Es que hay que insistir

Te falta fe…, y te falta amor. Si no, acudirías inmediatamente y con más frecuencia a Jesús, pidiéndole por esto y por lo otro. -No esperes más, invócale, y oirás que Cristo te habla: “¿qué quieres que te haga?”, como atendió a aquel cieguecito que, desde la vera del camino, no se cansó de insistir.

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Ansia de Dios

La vida espiritual es -lo repito machaconamente, de intento- un continuo comenzar y recomenzar. -¿Recomenzar? ¡Sí!: cada vez que haces un acto de contrición -y a diario deberíamos hacer muchos-, recomienzas, porque das a Dios un nuevo amor.

No podemos conformarnos con lo que hacemos en nuestro servicio a Dios, como un artista no se queda satisfecho con el cuadro o la estatua que sale de sus manos. Todos le dicen: es una maravilla; pero él piensa: no, no es esto; yo querría más. Así deberíamos reaccionar nosotros. Además, el Señor nos da mucho, tiene derecho a nuestra más plena correspondencia…, y hay que ir a su paso.

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Volver a empezar

Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores. -Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.

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Invitados a trabajar para el Señor

Por todos los caminos honestos de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz. -Tú, ¿qué haces?

La Redención se está haciendo, todavía en este momento…, y tú eres -¡has de ser!- corredentor.

Ser cristiano en el mundo no significa aislarse, ¡al contrario! -Significa amar a todas las gentes, y desear encenderlas con el fuego del amor a Dios.

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Un mensaje de vida

¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan.

Si actúas -vives y trabajas- cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias.

Ante el inmenso panorama de almas que nos espera, ante esa preciosa y tremenda responsabilidad, quizá se te ocurra pensar lo mismo que a veces pienso yo: ¿conmigo, toda esa labor?, ¿conmigo, que soy tan poca cosa? -Hemos de abrir entonces el Evangelio, y contemplar cómo Jesús cura al ciego de nacimiento: con barro hecho de polvo de la tierra y de saliva. ¡Y ése es el colirio que da la luz a unos ojos ciegos! Eso somos tú y yo. Con el conocimiento de nuestra flaqueza, de nuestro ningún valer, pero -con la gracia de Dios y nuestra buena voluntad- ¡somos colirio!, para iluminar, para prestar nuestra fortaleza a los demás y a nosotros mismos.

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Toma hoy la mejor decisión de tu vida

Si has sido elegido, llamado por el Amor de Dios, para seguirle, tienes obligación de responderle…, y tienes también el deber, no menos fuerte, de conducir, de contribuir a la santidad y al buen caminar de tus hermanos los hombres. ¡Cuándo te decidirás…! Muchos, a tu alrededor, llevan una vida sacrificada por un motivo simplemente humano; no se acuerdan esas pobres criaturas de que son hijos de Dios, y se conducen así quizá sólo por soberbia, por destacar, por conseguir una vida futura más cómoda: ¡se abstienen de todo! Y tú, que tienes el dulce peso de la Iglesia, de los tuyos, de tus colegas y amigos, motivos por los que merece la pena gastarse, ¿qué haces?, ¿con qué sentido de responsabilidad reaccionas?

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Otro modo de ver la infancia espiritual

Hagamos presente a Jesús que somos niños. Y los niños, los niños chiquitines y sencillos, ¡cuánto sufren para subir un escalón! Están allí, al parecer, perdiendo el tiempo. Por fin, han subido. Ahora, otro escalón. Con las manos y los pies, y con el impulso de todo el cuerpo, logran un nuevo triunfo: otro escalón. Y vuelta a empezar. ¡Qué esfuerzos! Ya faltan pocos…, pero, entonces, un traspiés… y ¡hala!… abajo. Lleno de golpes, inundado de lágrimas, el pobre niño comienza, recomienza el ascenso. Así, nosotros, Jesús, cuando estamos solos. Cógenos Tú en tus brazos amables, como un Amigo grande y bueno del niño sencillo; no nos dejes hasta que estemos arriba; y entonces -¡oh, entonces!-, sabremos corresponder a tu Amor Misericordioso, con audacias infantiles, diciéndote, dulce Señor, que, fuera de María y de José, no ha habido ni habrá mortal -eso que los ha habido muy locos- que te quiera como te quiero yo.

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Moral de victoria

Si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad.

Para un hijo de Dios, cada jornada ha de ser ocasión de renovarse, con la seguridad de que, ayudado por la gracia, llegará al fin del camino, que es el Amor. Por eso, si comienzas y recomienzas, vas bien. Si tienes moral de victoria, si luchas, con el auxilio de Dios, ¡vencerás! ¡No hay dificultad que no puedas superar!

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Obedecer a Dios y ver las maravillas de Dios

Déjate conducir por Dios. Te llevará por “su camino”, sirviéndose de adversidades sin cuento…, y quizá hasta de tu haraganería, para que se vea que la tarea tuya la realiza El.

Pídele sin miedo, insiste. Acuérdate de la escena que nos relata el Evangelio sobre la multiplicación de los panes. -Mira con qué magnanimidad responde a los Apóstoles: ¿cuántos panes tenéis?, ¿cinco?… ¿Qué me pedís?… Y El da seis, cien, miles… ¿Por qué? -Porque Cristo ve nuestras necesidades con una sabiduría divina, y con su omnipotencia puede y llega más lejos que nuestros deseos. ¡El Señor ve más allá de nuestra pobre lógica y es infinitamente generoso!

Cuando se trabaja por Dios, hay que tener “complejo de superioridad”, te he señalado. Pero, me preguntabas, ¿esto no es una manifestación de soberbia? -¡No! Es una consecuencia de la humildad, de una humildad que me hace decir: Señor, Tú eres el que eres. Yo soy la negación. Tú tienes todas las perfecciones: el poder, la fortaleza, el amor, la gloria, la sabiduría, el imperio, la dignidad… Si yo me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o en el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de tu divinidad, sentiré las luces de tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre tu fortaleza.

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¡Con confianza, con confianza!

Estás como el pobrete que de pronto se entera de que es ¡hijo del Rey! -Por eso, ya sólo te preocupa en la tierra la Gloria -toda la Gloria- de tu Padre Dios.

Niño amigo, dile: Jesús, sabiendo que te quiero y que me quieres, lo demás nada me importa: todo va bien.

“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”. Con El no hay posibilidad de fracaso, y de esta persuasión nace el santo “complejo de superioridad” para afrontar las tareas con espíritu de vencedores, porque nos concede Dios su fortaleza.

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Conciencia de ser hijos

Si Dios te da la carga, Dios te dará la fuerza.

Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre -¡tu Padre!- lleno de ternura, de infinito amor. -Llámale Padre muchas veces, y dile -a solas- que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo.

La alegría es consecuencia necesaria de la filiación divina, de sabernos queridos con predilección por nuestro Padre Dios, que nos acoge, nos ayuda y nos perdona. -Recuérdalo bien y siempre: aunque alguna vez parezca que todo se viene abajo, ¡no se viene abajo nada!, porque Dios no pierde batallas.

La mayor muestra de agradecimiento a Dios es amar apasionadamente nuestra condición de hijos suyos.

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Dos elogios sobre la gracia

Hoy, en tu oración, te confirmaste en el propósito de hacerte santo. Te entiendo cuando añades, concretando: sé que lo lograré: no porque esté seguro de mí, Jesús, sino porque… estoy seguro de Ti.

Tú, solo, sin contar con la gracia, no podrás nada de provecho, porque habrás cortado el camino de las relaciones con Dios. -Con la gracia, en cambio, lo puedes todo.

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Lucha y victoria en la pureza

Para custodiar la santa pureza, la limpieza de vida, has de amar y de practicar la mortificación diaria.

Ponte cada día delante del Señor y, como aquel hombre necesitado del Evangelio, dile despacio, con todo el afán de tu corazón: »Domine, ut videam!» -¡Señor, que vea!; que vea lo que Tú esperas de mí y luche para serte fiel.

Dios mío, ¡qué fácil es perseverar, sabiendo que Tú eres el Buen Pastor, y nosotros -tú y yo…- ovejas de tu rebaño! -Porque bien nos consta que el Buen Pastor da su vida entera por cada una de sus ovejas.

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Palabras de sabiduría sobre el combate espiritual

Parece que hay calma. Pero el enemigo de Dios no duerme… -¡También el Corazón de Jesús vela! Esa es mi esperanza.

¡Gracias Señor, porque -al permitir la tentación- nos das también la hermosura y la fortaleza de tu gracia, para que seamos vencedores! ¡Gracias, Señor, por las tentaciones, que permites para que seamos humildes!

No se puede llevar una vida limpia sin la ayuda divina. Dios quiere nuestra humildad, quiere que le pidamos su ayuda, a través de nuestra Madre y Madre suya. Tienes que decir a la Virgen, ahora mismo, en la soledad acompañada de tu corazón, hablando sin ruido de palabras: Madre mía, este pobre corazón mío se rebela algunas veces… Pero si tú me ayudas… -Y te ayudará, para que lo guardes limpio y sigas por el camino a que Dios te ha llamado: la Virgen te facilitará siempre el cumplimiento de la Voluntad de Dios.

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Dos palabras para ponerte en movimiento

Reza seguro con el Salmista: “¡Señor, Tú eres mi refugio y mi fortaleza, confío en Ti!” Te garantizo que El te preservará de las insidias del “demonio meridiano” -en las tentaciones y… ¡en las caídas!-, cuando la edad y las virtudes tendrían que ser maduras, cuando deberías saber de memoria que sólo El es la Fortaleza.

¿Tú piensas que en la vida se agradece un servicio prestado de mala gana? Evidentemente, no. Y hasta se llega a concluir: sería mejor que no lo hiciera. -¿Y tú consideras que puedes servir a Dios con mala cara? ¡No! -Has de servirle con alegría, a pesar de tus miserias, que ya las quitaremos con la ayuda divina.

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Actos sencillos de amor a Jesús

Siempre que entro en el oratorio, le digo al Señor -he vuelto a ser niño- que le quiero más que nadie.

Si aquellos hombres, por un trozo de pan -aun cuando el milagro de la multiplicación sea muy grande-, se entusiasman y te aclaman, ¿qué deberemos hacer nosotros por los muchos dones que nos has concedido, y especialmente porque te nos entregas sin reserva en la Eucaristía?

Asoma muchas veces la cabeza al oratorio, para decirle a Jesús: …me abandono en tus brazos. -Deja a sus pies lo que tienes: ¡tus miserias! -De este modo, a pesar de la turbamulta de cosas que llevas detrás de ti, nunca me perderás la paz.

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