Sencillez y verdad

Creas a tu alrededor un clima artificial, de desconfianza, de sospecha, porque, cuando hablas, causas la impresión de jugar al ajedrez: cada palabra, pensando en la cuarta jugada posterior. Fíjate que el Evangelio, al relatar la triste figura cautelosa e hipócrita de los escribas y fariseos, refiere que hacían preguntas a Jesús, le exponían cuestiones, «ut caperent eum in sermone» -¡para retorcer sus palabras! -Huye de ese comportamiento.

Hacías tu oración delante de un Crucifijo, y tomaste esta decisión: más vale sufrir por la verdad, que la verdad tenga que sufrir por mí.

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Lo natural de lo verdaderamente sobrenatural

Cuando se trabaja única y exclusivamente por la gloria de Dios, todo se hace con naturalidad, sencillamente, como quien tiene prisa y no puede detenerse en “mayores manifestaciones”, para no perder ese trato -irrepetible e incomparable- con el Señor.

Los santos resultan siempre “incómodos” para los demás.

¿Santos, anormales?… Ha llegado la hora de arrancar ese prejuicio. Hemos de enseñar, con la naturalidad sobrenatural de la ascética cristiana, que ni siquiera los fenómenos místicos significan anormalidad: es ésa la naturalidad de esos fenómenos…, como otros procesos psíquicos o fisiológicos tienen la suya.

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Dos recomendaciones fuertes

No te comportes tú como ésos que, oyendo un sermón, en lugar de aplicarse personalmente la doctrina, juzgan: ¡qué bien le irá esto a Fulano!

Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. -Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género.

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Cuidado con la superficialidad

Cuando se piensa con la mente clara en las miserias de la tierra, y se contrasta ese panorama con las riquezas de la vida con Cristo, a mi juicio, no se encuentra más que una palabra que califique -con expresión rotunda- el camino que elige la gente: necedad, necedad, necedad. La mayoría de los hombres no es que nos equivoquemos; nos sucede algo bastante peor: somos tontos de remate.

No te escandalices porque haya malos cristianos, que bullen y no practican. El Señor -escribe el Apóstol- “ha de pagar a cada uno según sus obras”: a ti, por las tuyas; y a mí, por las mías. -Si tú y yo nos decidimos a portarnos bien, de momento ya habrá dos pillos menos en el mundo.

Tienes una dosis de frescura que, si la emplearas con sentido sobrenatural, te serviría para ser un cristiano formidable… -Pero, tal como la usas, no pasas de ser un formidable fresco.

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Camino de perseverancia

La santidad está compuesta de heroísmos. -Por tanto, en el trabajo se nos pide el heroísmo de “acabar” bien las tareas que nos corresponden, día tras día, aunque se repitan las mismas ocupaciones.

Me convenció aquel sacerdote amigo nuestro. Me hablaba de su labor apostólica, y me aseguraba que no hay ocupaciones poco importantes. Debajo de este campo cuajado de rosas -decía-, se esconde el esfuerzo silencioso de tantas almas que, con su trabajo y oración, con su oración y trabajo, han conseguido del Cielo un raudal de lluvias de la gracia, que todo lo fecunda.

Pon en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera…, una imagen de Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar tu tarea, mientras la realizas y al terminarla. Ella te alcanzará -¡te lo aseguro!- la fuerza para hacer, de tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios.

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Dimensiones inesperadas del estudio

Estudiante: aplícate con espíritu de apóstol a tus libros, con la convicción íntima de que esas horas y horas son ya, ¡ahora!, un sacrificio espiritual ofrecido a Dios, provechoso para la humanidad, para tu país, para tu alma.

Es necesario estudiar… Pero no es suficiente. ¿Qué se conseguirá de quien se mata por alimentar su egoísmo, o del que no persigue otro objetivo que el de asegurarse la tranquilidad, para dentro de unos años? Hay que estudiar…, para ganar el mundo y conquistarlo para Dios. Entonces, elevaremos el plano de nuestro esfuerzo, procurando que la labor realizada se convierta en encuentro con el Señor, y sirva de base a los demás, a los que seguirán nuestro camino… -De este modo, el estudio será oración.

Después de conocer tantas vidas heroicas, vividas por Dios sin salirse de su sitio, he llegado a esta conclusión: para un católico, trabajar no es cumplir, ¡es amar!

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El sacrificio de cada dia

Trabajar con alegría no equivale a trabajar “alegremente”, sin profundidad, como quitándose de encima un peso molesto… -Procura que, por atolondramiento o por ligereza, no pierdan valor tus esfuerzos y, a fin de cuentas, te expongas a presentarte ante Dios con las manos vacías.

Te asustas ante las dificultades, y te retraes. ¿Sabes qué resumen puede trazarse de tu comportamiento?: ¡comodidad, comodidad y comodidad! Habías dicho que estabas dispuesto a gastarte, y a gastarte sin limitaciones, y te me quedas en aprendiz de héroe. ¡Reacciona con madurez!

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Al ritmo de Dios

Cuando distribuyas tu tiempo, has de pensar también en qué emplearás los espacios libres que se presenten a horas imprevistas.

Las jaculatorias no entorpecen la labor, como el latir del corazón no estorba el movimiento del cuerpo.

Santificar el propio trabajo no es una quimera, sino misión de todo cristiano…: tuya y mía. -Así lo descubrió aquel que comentaba: “me vuelve loco de contento esa certeza de que yo, manejando el torno y cantando, cantando mucho -por dentro y por fuera-, puedo hacerme santo…: ¡qué bondad la de nuestro Dios!”

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Sobre el buen uso del tiempo

Para quitar importancia a la labor de otro, susurraste: no ha hecho más que cumplir con su deber. Y yo añadí: -¿te parece poco?… Por cumplir nuestro deber nos da el Señor la felicidad del Cielo: «euge serve bone et fidelis… intra in gaudium Domini tui» -muy bien, siervo bueno y fiel, ¡entra en el gozo eterno!

El Señor tiene derecho -y cada uno de nosotros obligación- a que “en todo instante” le glorifiquemos. Luego, si desperdiciamos el tiempo, robamos gloria a Dios.

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Ni perezosos ni desordenados

¿Obstáculos?… -A veces, los hay. -Pero, en ocasiones, te los inventas por comodidad o por cobardía. -¡Con qué habilidad formula el diablo la apariencia de esos pretextos para no trabajar…!, porque bien conoce que la pereza es la madre de todos los vicios.

Desarrollas una incansable actividad. Pero no te conduces con orden y, por tanto, careces de eficacia. -Me recuerdas lo que oí, en una ocasión, de labios muy autorizados. Quise alabar a un súbdito delante de su superior, y comenté: ¡cuánto trabaja! -Me dieron esta respuesta: diga usted mejor ¡cuánto se mueve!…

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Prioridades

Interesa que bregues, que arrimes el hombro… De todos modos, coloca los quehaceres profesionales en su sitio: constituyen exclusivamente medios para llegar al fin; nunca pueden tomarse, ni mucho menos, como lo fundamental. ¡Cuántas “profesionalitis” impiden la unión con Dios!

El instrumento, el medio, no debe convertirse en fin. -Si, en lugar de su peso corriente, una azada pesase un quintal, el labrador no podría cavar con esa herramienta, emplearía toda su energía en acarrearla, y la semilla no arraigaría, al quedar inutilizada.

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Secreto de la santidad de cada día

Una misión siempre actual y heroica para un cristiano corriente: realizar de manera santa los más variados quehaceres, aun aquéllos que parecen más indiferentes.

Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración.

Me escribes en la cocina, junto al fogón. Está comenzando la tarde. Hace frío. A tu lado, tu hermana pequeña -la última que ha descubierto la locura divina de vivir a fondo su vocación cristiana- pela patatas. Aparentemente -piensas- su labor es igual que antes. Sin embargo, ¡hay tanta diferencia! -Es verdad: antes “sólo” pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas.

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Tres máximas sobre la santificación del trabajo cotidiano

Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas. -Parece una perogrullada, pero ¡te falta tantas veces esta sencilla decisión!, y… ¡cómo se alegra satanás de tu ineficacia!

No se puede santificar un trabajo que humanamente sea una pura mediocridad, porque no debemos ofrecer a Dios tareas mal hechas.

Me has preguntado qué puedes ofrecer al Señor. -No necesito pensar mi respuesta: lo mismo de siempre, pero mejor acabado, con un remate de amor, que te lleve a pensar más en El y menos en ti.

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La santificación a través de lo más sencillo y ordinario

Pido a Dios que te sirvan también de modelo la adolescencia y la juventud de Jesús, lo mismo cuando argumentaba con los doctores del Templo, que cuando trabajaba en el taller de José.

¡Treinta y tres años de Jesús!…: treinta fueron de silencio y oscuridad; de sumisión y trabajo…

Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza.

El heroísmo del trabajo está en llevar a término cada tarea.

Insisto: en la sencillez de tu labor ordinaria, en los detalles monótonos de cada día, has de descubrir el secreto -para tantos escondido- de la grandeza y de la novedad: el Amor.

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Tres perlas sobre el Santo Rosario

Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios.

Si no dispones de otros ratos, recita el Rosario por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios.

Cómo enamora la escena de la Anunciación. En la oración, María conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!

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