que serás.

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135. Bienes Invisibles

135.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

135.2. Es escandaloso y motivo de dolor para todo el que ame a Dios ver con cuánta facilidad los hijos de los hombres encuentran acuerdo en lo que es bello y bueno, cuando se trata de los bienes de la creación, mientras que sus voces vacilan con cobardía cuando se habla de la redención. Coinciden fácilmente en que un día de sol es hermoso o un bebé tierno, pero divergen cuando se trata de enseñar a ese bebé quién es Aquel que más le ha amado, qué ha hecho por él y qué vida se sigue de tanta bondad y tan esplendorosa gracia.

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134. El Bien Insípido

134.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

134.2. De tal modo sienten tus hermanos los hombres que los sabores son próximos a ellos, que el lenguaje del sabor es preferido para describir los sentimientos más profundos o que afectan más integralmente el curso de la existencia. Así oyes hablar de una niña que es muy “dulce,” de una situación “amarga” o de un sentido del humor “ácido.”

134.3. También la Escritura utiliza este lenguaje, cuando por ejemplo lees: «Una cosa he pedido a Yahveh, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh y cuidar de su Templo» (Sal 27,4). El Cantar es bastante explícito: «¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! Puro verdor es nuestro lecho» (Ct 1,16); «¡Qué hermosos tus amores, hermosa mía, novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos!» (Ct 4,10).

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133. Más Allá de Ti Mismo

133.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

133.2. Mientras que, para el mundo, obedecer es humillarse, porque supone estar “bajo” la potestad o el querer de otro, en el pensamiento y las disposiciones de Dios obedecer es el único camino que te lleva genuinamente “más allá” o “por encima” de ti mismo. El tamaño de quien no obedece a nadie es lo que alcancen a ver sus ojos y lo que puedan lograr sus brazos. El alcance de quien sabe obedecer es tan grande como la mirada de aquel a quien obedece, y su fuerza es tan grande como la de aquel cuya dirección sigue.

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132. La Creacion, la Redencion y la Iglesia

132.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

132.2. La obra de la conversión sucede en el tiempo pero más allá del tiempo. Has oído hablar de conversiones “instantáneas” y también de “procesos de conversión.” En realidad las dos cosas son ciertas, porque cada conversión se asemeja a la obra de la creación. Dime, ¿sucedió la creación “de un momento para otro”? En cierto modo sí, porque lo que empezó a existir tuvo un comienzo, y es claro que es posible definir un “antes” y un “después” de ese comienzo. El cambio sucedido, incapaz de ser apresado en palabras humanas, es inconmensurable con el tiempo, pues entre no existir y existir no hay término medio.

132.3. Mas ¿puede afirmarse también que la creación es un proceso? Sí, en otro sentido, porque no llamamos “creado por Dios” sólo a aquello que existió en primer lugar, ya que, como te dije en otra ocasión, todas las cosas son creadas y tienen en Dios la primera y más directa causa de s ser y existir. Si esto es así, resulta obvio que las cosas que van llegando a ser constituyen una secuencia o serie que se desenvuelve en el tiempo, y desde este enfoque la creación misma es un proceso.

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131. Dios en su Imagen

131.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

131.2. Toda la economía depende finalmente del campo; y todo en el campo depende finalmente de la tierra, de la lluvia y del sol: el agua, la luz y el suelo son el primer y más fundamental lenguaje de la cultura humana. Como una especie de milagro repetido, el aire y la luz, el agua y la tierra se vuelven hojas, flores, frutos; y también mariposas, ovejas, reses; y luego: músculos, carne y sangre; y finalmente: pensamientos, amores, anhelos, poesías y cantos.

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130. Analogías

130.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

130.2. Ningún tiempo es igual a otro tiempo, y sin embargo sí hay semejanzas entre los tiempos. Nuestro Señor Jesucristo aludió a este hecho que no deja de ser sorprendente cuando habló así: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre… Lo mismo, como sucedió en los días de Lot…» (Lc 17,26.28; Mt 24,37).

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129. La Cruz y Pentecostés

129.1. El momento más grande, es decir, el de la revelación fundamental de Jesucristo, fue la hora de la Cruz. Y el momento más grande y el de la gran revelación del Espíritu fue Pentecostés. Serás cristiano cuando percibas la grandeza del Espíritu en el terrible oprobio de la Cruz, y cuando descubras la humillación del Crucificado como manantial de Pentecostés.

129.2. Hay cristianos que quisieran quedarse con la Cruz, y otros cristianos que quisieran vivir sólo en Pentecostés. Estos son dos errores, y tú debes evitarlos y ayudar a que otros los eviten. La Cruz es como la excavación profunda en el cieno de la miseria humana, y por eso mismo como una fuente de la que han brotado las fuentes de la salvación en ese maravilloso surtidor del Espíritu que salta hasta la vida eterna. Pentecostés es como la descripción más honda de todo aquello que palpitaba en el corazón del Crucificado. Juan, el evangelista, ha querido condensar preciosamente estos dos misterios cuando ha escrito que en el momento final de su donación de amor hasta la muerte Jesús “entregó el Espíritu” (Jn 19,30).

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128. Dios guarda a los suyos

128.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

128.2. En muchos lugares de la Escritura se te invita a guardar la palabra que Dios ha pronunciado (Prov. 3,1; 4,4; 7,1.2; Sir 39,2; Jn 8,51.52; 14,24), la alianza que con Él se ha sellado (Gén 17,9; Sal 25,10), los mandatos y preceptos que ha dado a su pueblo (Dt 4,40; 7,11; 8,6; 1 Re 2,3; Sal 37,34; 119,129.136.167; Prov. 19,16; Qo 12,13; Sir 1,26; 21,11; Mt 19,17; Jn 14,21; 1 Jn 2,4.5; 3,24), las prescripciones rituales por Él dispuestas (Dt 16,1; Is 56,6).

128.3. Esta multitud de invitaciones admira tanto más cuanto que no es Dios quien recibe lucro ni beneficio alguno de toda esa obediencia. La pregunta que hace por boca del salmista es reveladora en este sentido: «¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos?» (Sal 50,13). Dios pide unos sacrificios que no le enriquecen y requiere una sujeción que no le añade bien alguno. De mil modos, como ves, pide y exige que su alianza sea “guardada” y sus palabras “conservadas,” ¡cuando en realidad es Él el único que puede guardar y conservar lo que es suyo!

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127. Rodeado por el Amor

127.1. Así como tantas maravillas de la naturaleza visible suceden sin gran ruido ni aparato, así también los grandes prodigios de la gracia suelen estar rodeados por un denso silencio, no de ausencia sino de austera majestad.

127.2. Medita, por ejemplo, en la presencia eucarística. Es un milagro continuo, cercano inmenso, y, sin embargo, silencioso. Hay vidas así, como los sagrarios: llevan dentro incalculables tesoros, pero desde fuera sólo alcanzarías a ver modestas y vacilantes lamparillas, suficientes, empero, para conducirte a los portentos interiores.

127.3. La primera enseñanza que esta consideración puede traer a tu vida es obvia: tu tarea es ser lo que debes ser, pues no te va a alcanzar la vida para vivir y al mismo tiempo hacer propaganda de lo que vives. Pero hay otra conclusión posible: así como es dañino hurgar en las vidas buscando en ellas los rastros del pecado, así también es saludable contemplarlas con admiración y, especialmente en esas que son como florecillas silvestres sin aplauso ni público, reconocer el paso del Espíritu de Dios.

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126. Para ir al Desierto

126.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

126.2. Es preciso buscar la soledad, no como una especie de bien absoluto, sino como un instrumento para el conocimiento de sí mismo y la escucha más fiel de la voluntad de Dios.

126.3. Aunque la soledad es maestra, hay que saber escucharle sus lecciones. Dicho de otro modo: no todo aislamiento es genuina y fecunda soledad. Existe el aislamiento que nace del orgullo, del miedo, de la indiferencia o de la apatía. Aunque estas separaciones te aparten de los demás, no te apartan de ti mismo, y resulta que la verdadera soledad es como una peregrinación en la que lo primero que hay que dejar es el propio yo con todas sus pretensiones de imperialismo.

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125. Un Ángel Pequeño

125.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

125.2. Hay en el corazón humano una inmensa necesidad de sentirse “especial.” El otro día pensabas en voz alta a cuál de los Ángeles de la Biblia podía corresponder yo. Sé que quisieras sentirte relacionado con los grandes momentos del pasado y poder decir algo como “Dios ha enviado para mi custodia al Ángel que habló a los pastores en la noche de Navidad,” o algo parecido.

125.3. Hablando a la manera humana —la propia para este género de inspiraciones, desde luego— déjame decirte que me inspiras ternura. ¿Serías capaz de enorgullecerte y envanecerte hasta de eso: de cuál Ángel vienen las palabras que te iluminan? ¿Llegará a tanto tu insensatez que vas a medir la sabiduría y la providencia de Dios en términos de qué personajes selecciona para que te traten y te cuiden?

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124. Sobre las palabras de maldición

124.1. Hay que hablar también de las maldiciones. No es tema grato, pero sí necesario, y contigo yo debo preferir lo necesario a lo grato.

124.2. La sola expresión “¡maldito!” hace temblar tu alma. Y sin embargo, la Escritura habla de maldiciones, así como habla de oscuridades y tinieblas. No puedes cambiar aquella promesa de Dios a Abrahán: «Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gén 12,3). El amor de Dios por Abrahán queda aquí dramáticamente manifiesto. Si bendecir significara simplemente “desear el bien,” y maldecir “desear el mal,” ¡Dios está diciendo que deseará bienes o males a los que se los deseen a Abrahán!

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123. Tu Vocación es el Amor

123.1. Durante mucho tiempo pensaste que tu vocación era sobre todo el ejercicio de la inteligencia. Error grave. La inteligencia no es vocación, porque la aprehensión del bien supone el ejercicio del amor. Ello significa que, hasta cierto punto, debes aprender a vivir desde el principio, desde el cimiento, desde Cristo.

123.2. Todas las vocaciones son vocaciones al amor y desde el amor. El amor no lo puedes reemplazar con nada. En cambio, teniendo amor es posible reemplazar unas cosas con otras. El amor es la fuerza que convoca, el amor que mueve, y, si te lo digo todo de una vez, es la razón de las razones. Ni siquiera la razón tiene poder en quien no tiene amor a la verdad.

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