Morir con Cristo para resucitar con EL

6. Para lograr el fruto de la Cruz es menester morir para nosotros mismos, o sea, renunciar a nosotros mismos, lo cual es antecedente de la Cruz, para luego permanecer con Cristo crucificados; de tal manera que Él sea quien tenga vida en nosotros, y ya no vivamos para nosotros sino vivamos por Él, en Él y para Él, hechos uno con su fe, esperanza y caridad, siendo testigos de la obra que Él realiza con la colaboración nuestra. De esta manera nos convertimos en testigos de su acción, la cual no es obstaculizada por nuestro mal, puesto que la Cruz lo somete.

La Cruz es para ser crucificados con Cristo y morir con Él. Quien está crucificado con Cristo recibe el fruto, necesario en el camino espiritual, de permanecer vencido, sometido y sujeto, lo cual es indispensable para que se asiente en el interior Dios Espíritu Santo. Si no estamos en la Cruz ofendemos, entristecemos y constreñimos al Espíritu de Dios. Con la Cruz se alcanza paulatinamente el dominio perfecto de sí mismo , porque es el Señor que recibimos (Dominus=Señor, de aquí se deriva “dominio”) quien somete, domina al mal que somos y contenemos en nosotros mismos. Quien está crucificado con Cristo está plenamente incluido en su Muerte, y quien está integrado a la Muerte de Cristo tiene por añadidura su Resurrección.

En la Cruz de Cristo, crucificado con Cristo, ya no hay marcha para atrás, pues de la crucifixión sigue la muerte. La Cruz regala la santa, digna y bendita Muerte del Redentor. Dicha Muerte equivale a Vida eterna en la lógica maravillosa de Dios. Cruz, Muerte y Resurrección se implican entre ellas. Por ello estando con su cruz junto a Jesús, el buen ladrón recibe la promesa del cielo: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).

Fruto de la Cruz es el dominio de sí para ser consecuentes con el cuidado que requieren los Sacramentos de la santa Iglesia, además son frutos la recepción constante del Espíritu Santo, y la Muerte y la Resurrección de Cristo. Por tal razón debemos suplicar a Dios tan excelso don. Lo que es locura para algunos y escándalo para otros es el tesoro más preciado y buscado por el cristiano que tiene sed de Dios y le ama por sobretodo: ¡Señor, danos el don de la Cruz, no nos dejes sin tu Cruz!