Sanidad y Santidad, 3 de 4

Retiro Espiritual con las Vírgenes Seglares Dominicas. Tema 3: La Cruz de Cristo, lugar de definitiva sanación.

A primera vista, la Cruz de Cristo es sólo un lugar de devastación, contradicción y destrucción. Sin embargo, ella es el lugar de la Verdad, del Amor, de la Victoria y de la genuina Unión. Por eso, toda sanación auténticamente cristiana pasa por el misterio de la Cruz, y de él se nutre.

Como predicar la Cruz

16. “‘Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe’ (1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” (CEC 651).

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La bendita, redentora, sublime Ley de Cristo

15. “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). “Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores… El Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros” (Is 53, 4, 6). “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Ga 6, 2).

¿Cuál es la Ley de Cristo? Amar a los enemigos, dar la vida por los amigos, y no devolver mal por mal sino antes bien regresar bien por mal. Y también, ayudarnos mutuamente a llevar nuestras cargas (físicas, morales y espirituales).

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Si huyes de la Cruz te pierdes tambien la Resurreccion

14. “Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano” (CEC 643).

Los Apóstoles y los primeros discípulos fueron tremendamente conmocionados por la pasión, crucifixión y muerte de su amado Maestro. Aunque Él en varias ocasiones les había anunciado el hecho no lo asimilaron en conciencia. Jesús quiso prepararlos y aleccionarlos en la necesidad del acontecimiento de la Cruz, pero ellos no lo aceptaban y distraían su atención a otras cosas. Por esto cuando llegó el tiempo de su glorificación -su Pasión, Crucifixión, Muerte y Resurrección- les pareció una hecatombe que acababa con todo lo ya construido. Cuando apresaron a su Maestro para llevarlo a la muerte de cruz todos huyeron y sólo san Juan -de los discípulos varones- lo acompañó después hasta la Cruz. No aceptaban ni comprendían la Cruz, no tomaban conciencia que era necesaria para alcanzar la Resurrección y la destrucción del mal.

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Ni la Cruz sin Maria, ni Maria sin el don del Espiritu

12. Inspirado por el Espíritu Santo el justo anciano Simeón dijo a María Santísima: “Y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 35). Con esto le estaba ratificando su incorporación a la Pasión de su Hijo Jesús. Ella sabía lo que estaba profetizado para el Mesías de Israel; por esto, cuando dijo sí a Dios en la Anunciación, estaba diciendo sí también a la Cruz. Jesús, María y la Iglesia son signos de contradicción, porque en ellos es inherente la Cruz: ésta servirá para caída y/o elevación de muchos, servirá para poner a la luz los pensamientos de los corazones de muchos. Por poseer a Jesús, María y la Cruz, la santa Iglesia será ferozmente atacada por el enemigo de Dios y por sus secuaces; y por la Cruz saldrá victoriosa.

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Sin Jesus es imposible la Cruz

11. Sin Jesús es imposible para nosotros la Cruz, ni siquiera una astillita, ni siquiera una gotita de su Cáliz, somos capaces de cargar o beber. En la medida que el Espíritu Santo hace conciencia en nosotros de la magnitud del sacrificio divino, más y más crece la magnitud de la Cruz. Jesús se sometió al dolor y a la muerte no solamente para salvar al hombre, sino lo hizo por toda la Creación. Libertó a los seres angélicos1, a los hombres y al cosmos. Y lo hizo en los planos físico, moral y espiritual. Jesús en el hombre, en su humanidad, liberó a todas las criaturas.

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Nuestro bautismo y la Cruz de Jesus

10. “¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte?… Porque, si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección. Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. En efecto, el que muere queda absuelto de su pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos en Él” (Rm 6, 3-8).

Ésta es nuestra fe: por el bendito Bautismo hemos sido injertados en Jesús, en su Vida, su Pasión (su Cruz), su Muerte y su Resurrección, y por tanto se nos da la gracia de la capacidad para aceptar y amar su Cruz. Por el Bautismo formamos parte de la santa Iglesia de Cristo, nos hacemos hijos de Dios y templos del Espíritu Santo. El Bautismo es el sacramento de iniciación de la vida en el Espíritu de Dios para participar también -como un gran don- de la Cruz y Muerte del Redentor.

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Todo mal fue destruido de raiz en la Cruz de Jesus

9. Jesús asumió la Cruz para vencer de raíz al mal y a su autor el diablo. Para ello “se hizo pecado” (cf. 2 Co 5, 21) y “se hizo maldito” (cf. Ga 3, 13), para llevar a la Cruz y a la Muerte a todo pecado y, “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hb 2, 14). Fruto de la Cruz es la derrota del diablo y sus obras: “Derrotar al mal: esto es la Redención” (TMA 7).

“Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del ‘rostro’ del pecado” (NM 25). Jesús se hizo pecado para destruir en sí mismo por medio de la Cruz al mal (cf. Ef 2, 16). La Cruz es autoinmolación divina.

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Todo lo que es la Cruz

8. La Cruz es Signo, Canon y Cátedra de Dios. Es decir La Cruz representa y evoca a la Santísima Trinidad; cuando hacemos el signo de la Cruz lo hacemos invocando el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este Signo con el cual vencemos al mal es odiado por el enemigo de Dios porque representa su vencimiento, sometimiento, sujeción, muerte y aniquilación. Quien levanta la Cruz, porque es fiel al camino de Jesús, derrota infaliblemente al demonio, acabando con sus insidias y erradicando sus obras. Quien es fiel -y por tener a Cristo-, se viste con las armas de Cristo: una corona de espinas como casco para vencer la soberbia (con sus malos pensamientos e insidias), un manto y una túnica púrpuras por la sangre para vencer la vanidad y la perversión y, como cetro, una caña cascada para vencer la injusticia. Cristo se vistió de llagas y sangre para vencer a todo mal con el bien y a todo odio con el amor. Así es como se vistió el Guerrero Invencible en su último y triunfal combate. Así se preparó para recibir la Cruz, ¿quién como Él? Sin Él nadie es capaz de la Cruz.

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Morir con Cristo para resucitar con EL

6. Para lograr el fruto de la Cruz es menester morir para nosotros mismos, o sea, renunciar a nosotros mismos, lo cual es antecedente de la Cruz, para luego permanecer con Cristo crucificados; de tal manera que Él sea quien tenga vida en nosotros, y ya no vivamos para nosotros sino vivamos por Él, en Él y para Él, hechos uno con su fe, esperanza y caridad, siendo testigos de la obra que Él realiza con la colaboración nuestra. De esta manera nos convertimos en testigos de su acción, la cual no es obstaculizada por nuestro mal, puesto que la Cruz lo somete.

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Primer fruto de la Cruz

5. “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque el presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 19, 20).

Uno de los frutos inmediatos de la aceptación de la Cruz que nos da Jesús -pues la Cruz es un regalo invaluable que Jesús da a sus amados más íntimos- es el empezar a conformarse con Él, y de esta manera contener su mente y su corazón, poseyendo sus pensamientos, sentimientos, deseos y actitudes. Sólo se puede amar y perdonar como Jesús si se posee su corazón, y sólo se posee su corazón si el fiel se hace uno con Él y, sólo se hace uno plenamente con Él, quien está crucificado con Él.

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La Cruz de Cristo: necesaria para nosotros

Primeramente porque es el camino que Jesús tomó para salvarnos y lo puso como requisito para seguirle y conformarnos con Él: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). ¿Por qué debemos seguir a Jesús? Porque el Padre nos dio la salvación y la vida eterna a través de Él: “quien tiene al Hijo tiene la Vida”. En segundo lugar porque sin la Cruz y la Resurrección no viene el Espíritu Santo de manera permanente. Y porque “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo” (CEC 1005), y no morimos con Cristo si no aceptamos su Cruz. Solamente nos incorporamos a Cristo si nos incorporamos a su camino con la Cruz. En tercer lugar porque “Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo” (CEC 618), es decir: “para entrar a la gloria es necesario pasar por la Cruz” (CEC 555), pues Cruz, Muerte y Resurrección son la “glorificación ” de Jesucristo. En resumen, sólo con la Cruz nos incorporamos a Cristo, a su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Sólo con la Cruz nos hacemos cristianos de verdad siendo fieles a los Sacramentos de la santa Iglesia. La Cruz es garantía de camino verdadero al cielo.

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La Cruz fue necesaria en el plan de Dios

3. ¿Por qué es necesaria la Cruz, tanto para Dios como para sus hijos las criaturas?

La Sagrada Escritura muestra que Dios escogió esta vía para acabar con el pecado y con el autor del pecado el demonio. San Pedro dice que Jesús “Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pe 2, 24) para que muriéramos al pecado y viviéramos en el seno de la justicia. San Pablo dice que Jesús asumiendo la condición de criatura humana en carne y sangre “participó de las mismas para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hb 2, 14).

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La Necesidad de la Cruz

I. LA NECESIDAD DE LA CRUZ

2. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 16-17). “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros sino por los del mundo entero… Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en el Hijo; quien tiene al Hijo tiene la Vida” (1 Jn 2, 2; 5, 11-12).

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