Dos pensamientos sobre la santidad

Tú quieres pisar sobre las huellas de Cristo, vestirte de su vestidura, identificarte con Jesús: pues que tu fe sea operativa y sacrificada, con obras de servicio, echando fuera lo que estorba.

La santidad tiene la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite -si no es ofensa a Dios- otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo. La santidad no tiene la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural.

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Una perspectiva original sobre el examen de conciencia cotidiano

Un buen modo de hacer examen de conciencia: -¿Recibí como expiación, en este día, las contradicciones venidas de la mano de Dios?; ¿las que me proporcionaron, con su carácter, mis compañeros?; ¿las de mi propia miseria? -¿Supe ofrecer al Señor, como expiación, el mismo dolor, que siento, de haberle ofendido ¡tantas veces!?; ¿le ofrecí la vergüenza de mis interiores sonrojos y humillaciones, al considerar lo poco que adelanto en el camino de las virtudes?

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Semillas de auténtica fraternidad

Tú no puedes tratar con falta de misericordia a nadie: y, si te parece que una persona no es digna de esa misericordia, has de pensar que tú tampoco mereces nada. -No mereces haber sido creado, ni ser cristiano, ni ser hijo de Dios, ni pertenecer a tu familia…

No descuides la práctica de la corrección fraterna, muestra clara de la virtud sobrenatural de la caridad. Cuesta; más cómodo es inhibirse; ¡más cómodo!, pero no es sobrenatural. -Y de estas omisiones darás cuenta a Dios.

La corrección fraterna, cuando debas hacerla, ha de estar llena de delicadeza -¡de caridad!- en la forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios.

Si sabes querer a los demás y difundes ese cariño -caridad de Cristo, fina, delicada- entre todos, os apoyaréis unos a otros: y el que vaya a caer se sentirá sostenido -y urgido- con esa fortaleza fraterna, para ser fiel a Dios.

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La vía de la sencillez

¡Vive la vida cristiana con naturalidad! Insisto: da a conocer a Cristo en tu conducta, como reproduce la imagen un espejo normal, que no deforma, que no hace caricatura. -Si eres normal, como ese espejo, reflejarás la vida de Cristo, y la mostrarás a los demás.

Si eres fatuo, si te preocupas sólo de tu personal comodidad, si centras la existencia de los demás y aun la del mundo en ti mismo, no tienes derecho a llamarte cristiano, ni a considerarte discípulo de Cristo: porque El marcó el límite de la exigencia en ofrecer por cada uno «et animam suam», el alma misma, la vida entera.

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Somos de Cristo y de María!

Haz tu amor a la Virgen más vivo, más sobrenatural. -No vayas a Santa María sólo a pedir. ¡Ve también a dar!: a darle afecto; a darle amor para su Hijo divino; a manifestarle ese cariño con obras de servicio al tratar a los demás, que son también hijos suyos.

Al contemplar la escena de la Encarnación, refuerza en tu alma la decisión de “la humildad práctica”. Mira que El se abajó, tomando nuestra pobre naturaleza. -Por eso, en cada jornada, has de reaccionar ¡inmediatamente!, con la gracia de Dios, aceptando -queriendo- las humillaciones que el Señor te depare.

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Nuestra actitud ante obispos y el Papa

Humildad y obediencia son condiciones indispensables para recibir la buena doctrina.

Ama, venera, reza, mortifícate -cada día con más cariño- por el Romano Pontífice, piedra basilar de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella labor de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro.

Que la consideración diaria del duro peso que grava sobre el Papa y sobre los obispos, te urja a venerarles, a quererles con verdadero afecto, a ayudarles con tu oración.

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Tres pensamientos sobre “vivir en la verdad”

Nunca tengas miedo a decir la verdad, sin olvidar que algunas veces es mejor callar, por caridad con el prójimo. Pero no te calles jamás por desidia, por comodidad o por cobardía.

El mundo vive de la mentira; y hace veinte siglos que vino la Verdad a los hombres. -¡Hay que decir la verdad!, y a eso hemos de ir los hijos de Dios. Cuando los hombres se acostumbren a proclamarla y a oírla, habrá más comprensión en esta tierra nuestra.

Sería una falsa caridad, diabólica, mentirosa caridad, ceder en cuestiones de fe. «Fortes in fide» -fuertes en la fe, firmes, como exige San Pedro. -No es fanatismo, sino sencillamente vivir la fe: no entraña desamor para nadie. Cedemos en todo lo accidental, pero en la fe no cabe ceder: no podemos dar el aceite de nuestras lámparas, porque luego viene el Esposo y las encuentra apagadas.

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Criterio básico para una dirección espiritual provechosa

Ama y busca la ayuda de quien lleva tu alma. En la dirección espiritual, pon al descubierto tu corazón, del todo -¡podrido, si estuviese podrido!-, con sinceridad, con ganas de curarte; si no, esa podredumbre no desaparecerá nunca. Si acudes a una persona que sólo puede limpiar superficialmente la herida…, eres un cobarde, porque en el fondo vas a ocultar la verdad, en daño de ti mismo.

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Criterios básicos de Dirección Espiritual

Recibe los consejos que te den en la dirección espiritual, como si viniesen del mismo Jesucristo. Me has pedido una sugerencia para vencer en tus batallas diarias, y te he contestado: al abrir tu alma, cuenta en primer lugar lo que no querrías que se supiera. Así el diablo resulta siempre vencido. -¡Abre tu alma con claridad y sencillez, de par en par, para que entre -hasta el último rincón- el sol del Amor de Dios! Si el demonio mudo -del que nos habla el Evangelio- se mete en el alma, lo echa todo a perder. En cambio, si se le arroja inmediatamente, todo sale bien, se camina feliz, todo marcha. -Propósito firme: “sinceridad salvaje” en la dirección espiritual, con delicada educación…, y que esa sinceridad sea inmediata.

Ejemplo de una oración ferviente

El apóstol sin oración habitual y metódica cae necesariamente en la tibieza…, y deja de ser apóstol. ORACIÓN: Señor, que desde ahora sea otro: que no sea “yo”, sino “aquél” que Tú deseas. -Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo. -Que ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda.

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Sin desanimarse jamás

No te avergüence descubrir que en el corazón tienes el «fomes peccati» -la inclinación al mal, que te acompañará mientras vivas, porque nadie está libre de esa carga. No te avergüences, porque el Señor, que es omnipotente y misericordioso, nos ha dado todos los medios idóneos para superar esa inclinación: los Sacramentos, la vida de piedad, el trabajo santificado. -Empléalos con perseverancia, dispuesto a comenzar y recomenzar, sin desanimarte.

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Secreto de crecimiento interior

¿Cómo haré yo para que mi amor al Señor continúe, para que aumente?, me preguntas encendido. -Hijo, ir dejando el hombre viejo, también con la entrega gustosa de aquellas cosas, buenas en sí mismas, pero que impiden el desprendimiento de tu yo…; decir al Señor, con obras y continuamente: “aquí me tienes, para lo que quieras”.

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No solo buenos deseos

Llénate de buenos deseos, que es una cosa santa, y Dios la alaba. ¡Pero no te quedes en eso! Tienes que ser alma -hombre, mujer- de realidades. Para llevar a cabo esos buenos deseos, necesitas formular propósitos claros, precisos. -Y, después, hijo mío, ¡a luchar, para ponerlos en práctica, con la ayuda de Dios!

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La santidad como programa de vida

El examen de conciencia responde a una necesidad de amor, de sensibilidad.

No esperes a la vejez para ser santo: ¡sería una gran equivocación! -Comienza ahora, seriamente, gozosamente, alegremente, a través de tus obligaciones, de tu trabajo, de la vida cotidiana.

Ruega al Señor que te conceda toda la sensibilidad necesaria para darte cuenta de la maldad del pecado venial; para considerarlo como auténtico y radical enemigo de tu alma; y para evitarlo con la gracia de Dios.

Con serenidad, sin escrúpulos, has de pensar en tu vida, y pedir perdón, y hacer el propósito firme, concreto y bien determinado, de mejorar en este punto y en aquel otro: en ese detalle que te cuesta, y en aquél que habitualmente no cumples como debes, y lo sabes.

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Palabras como de un profeta

Hay dos puntos capitales en la vida de los pueblos: las leyes sobre el matrimonio y las leyes sobre la enseñanza; y ahí, los hijos de Dios tienen que estar firmes, luchar bien y con nobleza, por amor a todas las criaturas.

Es nuestra guerra divina una maravillosa siembra de paz.

El que deja de luchar causa un mal a la Iglesia, a su empresa sobrenatural, a sus hermanos, a todas las almas.

-Examínate: ¿no puedes poner más vibración de amor a Dios, en tu pelea espiritual? -Yo rezo por ti… y por todos. Haz tú lo mismo.

Hay un enemigo de la vida interior, pequeño, tonto; pero muy eficaz, por desgracia: el poco empeño en el examen de conciencia.

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